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Un acuerdo, uno solo: el derecho a la vida

Es el momento del contrapeso de las razones. Del corazón.

Consultor en Innovación y mediaActualizado:

Tantas razones y sinrazones pueden esconderse detrás de la guerra: nacionalismo, honor, ignorancia, justicia, ideologías, creencias, inseguridad, miedo, discriminación. Complejidades que se entrelazan apretadas, fundidas, cegando rutas y oxígeno para desatar la maraña entre lo sensato y lo absurdo. Cuando observo algunos conflictos internacionales en curso, y trato de entender lo complicado de las raíces de su guerra, me pregunto si el reto colombiano es más simple y a veces creo que sí. Entonces entra una duda: ¿por qué, al menos, no podemos ponernos de acuerdo en un solo punto: proteger la vida?

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La vida. La muerte. No matarnos. Un simple y único acuerdo para empezar. Un mínimo en la decencia que no conseguimos. ¿Por qué es tan difícil encontrarnos como colombianos en esa idea tan básica y obvia que da incluso vergüenza pensar que esté en la agenda y que somos un país que requiere dicho acuerdo? Al final, da más pena no resolverlo, las víctimas del pasado lo merecen, y las del futuro, nuestra vida, la del hijo, la del amigo y la del extraño, también. Dejar de ser cómplices de privar el derecho a ser del otro, aniquilando su existencia. Quizás el acto injusto más bárbaro y definitivo.

No entiendo en el hombre la excusa. Podemos reconocer que los seres humanos albergamos instintos, tendemos a marcar territorios, poseemos experiencias que nos deshumanizan, estamos sujetos a influencias socioculturales que difieren con otros del globo, enfrentamos crisis ambientales, habitamos en el medio de batallas de competencia, poder y polarización, somos afectados por injusticias históricas que se perpetúan en dolor e inequidad, enfrentamos dilemas éticos complejos como resultado de las coyunturas, convivimos con diferencias ideológicas y espirituales –algunas con seguidores extremistas que nos alteran con su violencia–, vivimos en un reto permanente de salud pública, somos desafiados por la necesidad de una adaptación rápida e inteligente a nuevas formas de vida y tecnologías, en un mundo que enreda sus formas de comunicación y crea versiones inverosímiles de la verdad. Pero aunque existe esta lista infinita, no hay justificación. Es el momento del contrapeso de las razones. Del corazón.
Se requiere un trabajo sin tregua de sensibilización y formación. Ofrecer apoyo y recursos a las víctimas y victimarios potenciales, evitar la exposición a la violencia.
Adela Cortina, filósofa española sobre ética y moral, recuerda Eafit en su proyecto Atreverse a Pensar, afirma: “El sentido profundo de la moral civil descansa, pues, en unos valores compartidos, que por verdaderos hemos aceptado explícitamente un buen número de sociedades, sin dejar un resquicio de posible acierto al hipotético contrario... La moral civil descansa en la convicción de que es verdad que los hombres son seres autolegisladores, que es verdad que por ello tienen dignidad y no precio, que es verdad que la fuente de normas morales solo puede ser un consenso en el que los hombres reconozcan recíprocamente sus derechos, que es verdad, por último, que el mecanismo consensual no es lo único importante en la vida moral, porque las normas constituyen un marco indispensable, pero no dan la felicidad. Y los hombres –esto también es verdad– tienden a la felicidad”.

Quiero a mi Colombia, hecha de personas diversas, en ruta de la felicidad donde “el individuo opte por el bien o la acción correcta o ética desde una profunda convicción” (Cortina).

Se requiere un trabajo sin tregua de sensibilización y formación. Ofrecer apoyo y recursos a las víctimas y victimarios potenciales, evitar la exposición a la violencia, desarrollar una formación sana para formar mentes equilibradas y entrenar en un manejo de la rabia sano, promover el sentido de comunidad y nación, celebrar referentes apropiados para todas las edades. Entonces es indispensable algo simple: un acuerdo, uno solo: no matar.

@MOrtizEDITOR

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