No puede quedar en el aire el clamor desesperado y sentido del alcalde de Quibdó, Rafael Bolaños, quien, a través de varios medios de comunicación, incluido este diario, se refirió el lunes pasado a la situación crítica que vive la capital del Chocó.
No es la primera vez, por supuesto, que un llamado de este tipo se hace con sentido de urgencia. Es gigantesca la deuda social que el país tiene con este departamento y este municipio, realidad que aflora con dolor cada tanto. Pero sí podría decirse que nunca antes había tenido un tono tan crudo y angustioso. Una de las entrevistas concedidas por Bolaños, a Blu Radio, cerró con un “terrible, terrible”, haciendo a alusión a la espiral de degradación social, violencia derivada del crimen organizado y falta de oportunidades en la que está atrapada la juventud quibdoseña.
El mandatario fue contundente, habló de toda una generación que puede perderse, situación que rememora dramas de nuestra historia como lo ocurrido en Medellín a finales de la década de 1980, cuando miles de jóvenes vieron sus vidas truncadas al ser carne de cañón en el enfrentamiento del Cartel de Medellín contra el Estado.
Ante esta realidad se debe reiterar que de nada servirán paños de agua tibia, que aquí estamos ante una crisis social de carácter estructural.
Las cifras de Quibdó respaldan las palabras de Bolaños: mientras en 2023 hubo 103 muertes violentas, este año ya se han registrado 108 en un municipio cuya población ronda los 130.000 habitantes. Se habla de una arremetida del ‘clan del Golfo’ que pretende el control total de la ciudad y de sus enfrentamientos con bandas como ‘los Mexicanos’, ‘los Locos Yan’ y ‘los RPS’, que se han vinculado a la iniciativa de diálogos sociojurídicos, como se conoce también la política de ‘paz total’ del Gobierno Nacional. Aquí, dice Bolaños, hubo alguna esperanza hace un tiempo, pero esta, afirma, se ha desvanecido ante la falta de avances que se traduzcan en alivios para la gente y, de nuevo, los jóvenes.
De cara a esta dura realidad, en la que también abundan flagelos como la extorsión, hay que reiterar –y hacerlo cuantas veces sea necesario– que de nada servirán paños de agua tibia, que aquí estamos ante una crisis social de carácter estructural suficientemente diagnosticada, y a la que no se le ha hecho frente como su gravedad y profundidad obligan. Víctimas de esta inacción son esos jóvenes que se empeñan en sacar adelante su proyecto de vida, pero se ven ante la tragedia de tener que abandonar su territorio y su gente como única opción, pues de permanecer en Quibdó lo más probable sería que terminaran absorbidos por esa temible máquina de muerte y degradación social. Y sobra insistir en el potencial de la juventud de este departamento. Basta recordar el grupo de estudiantes que se impuso el año pasado en el torneo mundial de robótica celebrado en México tras superar numerosos obstáculos.
Ha estado en boga recientemente el concepto de racismo sistémico. La situación que hoy vive Quibdó deja sin argumentos a quienes lo cuestionan en relación con el caso de Chocó y su capital. El reto para el país y para el actual gobierno es trascender el diagnóstico y el lenguaje para sentar las bases de una solución igualmente sistémica que se ocupe de lo urgente –más seguridad, desmantelar las bandas–, pero con la mira puesta en lo importante: la longeva y vergonzosa deuda social.