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Noticia

Hijos e hijas de la paz

El Coro de Hijos e Hijas de la Paz ha ido a la ciudad de Amberes (Bélgica) para recibir con sus cantos al buque escuela Gloria.

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Ese coro, que es la constatación de que luego de aquella guerra vino la vida con todas sus posibilidades, ha ido a la ciudad de Amberes (Bélgica) para recibir con sus cantos al buque escuela Gloria. Se trata de una puesta en escena simbólica, contundente, que es prueba –hasta para los menos cercanos a las ideas que sustentan los acuerdos de paz– de que es posible dar paso a generaciones que superen las violencias y convertir la esperanza en una política de Estado. Los públicos que han tenido la suerte de escuchar al coro, una suma de líderes tradicionales, funcionarios internacionales, exguerrilleros y críticos, suelen terminar la experiencia con lágrimas en los ojos. El coro es un antídoto al cinismo y a la desazón.
Si uno revista su historia de dos siglos, pronto nota que Colombia siempre ha estado tratando de dar con símbolos incontestables que reúnan su multiplicidad de culturas y su pluralidad de movimientos y de partidos. Y la verdad es que, más allá de las diferencias ideológicas, de los desencuentros del pasado y de las dirigencias de turno, tanto el buque Gloria como el coro de los niños de los firmantes de paz tendrían que poner a la ciudadanía en la misma página. Oírlos cantar “estoy contento, yo no sé qué es lo que siento”, como recobrando el derecho a la infancia, redime a cualquiera.

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