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Tochecito: así quieren salvar de la desaparición a la palma de cera

El árbol nacional está hoy amenazado por dos problemáticas: la ganadería extensiva y el turismo.

El área de la cuenca del río Tochecito, donde habitan las Palmas de Cera, abarca cerca de 4.500 hectáreas. Y allí, son varios los palmares que, como el que aquí vemos, nos recuerdan la importancia de este lugar para la conservación del Árbol Nacional de Colombia.

El área de la cuenca del río Tochecito, donde habitan las Palmas de Cera, abarca cerca de 4.500 hectáreas. Y allí, son varios los palmares que, como el que aquí vemos, nos recuerdan la importancia de este lugar para la conservación del Árbol Nacional de Colombia. Foto: Mauricio 'El pato' Salcedo

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PERIODISTA DE MEDIOAMBIENTE Y SALUDActualizado:

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Cuando un colombiano o un extranjero piensa en la palma de cera quindiense (Ceroxylon quindiuense) se imagina grandes pastizales verdes con imponentes palmas que sobresalen solitarias por su altura que alcanza incluso los 80 metros. Esa imagen, del declarado árbol nacional, se ha replicado y se ha metido aún más en el imaginario de las personas a partir de las postales surgidas del Valle del Cocora. Sin embargo esa imagen, en realidad, muestra a un cementerio viviente de palmas. Esos árboles que no tienen un bosque debajo están condenados a desaparecer, según explica el colombiano con más conocimiento sobre esta especie, el doctor Rodrigo Bernal.
Valle del Cocora, Salento, Quindío.

Valle del Cocora, Salento, Quindío. Foto:Gabriel Pereda

De acuerdo con él, las palmas de cera naturalmente requieren de un ecosistema de bosque que se asiente por debajo de ellas, donde las semillas y plántulas de las grandes palmas adultas puedan caer y crecer mientras los árboles tupidos las protegen con su sombra de los rayos UV, que las matan en su lento crecimiento que suele tomar décadas. Sin embargo, hoy, el turismo desmedido y la ganadería extensiva han creado la imagen de que las palmas de cera viven solitarias en amplios y contrastantes pastizales verdes, condenandolas a la muerte. 
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Investigador experto en la palma de cera.

Rodrigo Bernal, investigador y experto en palmas.

Bernal, quien fue el principal promotor de las iniciativas que en compañía de la iglesia católica ayudaron a disminuir en más de un 90 por ciento el uso de las hojas de la palma en la celebración del domingo de ramos, ahora hace parte de una iniciativa liderada por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt que busca crear un gran área de conservación en la cuenca del río Tochecito, la zona con mayor extensión de palma de cera en el país, ubicada entre Cajamarca e Ibagué, en la mitad de la cordillera central colombiana. 

El sueño de hacer de Tochecito un área protegida

Zona geográfica donde se encuentra la cuenca del río Tochecito

Zona geográfica donde se encuentra la cuenca del río Tochecito Foto:El TIEMPO

Por la cuenca del río Tochecito hay más de 500.000 palmas de cera adultas y apenas unas 200.000 jóvenes. Eso es más de la mitad de todas las palmas de cera del país distribuidas en un territorio de tan solo 8.900 hectáreas (las palmas están en tan solo 4.500 de ellas). Esa zona que aunque no sufrió la crudeza del conflicto armado sí fue un territorio dominado por integrantes de las extintas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), que no permitían el a muchos de los dueños de las grandes fincas ubicadas entre los 2.400 y 3.600 metros sobre el nivel del mar. Tras firmarse el Acuerdo de Paz, los dueños de dichos territorios regresaron, y con ellos varias actividades económicas que han venido degradando este espacio como el turismo que espera ver palmas en inmensos pastizales aislados y vacas, que, según los expertos, aman el sabor de las plántulas de palma de cera.
Perder las palmas de esta zona sería gravísimo. Si se pierden esas poblaciones –que hoy es probable que suceda– se pierde la población más importante con estabilidad genética de toda la especie
Entonces, desde 2016, a Bernal y a otros investigadores se les ocurrió la idea de crear una gran área de protección que permita no solo conservar las inmensas y longevas palmas, sino además restaurar los ecosistemas degradados, sembrando árboles y permitiendo que la naturaleza recupere su estado natural con el paso del tiempo.
Esa idea requiere de varias décadas y de mucho apoyo, pues las palmas crecen lento y los árboles nativos de bosques altoandinos que deberían existir por debajo de estas, como manzanillos, laureles y cedrillos, necesitarán al menos 20 años para convertirse en el escudo de protección que requieren las pequeñas plantas para crecer.
“Esta zona estuvo totalmente desconocida para el país durante más de 50 años porque era refugio de las Farc, era una zona de descanso de ellos. Allí nunca hubo combates pero tampoco entraba nadie. En el año 2013 yo entré allá, no había ido desde 1991 cuando salí un poco asustado por tanta soledad, sabiendo que a uno lo estaba viendo la guerrilla por allá. Entonces tuvimos la oportunidad de conocer la región, de conocer el número de palmas que habían y reunir un montón de información y con esas cifras planteamos, en el plan de manejo y conservación de la palma de cera, la necesidad de crear en esa zona un santuario a la palma. Porque allí están las poblaciones más grandes que hay en el mundo. Es una cosa enorme”, señala Bernal.
Zonas donde se encuentra la palma de cera

Zonas donde se encuentra la palma de cera Foto:El TIEMPO

Entonces en conjunto con el Instituto Humboldt y algunos de sus investigadores plantearon varias opciones para proteger la zona. La más ideal convertir la zona en un gran Parque Nacional Natural, no solo por la importancia en individuos de Ceroxylon quindiuense, sino por su importancia histórica, pues la cuenca de Tochecito hace parte del Camino de Quindío, uno los caminos reales que por siglos comunicó a Bogotá con Quito, y por donde hizo su último viaje Simón Bolívar antes de irse a la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta.
Sin embargo, dicha idea no prosperó, y se convirtió en un proyecto en el cual intervienen muchos más actores para su desarrollo. Según explica Luis Santiago Castillo, biólogo e investigador del Instituto Humboldt, lo que se busca ahora es desarrollar un conjunto de ocho estrategias que aportan desde distintos frentes a la conservación de esta planta tan representativa para el país.
Dichas estrategias son: la compra de predios y creación de un área protegida pública; la promoción y apoyo al registro de reservas privadas (convertir fincas en zonas de reserva); la implementación de acuerdos de conservación y producción sostenible; la reconversión de la actividad ganadera; la implementación de un plan de turismo sostenible que entienda que las palmas no son torres gigantes en medio de potreros vacíos, sino árboles inmensos que sobresalen en bosques repletos de distintas especies de flora; la promoción de un programa de restauración y siembra de bosques y palmas; la Investigación científica y el fomento de la participación comunitaria y la articulación interinstitucional para el manejo de la cuenca.
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Biólogo e investigador del Instituto Alexander von Humboldt.

Luis Santiago Castillo, biólogo e investigador del Instituto Humboldt.

Perder las palmas de esta zona sería gravísimo. Si se pierden esas poblaciones –que hoy es probable que suceda porque en este momento la mayor cantidad de palmas sobreviven sobre pastos y no hay plantas jóvenes que las estén reemplazando– se pierde la población más importante con estabilidad genética de toda la especie y es probable que eso conlleve a un colapso genético y poblacional de toda la especie a lo largo de los Andes tropicales. Las pérdidas desde el punto de vista estético y simbólico son grandísimas. Es el árbol nacional, es un referente del paisaje cafetero, es un referente histórico y científico, pues esta es la palma más alta del mundo. Y a nivel de ecosistema sería muy grave la pérdida de esta especie porque las palmas de cera son especies que probablemente mantienen poblaciones grandes de fauna gracias a producción de frutos que consumen muchas especies de aves y mamíferos”, destaca Castillo.
De acuerdo con él, “entre 50 y 100 años es lo máximo que tenemos” para que se repongan las poblaciones perdidas a causa de la ganadería y el turismo, pues ahora solo existen adultos que aunque lanzan semillas, estas se pierden entre el sol que las quema y las vacas que se las comen. Sin embargo eso no es tan sencillo. Aunque la ganadería no es tradicional de estas zonas, debido a que es de muy baja productividad, esta actividad sí se ha convertido tras la conquista española en el medio de subsistencia de muchas de las familias que habitan la región. Por eso, lograr que ganaderos recojan sus animales, siembren árboles y dejen al ecosistema recuperarse no es algo sencillo. Hoy, solo una familia ha decidido hacerlo.

Los Bedoya

La familia Bedoya ha sido dueña por más de tres generaciones de un predio de 254 hectáreas ubicado en la cuenca del río Tochecito. Desde hace un par de años el 80 por ciento de la finca fue convertida en una Reserva Natural de la Sociedad Civil, una de las categorías privadas de conservación del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP) que permite, a cualquiera con la voluntad, convertir su predio un lugar que aporte a la conservación de la riqueza natural del país.
Los dueños de la finca son los hermanos Mario Bedoya (y sus dos hijos Diana y Mario José) y Yolanda Bedoya (y sus cuatro hijos Juan Ramón, Brenda, Santiago y Sebastián). El predio, una hacienda tradicionalmente ganadera, se ha convertido ahora en un espacio que le apuesta al turismo sostenible y científico, para que las personas puedan conocer no solo la majestuosidad de las palmas sino verlas en su verdadero ambiente natural, repletas de árboles a su alrededor.
“La palma de cera representa algo muy importante para nuestro país, ya que fue la anfitriona y ha sido la espectadora de realización de Colombia. El camino nacional se fue forjando por esta cuenca y la palma siempre ha sido una espectadora del crecimiento de la nación. Hace parte de nuestra cultura y de nuestro arraigo”, destaca Mario José Bedoya, uno de los dueños del predio. Según él lo que quieren hacer como pioneros es invitar a otros tenedores de tierras de la zona a que se sumen y a que decidan proteger sus terrenos y devolverles la naturalidad que no han debido perder nunca.
Para eso, explica el investigador Rodrigo Bernal, solo se requiere convicción y tiempo. Según dice, lo único que se debe hacer para “cicatrizar” esos potreros ganaderos es sembrarle un bosque pionero donde empezarán a crecer las palmas pequeñas y los demás árboles que naturalmente deberían estar allí. “A la vuelta de 40 a 50 años ya tenemos un bosque empieza a parecerse a lo que era un bosque original. Para que vuelva a ser como debía tendrán que pasar muchos más años, pero ya hay un bosque, aunque la composición de especies no sea la misma. Inclusive esos bosques secundarios son muy interesantes desde el punto de vista de captura de carbono porque estos atrapan más CO2 que los bosques maduros porque están en desarrollo y son unos sumideros de carbono tremendos”, enfatiza Bernal. Mucha de esa restauración puede ser pasiva, lo único que tendrían que hacer los dueños de los predios o bien el Estado es sembrar algunos árboles y dejar que la naturaleza haga lo suyo.
Sin embargo, hoy, siguen estando protegidas solo 254 de las más de 8.900 hectáreas de bosque que conforman Tochecito, un sueño de área protegida que se queda sin tiempo frente al lento crecimiento de unos árboles gigantes.
EDWIN CAICEDO | REDACTOR MEDIOAMBIENTE

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