‘Antes de morir quiero...’, escribió Candy Chang en las paredes de una vieja casona en Nueva Orleans (Estados Unidos). Era su forma de transmutar el dolor que sentía por la muerte de Joan, a quien quiso como a una madre. Chang invitaba a sus vecinos a completar la frase con lo que se les ocurriera.
En cuestión de horas, las paredes se llenaron de mensajes como: ‘Antes de morir quiero ser completamente yo mismo’, ‘Antes de morir quiero ir al rescate de alguien’, ‘Antes de morir quiero vivir’. Con este experimento, la diseñadora estadounidense quiso darle otro significado a la mortalidad y concluyó que el tiempo bien aprovechado y las relaciones interpersonales de calidad dan felicidad.
Esta experiencia, replicada en más de 70 países como Irán, Australia, Sudáfrica y Kazajistán, la trajo a Colombia Julien Roche, quien decidió implementarla como una forma de “crear un espacio de reflexión para que las personas tomen decisiones que las hagan felices y tengan vidas con propósito”, dice Roche, quien creó el Be Happy Fest, un festival en el que la felicidad es protagonista, y que el paso noviembre llegó a su tercera edición con la asistencia de 3.500 personas.
Para Roche, un retiro de silencio de tres días le resultó revelador frente al asunto: “Entendí que ser feliz no es un estado permanente, sino un momento personal en el que se equilibran las emociones para hallar plenitud en lo que hacemos”.
Adriana Gutiérrez, quien dejó la arquitectura por la angelología, también se confiesa feliz. Coincide con Roche en que “cuando buscamos momentos de introspección personal, aprendemos a observar nuestras emociones, lo que nos están enseñando; y cambiamos nuestro diálogo interno, sintonizamos con lo que es la felicidad”.
Para los estudiosos de la psiquis, la felicidad no se puede perpetuar. “Estar feliz es una emoción como sentir tristeza o ira y está biológicamente programada para que la vivamos ante ciertos estímulos. Eventualmente, se diluye hasta que aparezca un nuevo estímulo que la provoque”, explica Angélica Nieto, psicóloga clínica y docente de la Universidad El Bosque.
Que un curso, libro o gurú prometan felicidad es una falacia, dice Nieto. “Ni siquiera biológicamente se sostiene. Lo que sucede es que queremos evitar a toda costa el malestar, sentir tristeza y lo que se denominan las emociones negativas, cuando estas son necesarias porque hacen parte del modelo de supervivencia del ser humano”, agrega la experta.
¿Prohibido estar triste?
Todas las emociones cumplen una función y están presentes en el día a día. “Lo curioso es que se sanciona socialmente manifestar algunas como la tristeza o la ira porque a la persona se la rotula como depresiva o bipolar o conflictiva”, sostiene Nieto.
No hay que rehuirles a estos estados, pero sí manejarlos con asertividad. “Si no sintiéramos ira, no podríamos defendernos. Si no sintiéramos tristeza, no reflexionaríamos adecuadamente. Es más, la tristeza es la emoción que suele ponernos dramáticos, pero con la que podemos pensar, de hecho, más de la cuenta y tratar una situación en profundidad. Uno cuando está feliz es irreflexivo, cree que todo lo puede”, precisa la psicóloga.
Como ser feliz es una aspiración universal, Naciones Unidas proclamó el 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad y llamó la atención sobre la necesidad de incluirla en las políticas de gobierno. En Colombia existe la Comunidad F, asociación de empresas que trabajan en la materia, liderada por Juan Martín Cardona. “Más de 75 organizaciones comparten sus mejores prácticas de culturas wow! Por ejemplo, Frisby promueve entre sus empleados la biodanza, que les ayuda a encontrar más sentido de pertenencia, entusiasmo y rendimiento laboral”, explica.
La compañía American Express, por su parte, realizó un estudio, en marzo pasado, en el que les preguntaba a 2.000 adultos de Canadá, Estados Unidos, México, el Reino Unido, Japón, Hong Kong, India y Australia qué áreas de su vida contribuían a hacerlos felices. “La de las relaciones personales lideró con el 49 por ciento, seguida del tiempo personal, con el 48, y la de la carrera o el trabajo en tercer lugar, con el 7 por ciento”, cuenta Lisandro Delfino, vicepresidente y gerente general de Alianzas con Bancos en American Express Latam.
Estudios como este confirman que la felicidad es una decisión personal. Mario Ospina, autor del libro Ahora o nunca, el tiempo del amor, ha vivido la mitad de sus 46 años con una enfermedad, pero dice que esa “cruz” ha sido su bendición. Padece un cáncer en las vías digestivas y cuando se encontraba en el estado terminal, le pidió a Dios otra oportunidad para amar: “Me di cuenta de que en el amor está la felicidad”.
Antes esperaba que el mundo lo hiciera feliz: “Me emborrachaba dando paseos en yate o conduciendo automóviles lujosos, y luego venía el vacío”. Tras un retiro espiritual de Emaús comenzó a ver milagros en el servir. Mario tiene 16 tumores en el hígado, a pesar de lo cual está sano y hace labor social con enfermos, reclusos y habitantes del ‘Bronx’.
Experiencias como esta muestran que “la felicidad es un estado de plenitud en el que no faltarán los picos de subidas y bajadas, pero se logra con aprendizaje”, dice Andrés Ramírez, que dicta cátedra sobre el tema en el Cesa, la Universidad del Rosario y la Sergio Arboleda.
FLOR NADYNE MILLÁN
ESPECIAL PARA EL TIEMPO