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Me creo y por eso, te creo
Es igual o más relevante ser consecuente con uno mismo que con un tercero.
Que levante la mano quien no haya dormido por la noche prometiéndose a sí mismo cielo y tierra. “Mañana madrugo y salgo a caminar”. “Mañana voy a empezar a comer menos dulce”. “Mañana hablo con mi jefe y le digo que no estoy satisfecha con mi trabajo”. “Mañana voy a hablarle ‘menos golpeado’ a mi pareja”. “Mañana dejaré de mirar el celular cuando esté con mis hijos”. “Mañana voy a leer más y a organizar mi clóset”. Ahora, la pregunta del millón: ¿cuántos de ustedes cumplen esas promesas que se hacen o por lo menos intentan cumplirlas?
Estos juramentos suenan fantásticos en la noche, pero cuando sale el sol la historia gira en otra dirección. Con el primer sonido de la alarma, el cerebro piensa en mil excusas de por qué no es tan buena idea la madrugada, descalifica la relevancia de ir a caminar y decidimos dormir una hora más.
Apenas se está en la puerta de la oficina del jefe, ya no nos parece tan buena idea mostrarse exigente y volvemos a sentarnos en el escritorio indignados y aplanchados. Cuando la pareja abre el ojo, recordamos que la noche anterior dejó las medias botadas y hasta ahí llega la intención del tono amoroso.
Si al desayunar solo hay pasteles en la casa, se desvanece la idea de dejar las harinas, y si los hijos están insoportables, nos dan la excusa perfecta para escaparse en el celular y justificar la conectada. Y así para cada promesa. Pasan días, años y lo que se prometió no se cumple.
Aunque estas promesas parecen triviales y hasta creemos que incumplirlas no tiene trascendencia, esto está lejos de ser verdad. Resulta que es igual o más relevante ser consecuente con uno mismo que con un tercero. ¡Una persona confiable empieza con la confianza que tiene en sí misma!
Si en algún momento se ha preguntado por qué le cuesta tanto trabajo confiar en los demás, tal vez la respuesta no radique en el comportamiento de los otros, sino en el grado de confianza que tiene en usted.
Cumplir con nuestra palabra, aunque se trate de algo tan mundano como no comer dulce, nos confirma que podemos contar con nosotros mismos. Tener certeza de esto nos permite creer en que las demás personas merecen nuestra confianza también.
La vida empieza y termina con la relación que tenemos con nosotros mismos.
Debemos entender que no existe mejor porrista ni peor adversario que nuestro cerebro. Este nos ayuda a estar en paz o nos instiga a permanecer en batallas permanentes. No menospreciemos la trascendencia de los pactos que hacemos con nosotros porque estos definen lo que haremos con los demás.