Hace un tiempo, las agencias de noticias dieron cuenta de que en un convento de París se encontró –lo que para algunos sería– el primer estimulador sexual real femenino, pues al parecer dataría del siglo XVI, y más allá de la anécdota que se desprende del lugar del hallazgo lo cierto es que tuvieron que pasar siglos para que el vibrador se convirtiera en un juguete sexual por excelencia.
De hecho, cuando se patentaron los primeros vibradores en el siglo XIX estos no tenían una connotación erótica, ni su uso se arropaba con el tabú que, incluso hasta hace poco, existía cuando de ello se hablaba.
En esencia, era un elemento terapéutico derivado de las investigaciones de algunos médicos, como Joseph Mortimer Granville, que lo utilizaba para estimular “los nervios enfermos” de sus pacientes, para lo cual se diseñó como un aparato electromecánico por allá en 1870 y que en sus inicios tenía múltiples funciones como atenuar dolores de espaldas, curar laringitis, calmar cólicos infantiles y hasta disminuir malestares en los senos paranasales, para lo cual se aplicaba en dichos sitios, sin que hasta ahora se haya demostrado que tuviera un efecto terapéutico real.
Sin embargo, eran tan comunes que unas décadas después la firma norteamericana Hamilton Beach dispuso comercialmente el primer vibrador eléctrico que –literalmente– se erigió como el sexto aparato electrodoméstico en entrar en escena y generar aspavientos en muchos hogares.
Tenía múltiples funciones como atenuar dolores de espaldas, curar laringitis, calmar cólicos infantiles y hasta disminuir malestares en los senos paranasales
Para la muestra está que los almacenes Sears los exponían en las secciones de hogar con rótulos que lo promocionaban como un “rio muy útil y satisfactorio para el uso casero” y se ofrecía a personas de todas las edades y condiciones bajo la promesa de que solucionaba muchos problemas a punta de los mágicos beneficios de la vibración.
La verdad es que la mayoría estaban diseñados para las mujeres, aunque también había algunos exclusivos para hombres y sus formas pasaban por cinturones para estimular la circulación y la adaptación de algunos aditamentos para estimular el crecimiento del pelo en quienes la alopecia se hacía presente, sin dejar de lado la publicidad que los ofrecía como “maquinas de masaje antiestrés”, lo que dejaba en realidad su utilidad sexual como un elemento marginal, por lo que se cree que su popularidad para autoprodigar placer era la principal motivación por la cual se adquiría y que impulsó un desarrollo del cual hablaremos después. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO
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