A veces, basta una conversación para darnos cuenta de cuánto estamos cargando sin darnos cuenta. Eso fue exactamente lo que ocurrió cuando me senté a tomar un café con Nancy. Llegó con una sonrisa tímida, pero sus ojos revelaban algo más profundo: cansancio, dudas y, sobre todo, el peso de algo más grande que su bolso. En ese pequeño refugio de la ciudad, una cafetería con aroma a café recién molido y música suave de fondo, entre sorbos de capuchino y palabras dichas con cuidado, hablamos de algo que quizás sea más común de lo que imaginamos: perderse a sí misma en medio de una relación.
—Rebeca, gracias por aceptar este café. Necesitaba tanto hablar contigo… —dijo con la voz quebrada, como quien ha estado conteniendo el llanto por días.
Solo le sonreí y tomé su mano, señalándole que podía desahogarse. Apenas nos sentamos, soltó un suspiro profundo, jugueteando con el anillo en su dedo, y empezó:
—Desde finales del año pasado he querido hablar contigo, pero no sabía cómo empezar… Rebeca, estuve a punto de separarme. Llevamos tanto tiempo juntos, pero no sé en qué momento todo comenzó a desmoronarse. Siento que nos perdimos… y lo peor es que, en el proceso, también me perdí a mí misma.
—¿A qué te refieres? —pregunté suavemente, mientras bajaba la mirada hacia su taza de café.
—Siento que él ya no me comprende. Es como si viviéramos como dos desconocidos bajo el mismo techo. Dice cosas… cosas feas. Me dice que ya no soy la misma, que no me cuido, que estoy gorda. Y, ¿sabes, Rebeca? Son pequeñas palabras, pero me duelen más a cada día. Es como si, poco a poco, me estuviera apagando.
La mirada de Nancy vaciló. Se detuvo por un momento, como si estuviera reuniendo fuerzas para continuar. Cuando habló de nuevo, su voz cargaba el agotamiento de quien ha llegado al límite.
—Y lo más extraño es que, aunque me exige tanto, diciendo que no le presto suficiente atención, siento que ya no tengo energía para dar. Es como si lo que soy nunca fuera suficiente. El otro día, al pedir una pizza, casi pido la que a él le gusta, no la que yo quería… Y ahí, en ese momento tan simple, me di cuenta: ya no sé quién soy.
Me acomodé en mi silla, sintiendo la profundidad de ese instante. Nancy estaba al borde de las lágrimas, pero continuó:
—Al inicio de nuestra relación, fui aceptando pequeñas cosas… pequeñas críticas, pequeños ajustes que él decía que eran “mejores para nosotros”. “Habla más bajo, Nancy.” “No seas tan extrovertida.” “¿Por qué no actúas así o asá?” Y fui cambiando, moldeándome a lo que él quería. ¿Y sabes qué pasó? Hoy soy una persona amarga, cansada, como si viviera en piloto automático.
Guardé silencio por un momento, absorbiendo todo lo que decía. Sentí que necesitaba algo más que una respuesta automática. Era un momento de vulnerabilidad tan profundo que requería contención.
—Nancy… — empecé, eligiendo cuidadosamente mis palabras —. Lo que estás viviendo no es fácil, pero voy a decirte algo que quizá necesites escuchar: el otro solo tiene el poder de apagarnos cuando nosotras entregamos ese poder.
Ella levantó la mirada, intrigada.
—¿Cómo así?
—Poco a poco dejaste que él definiera quién debías ser. Y ¿sabes qué es lo más cruel de todo esto? Cuando te transformas en la proyección del otro, esa persona pierde interés porque ya no eres tú. Lo que él iraba, lo que te hacía brillar, era precisamente quien eras antes.
Nancy guardó silencio, procesando. Continué:
—¿Sabes? Esto no es raro. Muchas personas, tanto hombres como mujeres, pasan por esto. Cuando una relación comienza, nos enamoramos de lo que el otro es, genuinamente. Pero con el tiempo, es como si quisiéramos moldear al otro según lo que creemos ideal, lo que nos hace sentir más cómodos. Es egoísmo, puro y simplemente. Y cuando la otra persona cede, pierde su esencia, y la relación se vuelve insostenible.
Respiró profundo, como si mis palabras hubieran iluminado algo que no podía nombrar.
—Rebeca, no quiero separarme. Aún lo amo, pero antes de eso… necesito reencontrarme. Ya no sé por dónde empezar.
Tomé su mano nuevamente.
—Nancy, el primer paso es recordar quién eres. Dime algo: ¿quién eras antes de todo esto? ¿Qué te gustaba hacer? ¿Cuáles eran tus sueños?
Sonrió levemente, como si intentara rescatar esos recuerdos.
—Me encantaba bailar. Amaba ir a la playa, sentir el viento en el rostro… Me gustaba cantar en la ducha, ¿sabes? Cosas pequeñas.
—Entonces empieza por ahí. Haz una lista de todo lo que te hacía feliz. Recuerda quién eras antes de perderte. Reconéctate con la música, la naturaleza, con esas pequeñas cosas que te recargan. Poco a poco, recuperarás tu esencia.
Nancy me miró con los ojos llenos de lágrimas otra vez, pero esta vez con un brillo diferente.
—Y cuando me sienta más fuerte, ¿cómo puedo rescatar mi relación?
Sonreí, porque sabía que estaba dispuesta a luchar, pero ahora de una manera saludable.
—Me encanta que ya te estés priorizando. Antes de pensar en el “nosotros”, necesitas cuidar del “yo”. Cuando te sientas segura siendo quién eres, propón algo especial. Invítalo a cenar. Pero atención: no vayan juntos, vayan como si fuera una cita. Cuando llegues, dile algo como: “Hola, mucho gusto. Soy Nancy. Me gusta bailar, sentir el viento en el rostro y cantar en la ducha. Esta soy yo. Quiero vivir esta relación siendo quien soy. ¿Aceptas eso, sin intentar moldearme ni apagar quién soy?”
Nancy sonrió, sorprendida con la idea, pero parecía encontrar en ella algo poderoso.
—Es tan diferente…
—Sí. Porque es sincero. Y, más importante, se trata de que reclames tu espacio. Pero recuerda: durante todo este proceso, comunícate. No esperes a los momentos de pelea para decir lo que sientes. Usa la calma, el silencio, para reflexionar y, cuando estés lista, habla. La comunicación asertiva es esencial. No se trata de atacar, sino de compartir cómo te sientes.
Sonreí, inclinándome un poco más hacia ella.
—Con amor y honestidad, sin acusaciones. Escoge un momento tranquilo y comparte tus sentimientos. Di lo que sientes, lo que necesitas, pero siempre partiendo de ti, no de él. En lugar de “tú no me entiendes”, di: “me siento incomprendida”. La comunicación es clave, Nancy, pero solo funciona cuando partimos desde un lugar de empatía y madurez.
Nancy suspiró, ahora con un semblante más ligero.
—Gracias, Rebeca. Empezaré. Intentaré reencontrarme y, quién sabe, rescatar lo bueno que tenemos.
Más tarde esa noche, Nancy me envió un mensaje:
“Rebeca, gracias por hoy. Durante la cena, puse mi playlist favorita, esa que me recuerda las canciones de mi juventud. Fue como un bálsamo para el corazón. Empecé a verme a mí misma otra vez. Quiero seguir así, siendo quien soy, y cuidando de mí primero. Quizás eso me ayude a reencontrar nuestra relación.”
Mientras leía su mensaje, pensé en cuánto pueden significar los pequeños gestos para generar grandes cambios.
Y tú, querido lector, ¿alguna vez has sentido que, en una relación, te fuiste apagando poco a poco para encajar en las expectativas de otra persona? ¿Te has visto moldeando quién eres hasta perder de vista tu propia esencia? ¿O conoces a alguien que podría estar pasando por esto? Quiero escuchar tu historia, tus reflexiones. Comparte en los comentarios aquí en la columna o en mis redes sociales. Sigamos esta conversación, porque hablar sobre esto puede ser el primer paso para inspirar cambios, tanto en tu vida como en la de quienes conoces. Al final, juntos podemos encontrar caminos para reavivar el brillo que nunca debió apagarse. ¡Participa, comparte y deja que tu voz se escuche!
Rebeca Macedo Duarte*
Especialista en Inteligencia Emocional, CEO de Divinamente Speakers USA