Que no se pierda esta oportunidad, los cien años de su fundación, de su creación, ni más ni menos, para celebrar la resistencia de la orquesta cubana La Sonora Matancera. Hay mucho simbolismo en la historia de un siglo de una banda de Matanzas (Cuba) que se dedicó en cuerpo y alma a celebrar el auge del son, que supo hacer su propia música, tan envolvente, en medio de los cambios que vivió su tierra, y que luego tuvo el coraje para seguir componiendo e interpretando por fuera de la isla a la que nunca volvió. Pero quizás lo más importante sea, cien años después, recordar que hay muchas canciones memorables y muchos del grupo que consiguieron transformar la cultura del mundo.
Por La Sonora Matancera, por aquella agrupación que con el paso del tiempo fue agregándoles voces e instrumentos a las guitarras que en un principio marcaron su estilo, pasaron figuras fundamentales como Rogelio Martínez Díaz, Celia Cruz, Daniel Santos, Dámaso Pérez Prado, Nelson Pinedo, Bobby Capó, Bienvenido Granda, Leo Marini, Vicentico Valdés, Celio González y Olga Chorens. Fue La Sonora Matancera, semejante escuela de talentos, la que popularizó canciones como Micaela, El preso, Dos almas, El yerbero moderno, Ay cosita linda, Guaguancó, Se vende la casita y El negrito del batey.
La Sonora, global antes de la globalización, experta en cruzar géneros antes de la era digital, sigue en pie con nuevas voces que honran su legado. Es, según Guinness, la orquesta más antigua del planeta. Su historia y su nombre vienen de Cuba, sin lugar a duda, pero su patria ha sido una música que no solo se ha tomado el planeta en español, sino el mundo entero: las bandas sonoras de numerosos clásicos del cine, desde ¡Olé... Cuba! (1957) hasta Sin tiempo para morir (2021), siguen acudiendo a su frescura, y eso mismo puede decirse de tantos melómanos que aún hoy se refugian en sus ritmos, sus punteos y sus coros.