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Noticia
Semana Santa: siete mujeres reflexionan sobre las últimas palabras de Jesús en la cruz
Teólogas, académicas y comunicadoras profundizan en el Sermón de las Siete Palabras.
Las últimas palabras de Jesús en la cruz, o el ‘Sermón de las Siete Palabras’, es una representativa práctica religiosa que tiene lugar el Viernes Santo Foto: Pixabay
El Papa Francisco ha sido enfático al subrayar que “la mujer del santo pueblo fiel de Dios es reflejo de la Iglesia. La Iglesia es femenina, es esposa, es madre”. Además, el Pontífice argentino ha asegurado que “los de la jerarquía venimos de ese pueblo y hemos recibido la fe de ese pueblo, generalmente de nuestras madres y abuelas (…), una fe transmitida en dialecto femenino”.
Para comprender el sentido y significado de las últimas palabras de Jesús en la cruz, o el ‘Sermón de las Siete Palabras’, como se conoce esta representativa práctica religiosa que tiene lugar el Viernes Santo, EL TIEMPO invitó a compartir sus reflexiones a siete mujeres: algunas son teólogas, otras están vinculadas al ámbito académico o a los medios de comunicación católicos.
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
Hna. Liliana Franco, doctora en teología y Presidenta de la Confederación Latinoamericana de Religiosas y Religiosos – CLAR.
“La plenitud del amor es el perdón. Hace unos años conocí, en el barrio Doce de Octubre, de Medellín, a una mujer a la que le habían asesinado a tres de sus hijos. Y la escuché decir que perdonaba a los asesinos. Se le veía serena y apacible, siempre solidaria y atenta a las necesidades de sus vecinos. No conoció la palabra venganza y por eso lo suyo fue la paz.
Jesús, con la mirada puesta en el Padre, pidió perdón para sus victimarios. Él había conocido la complejidad del corazón humano, se había topado tantas veces por los recodos del camino, con quienes engañan y calumnian, con los que hieren y lastiman, con los que inclementes juzgan y excluyen. Al borde de la muerte, él mismo padecía la barbarie humana. Y lo que no pudo arrebatarle el régimen opresor fue la limpieza de su corazón, su fe en lo humano y su centralidad en el Padre. Y amando hasta el extremo, pidió para sus verdugos el don del perdón.
Tanta ignorancia acumulada, tanto no saber enquistado, nos ubica muchas veces, en el escenario de los que juzgan y lastiman, de los que hieren y calumnian, de los que excluyen y segregan… Y nuestro Dios, hecho misericordia, nos mira adolorido y nos ofrece la plenitud de su amor, su perdón”.
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”
Paola Calderón Gómez, madre y mágister en comunicación social.
“¿Y este qué mal ha hecho?, preguntó uno de los ladrones durante la crucifixión, pensando en las razones que condenaron a Jesús. Ahora también hay hombres y mujeres como él, señalados, condenados, listos para morir, pero con la certeza de un ideal por alcanzar.
Viene a mi mente los rostros de las mujeres de los pueblos originarios, cuyas problemáticas se extienden por la cuenca amazónica. Amenazadas, pero resistentes y resilientes, se organizan para luchar contra las problemáticas que dejan los megaproyectos, la extracción minera, la exploración petrolera y la deforestación desmedida. Sobre sus hombros pesa la responsabilidad de solventar dilemas como la escasez de alimentos, las siembras perdidas, el crecimiento poblacional, la violencia de género y la explotación sexual.
Según el último informe de la organización Somos defensores, 119 mujeres murieron ejerciendo su liderazgo. Las mujeres amazónicas, como su territorio, sufren diversas formas de violencia, desposeimiento, irrespeto, incomprensión y abandono estatal. La frase de Jesús también es para ellas, lo confesaron con su propia vida y formaron a otros para liderar sus comunidades. Viviendo su fe, pese a los dolores, demuestran que se muere como se vive. Así lo hizo Cristo, y ellas defienden la vida con valentía aferradas a una gran promesa: “hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.
“He aquí a tu hijo, he aquí a tu madre”
Pilar Torres Silva, madre, comunicadora y responsable de pastoral universitaria.
“Siempre me ha gustado ver en hechos concretos la Palabra de Dios. En mi trabajo en la universidad, siento que todos los días Jesús crucificado me dice: ‘mujer, ahí tienes a tu hijo’, cuando se acerca algún joven en busca de consuelo por su situación familiar o cuándo me encuentro con una joven universitaria llorando en la escalera porque terminó con su novio o incluso cuando me topo con un chico que no encuentra sentido a sus estudios y ya está finalizando su carrera.
No soy su madre biológica, pero a ejemplo de María, Madre de todos, no puedo más que abrir mis brazos y acogerlos, escucharlos y mostrarles un camino de esperanza en el resucitado. Quizás solo los vea una única vez, quizás otros quieran un acompañamiento permanente, en cualquier caso, es dar nuevamente el ‘sí’ de María al Señor y a su plan de salvación.
Deberíamos hacernos esta reflexión, no por ser Semana Santa ni por ser madres, sino por el imperativo de vivir el Evangelio día a día y acoger al necesitado. ¡Todos podemos ser una madre!”.
Leidy Paredes, contadora pública y coordinadora de ‘Aguaazo’, una iniciativa solidaria con los habitantes de la calle.
“Estamos invitados a explorar el sufrimiento humano y la búsqueda de sentido en medio de la adversidad. Es lo que hacemos en ‘Aguaazo’ frente al drama de los habitantes de la calle, una expresión de solidaridad y amor hacia los marginados por la sociedad. Las palabras de Jesús en la cruz, ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’, encuentran eco en la experiencia de aquellos que se sienten desamparados en las calles de nuestras ciudades.
Con el corazón en los pobres, y el oído en el Evangelio y en la realidad, sentimos el llamado a continuar narrando memorias, escuchando al pueblo y tejiendo los sueños de un futuro más justo y compasivo para todos. La voz de los que sufren resuena con fuerza y claridad, recordándonos que el amor y la solidaridad son las verdaderas respuestas al grito de angustia de una sociedad”.
Jesús en la cruz Foto:Imagen de uso libre
“Tengo sed”
Clara Carreño, doctora en antropología, docente universitaria, investigadora y activista.
“Cuando pienso en la expresión ‘tengo sed’, pienso en la inmensa cantidad, constante, y aún invisible de niñas, mujeres jóvenes, adultas y mayores que han extendido su mirada para acoger a otras, para soportar el peso de una economía salvaje, la angustia de dar alimento a sus hijas e hijos, para sostener la vida que se desvanece en las manos de los megaproyectos que no piensan sino en agrandar sus propias arcas a costa de acabar con la vida de los demás.
‘Tengo sed’ es esa expresión en la mirada de muchas de ellas que nos dicen lo que es injusto, pero viven la impotencia de resolver estas realidades, porque siempre están los argumentos y las razones de la economía, la academia y las instituciones que pregonan que los daños profundos de la vida resulta que son colaterales y que, entonces, no tienen solución.
Cuando ‘tengo sed’ pienso en la cantidad de amigas que nos abrazamos, que decimos que a pesar de todas las adversidades continuaremos denunciando lo que nos afecta y genera muerte, más allá de la indiferencia. Y pienso que podríamos juntar muchas manos y beber de la esperanza, la alegría, la libertad y el restablecimiento de una vida justa y amorosa. Aún es posible buscar y encontrar agua para beber y mojar nuestros labios”.
“Todo está consumado”
Isabel Corpas de Posada, madre, abuela y doctora en teología.
“En otras palabras, ¡misión cumplida! Es el parte de Jesús después de haber entregado su vida al servicio de desposeídos y descartados de la sociedad, como eran los enfermos o las mujeres, y antes de entregar su espíritu –el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo– para conducir a sus discípulos y discípulas que, después de su partida hacia el Padre Dios, habrían de prolongar la misión de Jesús a lo largo de la historia. Ayer, hoy, siempre.
Por esa acción del Espíritu, seguidores y seguidoras de Jesús tenemos la responsabilidad de asumir la misión que a cada quien nos corresponde en el entorno familiar y social. Pero también la posibilidad de hacer de esa misión una entrega generosa al servicio de quienes cada día necesitan nuestra atención y nuestra cercanía, al mismo tiempo que nuestro aporte para la construcción de la paz y la justicia. Y así poder decir con Jesús ¡misión cumplida! al concluir cada tarea y con la satisfacción de haber entregado lo mejor de nosotros”.
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
Olga Consuelo Vélez, doctora en teología y docente universitaria.
“El evangelista Lucas coloca estas palabras en boca de Jesús, palabras tomadas del salmo (31,6), concluyendo así la pasión de Jesús y la aceptación voluntaria de la suerte que ha corrido por su fidelidad al anuncio del Reino. Este dato es importante a la hora de pensar en la historia de las mujeres. Nunca la pasión y la cruz han de ser aceptadas con resignación o creyendo que son voluntad de Dios y, entonces, repetir las palabras de Jesús, como gesto de aceptación del sufrimiento que la vida les trae. Dios no quiere el sufrimiento de las mujeres, ni la resignación ante Él. Dios quiere que se cumpla su plan de salvación para la humanidad, que consiste en la vida digna, justa, libre de todo tipo de violencia y en paz, para todos y todas.
Por esa causa Jesús se enfrentó a las instituciones religiosas de su tiempo y se mantuvo fiel para no desvirtuar la voluntad divina. En ese sentido, dejar la propia vida en manos de Dios, supone fidelidad y no fracaso, supone resistencia activa y no resignación, supone militancia y no renuncia a las propias convicciones.
Las mujeres, antes y ahora, están llamadas a entender la pasión y la cruz, no como parte de su ser mujeres, como si su destino fuera el sufrimiento, sino como compromiso para librarse de toda la violencia que la sociedad patriarcal ha permitido contra ellas. En las manos del Padre/Madre han de poner sus luchas y todos sus esfuerzos para que ‘nunca más’ se ejerza ninguna violencia contra ellas y, mucho menos, ningún feminicidio”.
Óscar Elizalde Prada* para EL TIEMPO
*Doctor en comunicación social. Consultor del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano.