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'El santismo como doctrina política no existe': Alejandro Gaviria
El exrector de la Universidad de los Andes habló con BOCAS sobre su aspiración presidencial.
Entrevista del precandidato presidencial con BOCAS Foto: Pablo Salgado
Tiene dos colecciones: la obra completa de Gabriel García Márquez en sus primeras ediciones y una buena parte de la obra de Jorge Luis Borges, también en sus primeras ediciones. Le gusta más “el poeta escéptico”, como le dice a Borges, que Gabo. Fernando Vallejo le parece fundamental y cita de memoria a Antonio Tabucchi.
Es de lágrima fácil. Es hincha de Atlético Nacional. Es ensimismado. Es amante del dulce (aunque recientemente los médicos se lo han restringido). Le gusta estar cruzado de brazos. En su despacho no atiende desde su escritorio: habla caminando. Mira fijamente y sus ojos luminosos siempre parecen desorbitados.
Consume, como mínimo, un verso al día. Sus poetas favoritos son la polaca Wisława Szymborska y el venezolano Eugenio Montejo. Todos los días escribe algo, no importa qué ni cuánto. Ha publicado 10 libros, cinco en los últimos cinco años, así como docenas de textos académicos y periodísticos. Asiste encantado a las Ferias de Libros y firma, de la misma manera, montones de ejemplares. Le apasiona el cine de Alfonso Cuarón y la obra de Beatriz González.
Dice que fue irreverente. Dice que hubo un tiempo en que fue marxista. Dice que consulta decisiones con los héroes de ficción que habitan en su cabeza. Dice que escribe en la ducha. Dice que no le gusta que lo manden. Dice no tener ninguna afiliación partidista. Dice ser un humanista. Dice que lo más importante es la libertad. Dice que todo es el azar.
Entrevista en BOCAS con el precandidato presidencial Foto:Pablo Salgado
Cuando iba a asumir la rectoría de Los Andes, me dije: “Esto ya es demasiado”. Quería estar tranquilo y mire dónde estoy. Hay un destino que uno no controla plenamente
Del rock prefiere a Yes. De la música clásica, los conciertos de piano de Chopin, Liszt, Beethoven y Mozart (en ese orden). Del vallenato, tal vez su sonido más cierto, “cuatro pilares fundamentales”: Los Zuleta, el Binomio, Oñate y Diomedes.
Nació en Chile porque su papá se ganó una beca para estudiar en el sur del continente estadística matemática. Se crio en Medellín. Tuvo el mejor ICFES de su colegio. Estudió ingeniería civil y luego hizo una maestría en Economía en Bogotá, porque un día fue a comprobar de qué se trata la fama de la Universidad de Los Andes y esa fue la primera facultad que se topó (y lo recibieron). Ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar con una columna que tituló “Matar a un elefante”.
Tiene tatuados sus dos antebrazos con dos frases en inglés que parecen las suyas de batalla, una de un literato y otra de un empresario. En el izquierdo: “Celebra la vida”, de Derek Walcott. En el derecho: “Tu tiempo es limitado”, de Steve Jobs. Tiene dos hijos: Mariana (25 años, de su primer matrimonio) y Tomás (14 años). Tiene en Carolina Soto a una pilísima esposa, hoy desempleada. Tiene una página digital con su nombre –y con cara de blog– que alimenta todas las semanas.
Trabajó en Suramericana de Seguros programando computadores; en la Federación de Cafeteros escribiendo artículos; en el Banco Interamericano de Desarrollo como investigador; en el Departamento Nacional de Planeación como subdirector; en El Espectador como columnista; en el Ministerio de Salud como ministro y en la Universidad de Los Andes como profesor, decano y rector, respectivamente. Hoy aspira al cargo de la Presidencia de la República.
Siendo ministro de Salud padeció insomnio y estrés crónico. En el 2017 fue diagnosticado con cáncer de linfoma no Hodgkin de célula B grande c-MYC positivo (cáncer del sistema linfático). Cuando perdió el pelo, por cuenta de las quimioterapias, su hijo no lo reconoció. Asegura, con sarcasmo, que su pelo ya no es una “mecha brava”, que es “más suave”.
En medio del tratamiento estuvo a punto de morir: las defensas se le bajaron y una bacteria gastrointestinal entró en su sangre. Estuvo tres días más allá que acá. Los médicos le dijeron que había sobrevivido de milagro.
Una mañana de junio del 2019, ya recuperado –recién nombrado rector de laUniversidad de Los Andes–, recibió un correo con los exámenes de seguimiento. A primera hora abrió el primer documento y encontró que, de nuevo, tenía cáncer en todo su cuerpo. Pensó que había sufrido una grave recaída, que estaba condenado. Llamó al presidente del Consejo Superior de la Universidad y le dijo que no podía asumir el cargo. Habló con su esposa y sus hijos y trató de ser lo más sincero posible. Sus médicos personales lo llamaron asombrados. Fue el peor día de su vida. Solo hasta la alta noche se dio cuenta de que el examen que había abierto era en realidad el primero que, dos años atrás, le habían enviado cuando fue diagnosticado con cáncer. Una equivocación. Entonces volvió a vivir.
Después de ganar una enorme batalla contra el cáncer, para lo cual recomiendan llevar una vida tranquila, usted decidió lanzarse a la Presidencia de la República de este azaroso país. ¿Cómo se explica eso?
Pasó algo que parece ser contradictorio con esta nueva etapa de mi vida y es que yo les decía a mi esposa y a todos mis amigos que yo vivo como en un mundo en donde los temas de logros personales y ambiciones ya no existen. En el fondo es paradójico porque, después de esa experiencia, yo imaginaba mi vida muy distinta, mucho más tranquila. Incluso, cuando iba a asumir la rectoría de Los Andes, me dije: “Esto ya es demasiado”. Quería estar tranquilo y mire dónde estoy. Hay un destino que uno no controla plenamente. Y claro que hay una especie de contradicción ahí.
¿Les pidió permiso a sus médicos para afrontar el trote que se le viene?
De una manera indirecta. Las conversaciones fueron evolucionando. Ellos eran más reticentes y me decían: “Cuidado con el estrés”. Pero los exámenes finalmente salieron bien. Hubo un médico paisa que me dijo: “Mire, tengo este artículo de carácter científico que muestra que los presidentes viven más que las personas con condiciones parecidas, porque los cuidan más que a los demás”. Y en el fondo hay esta cosa paradójica de que la vida vivida intensamente, con un sentido de propósito más grande, puede ser una vida más longeva. Luego, a otro médico quise pasarle la decisión y le dije: “¿Cierto que esta vaina es muy estresante?”. Él me miró, sonriente tras la pantalla, y me dijo: “¿Sabe qué, Alejandro? Tiene mi voto”. Como quien dice, no me ponga a mí a tomar una decisión, usted está bien, adelante.
Entonces empecé a tener un discurso activista, a conectarme más con la sociedad, a ver que el papel fundamental de la academia era transformar la sociedad
En el 2015, en estas mismas páginas de la revista Bocas, le preguntamos si quería ser presidente y usted respondió: “Jamás”. ¿Qué pasó?
Pasó que, siendo rector de la Universidad de los Andes, vinieron los movimientos estudiantiles y luego vino la pandemia. Entonces empecé a tener un discurso activista, a conectarme más con la sociedad, a ver que el papel fundamental de la academia era transformar la sociedad y que había una continuidad, una cierta coherencia entre lo que yo estaba diciendo, como persona académica, con el mundo de la política. Entendí que si yo era el beneficiario de una confianza pública en una coyuntura crítica de nuestro país muy compleja, tal vez la más difícil que hemos vivido en generaciones, no tenía mucho sentido cerrarle la puerta a esto. Entonces empecé a abrir un resquicio. Después, me empezó a pasar una cosa muy extraña y es que yo llamaba a amigos de toda la vida a decirles: “¿Cómo les parece esto?”, esperando que me dijeran que no, y me decían que sí. Fui encontrando como esa coherencia, como una especie de relato. Esa reticencia se fue convirtiendo en otra cosa, tal vez en cierto sentido de la responsabilidad pública, aunque suene demagógico.
¿Es cierto que la decisión, además, partió de una frase que le oyó a Íngrid Betancourt?
Sí, en junio de este año Íngrid me contó una frase que su papá le había dicho en algún momento: “Cuando a uno el meridiano de la historia le pasa por la cabeza no puede ser indiferente”. Y me llamó la atención. Esa frase me ayudó y otra que me vino de la pregunta: “¿Qué diría mi papá, que murió hace dos años?”. Y un amigo de él, Juan Diego Vélez, me dijo: “Su papá le habría dicho que le tocó, hermano”.
Mientras Carolina escribía su carta de renuncia al Banco de la República. De repente ella entró casi llorando al cuarto y me dijo: “No quiero dejar nuestra vida de familia”.
¿Cómo fue la charla con su esposa, Carolina Soto?
Fue hace poco más de un mes. Ella entendió ese tema de la coherencia y vio que había una responsabilidad. Entendió que estábamos abocados a vivir más intensamente. Eso no quiere decir que no tuviéramos momentos de flaqueza. Yo anuncié la decisión el mismo día que renuncié a la universidad. Esa noche estaba desvelado, mientras Carolina escribía su carta de renuncia al Banco de la República. De repente ella entró casi llorando al cuarto y me dijo: “No quiero dejar nuestra vida de familia”.
¿Usted le pidió a su esposa que renunciara a su cargo en el Banco de la República?
Me dijo que por razones éticas tenía que renunciar.
¿Es cierto que su hija mayor, Mariana, se puso en contra de la decisión?
Cuando le conté, me dijo: “Papi, esto no tiene sentido. Yo lo único que veo aquí es una ambición personal”. Y a mí me dieron ganas de llorar. Tuvimos una conversación difícil, que no terminó bien. A la semana siguiente nos encontramos otra vez, estaba como arrepentida y pudimos tener un mejor diálogo. Tomás, mi otro hijo, esta semana dijo: “Papi, todo el mundo en el colegio me está hablando de la candidatura. Yo no sé qué hacer”. Creo que él está un poquito abrumado, pero también creo que está aprovechando eso para conseguir novia. A mí me tocó conseguir novia con clases de trigonometría, a él le está tocando más fácil [risas].
Entremos en política. De cara a las elecciones, ¿haría algún tipo de alianza con el Centro Democrático de Álvaro Uribe?
No lo veo por ningún lado, no hay una coincidencia personal. Creo que en eso hay que ser claro con el país, creo que no hay una coincidencia programática con el Centro Democrático. Yo tengo este énfasis en las libertades individuales, que están por fuera de lo que dice el Centro Democrático.
¿Haría algún tipo de alianza con la Colombia Humana de Gustavo Petro, con el Pacto Histórico?
Tampoco lo veo. Él [Petro] estuvo aquí sentado en abril y vino con una teoría que me parece interesante: “Yo enfatizo los derechos colectivos y usted los individuales. Puede haber un tipo de complementariedad”. Pero estas semanas he notado por parte de sus seguidores tal nivel de ataque, de infamia, de calumnia, de mentiras, de pugnacidad, que yo veo ahí unas tendencias antidemocráticas muy grandes, autocráticas, de destrucción, casi de fascismo. Entonces me queda muy difícil.
¿Cuáles son esas mentiras?
Que yo soy familiar de Álvaro Uribe. Revisaron el árbol genealógico y encontraron un pariente común en 1732. O sea, falso. Que yo había trabajado con Luis Carlos Sarmiento. Completamente falso. Y tuvieron que retractarse. Que yo había escrito una columna de prensa diciendo que había que quitarles los tratamientos oncológicos a los mayores de edad. Falso. Que soy un neoliberal. Falso.
¿Qué tan neoliberal es?
Si neoliberal significa fundamentalismo de mercado, claramente no. ¿Cómo puede ser fundamentalista de mercado quien puso en práctica la política de regulación de precios más ambiciosa de los últimos años, o declaró de interés público un medicamento de cáncer, o propuso un impuesto a las bebidas azucaradas, o propone impuestos a los dividendos? Eso sí, yo defiendo el papel del sector privado en la sociedad y no me gustan las fantasías estatizantes.
Una imagen que defina a Petro.
No creo que lo defina, pero me pareció curiosa. Yo era ministro de Salud y él era alcalde de Bogotá. Tuvimos una reunión muy larga y, en algún momento, yo dije “quiero ir al baño”. Él muy amable se paró y me condujo a su oficina. Cuando entré vi un desorden tal de libros tirados en el escritorio que me llamó la atención porque yo soy muy psicorrígido. Dos formas de pensar: la mía mucho más esquemática, uno, dos, tres, cuatro, cinco, con marco teórico. Y la de él, un poco como el objetivo: cosas aquí y allá. Tampoco quiero decir que eso lo caracterice. Solo me llamó la atención.
Una imagen que defina a Álvaro Uribe Vélez.
Que no le gusta mucho el sentido del humor. Estábamos en un grupo comunitario en Pereira y yo era subdirector del DNP. Había una propuesta de unos créditos españoles, créditos blandos para el zoológico de Pereira, pero esos españoles ponían muchas condiciones. Él me dio la palabra y dije: “Están poniendo tantas condiciones los españoles que hasta nos van a pedir un elefante español”. Él me miró muy bravo y dijo: “No es el momento para chistes, Alejandro”.
Decidí experimentar con LSD porque había entendido que algo podía aprender de mí mismo
¿Qué le ve de bueno a la Ley 100 y qué le ve de malo a la misma?
Le veo de bueno que es una ley que de alguna manera universalizó la salud en Colombia. Hoy en día, ante la Ley 100, hay diez mil pacientes del régimen subsidiado que reciben diálisis a cero costo, con tres, cuatro o cinco millones de pesos mensuales. Si uno va a un hospital privado en Colombia se va a encontrar con pacientes de orígenes económicos diferentes y yo creo que esa condición igualitaria que tiene la Ley 100 es uno de los avances sociales más importantes que ha tenido Colombia en los últimos 25 años. Y eso yo lo defiendo. Lo malo que ha tenido es la corrupción, que le ha acabado buena parte de su legitimidad, que ha sido causada por problemas de diseño que traté de corregir como ministro. Lo que pasa es que la Ley 100 se asocia como lo peor que le pasó a la salud de los colombianos, y no fue así. El que diga eso no conoce el sistema de salud.
Una de sus banderas en el Ministerio de Salud fue el control de los precios de los medicamentos. ¿Fue su gran triunfo como ministro?
Se controlaron los precios de dos mil medicamentos. Colombia, en el gobierno de Álvaro Uribe, tenía una norma en la que básicamente el sistema de salud pagaba cualquier medicamento a cualquier precio. Un desorden absoluto que casi quiebra el sistema de salud. Entonces esa fue una de las medidas que implementamos. Fue una política exitosa.
¿Es cierto que, siendo usted ministro, el expresidente Santos quiso imponerle un viceministro y que su respuesta fue ponerle su cargo a disposición?
Sí, Colombia ha tenido una estructura muy clientelista que yo combato, que no me gusta. No recuerdo si fue directamente el presidente Santos o el ministro de Interior el que me dijo: “Bueno, este es el director del Invima, este es el director de otra entidad y este es el viceministro. Es un tema de gobernabilidad”. Yo le dije: “Para resolver el problema de gobernabilidad, yo les tengo la solución, el puesto mío”. Y me respetaron. Otra vez me llegó un grupo de congresistas con el cuento de que “Somos el grupo de los siete, o de los catorce, que estamos apoyando al gobierno y que tuvimos una reunión y que aquí está la hoja de vida para el que va a ser el próximo director del Instituto Nacional de Salud”. Entonces yo les dije: “Muéstreme la hoja de vida” y se la tiré a la caneca, muy en frente de ellos. Esa noche me llamó el presidente Santos y me dijo: “Está bien, yo lo entiendo, pero cuidado con las formas”.
Una imagen que defina a Juan Manuel Santos.
Dos días después de cuando fui diagnosticado de cáncer, él llegó aquí a mi apartamento, sin avisarme, con su familia, a decirme que no renunciara, que yo tenía todo el apoyo. Esas son cosas que se agradecen por siempre, el apoyo que me brindó con su familia en el momento más difícil de la vida.
Yo soy amigo y le tengo afecto al presidente Santos. Pero creo que el santismo como doctrina política no existe
¿Usted es santista?
Yo soy amigo y le tengo afecto al presidente Santos. Pero creo que el santismo como doctrina política no existe.
¿Usted es gavirista?, y me refiero al César-gavirismo.
No, para nada, respeto cierta obra de gobierno del presidente Gaviria. La Constitución del 91 siempre la he definido como una respuesta democrática. Pero yo he dicho desde el comienzo que yo no tengo dueño y que esta campaña no tiene dueño.
Una imagen que defina a Iván Duque.
Creo que es algo que ocurrió hace un año, en Bogotá, cuando la policía asesinó al señor Javier Ordóñez. Después de eso, hubo protestas y asesinaron a trece personas más. Y el presidente Duque, en lugar de salir a defender los derechos humanos y decir: “Hay cosas que son inaceptables desde el Estado”, se puso una chaqueta de la Policía. Eso es estar desconectado. A esa imagen le faltó vehemencia normativa, le faltó decir que el Estado tiene que tener otra voz en la defensa de los derechos humanos, que tiene que ser irrestricto en todos los casos. Esa imagen me parece muy compleja.
Fue en el libro Manual de ateología que usted se declaró ateo por primera vez. ¿Cree que en este país conservador, consagrado al Sagrado Corazón de Jesús, un ateo puede llegar a la Presidencia?
Creo que el artículo que escribí en ese Manual fue un poquito infantil. Es de otra época. Y una de las ventajas de mi campaña es mostrar que eso puede ser posible. Esta es una oportunidad para enviarle un mensaje a Colombia de unión, de respeto del pensamiento, de tolerancia, ecuménico, si usted quiere, que aquí cabemos todos, que tenemos que respetarnos. Todos nos podríamos poner de acuerdo, de manera inmediata, en un imperativo de la Iglesia católica que es ‘amar al prójimo’. Si practicamos eso, por lo menos un poquito, y dejamos esta locura, el país va a avanzar. Entonces yo creo que ahí, incluso, puede estar paradójicamente una ventaja de la campaña.
Hace unos años usted tuvo una experiencia con LSD. De eso escribió en su libro Otro fin del mundo es posible. ¿Por qué lo hizo y cómo le fue?
Decidí hacerlo porque dos capítulos de ese libro tenían que ver con las exploraciones que hizo Aldous Huxley. Decidí hacerlo porque llevo veinte años estudiando la política antidroga y porque había visto, en los últimos diez años, una evolución con los temas psicodélicos en los principales centros de investigación del mundo. Decidí experimentar con LSD porque había entendido que algo podía aprender de mí mismo, que era una experiencia que iba a ser provechosa.
¿Alucinó?
No, fue sobre todo una experiencia introspectiva. Entendí facetas de mí mismo.
¿Qué faceta en particular?
Yo, viéndome como un niño de diez o doce años, cometiendo un error en el Día del Idioma en el colegio, no perdonándome y siendo implacable conmigo mismo. Y se me vino a la mente esa compasión de perdonarme. Eso que me había pasado a los diez años no me lo había perdonado.
¿Y qué fue lo que le pasó a ese niño?
Era el Día del Idioma, yo tenía que recitar un poema y había 400 personas. Cuando entré al escenario me dio risa y no pude hacerlo bien. No recité bien el poema. Me desconcentré. Recuerdo que esa tarde me fui a la casa de un compañero que había estado en el acto y le pregunté: “¿Salió muy mal?”, queriendo que el otro me dijera: “Usted tranquilo, perdónese”. Pero necesité cuarenta años para reponerme.
¿Ha tenido experiencia con otras sustancias ilícitas?
En la juventud tuve unas pocas experiencias con cannabis. Nunca he probado la cocaína. Si la sobriedad es un requisito para ser presidente, pues la tengo, tal vez demasiada. Ahora me cae mal hasta una copa de vino. ¡Una cosa muy berraca!
BOCAS 110 estará en circulación a partir de este domingo 26 de septiembre de 2021 Foto:Revista BOCAS
¿Legalizaría la marihuana en Colombia?
Participaría activamente en el debate sobre el cannabis de uso útil. Yo creo que una regulación distinta sería benéfica para el país y quizás acabaría con muchos mercados ilegales, incluso podría disminuir el consumo problemático. Creo en un riesgo regulatorio al estilo tabaco, con altos impuestos, prohibición del patrocinio, de la publicidad y de la promoción. Comunicación adecuada de riesgo y controles a la venta a menores.
¿Está de acuerdo en que se legalice el aborto en todos los casos?
Creo que la jurisprudencia de la Corte, que incluye la salud de la mujer, ya es casi suficiente. Pero también hice una intervención ante la Corte para la legalización de más casos.
¿Seguirá su batalla en contra del glifosato?
Sí, creo que no tiene sentido volver a fumigar los cultivos ilícitos con glifosato. Creo que no va a resolver el problema, que no es una política eficaz como política antidroga, que acaba con la legitimidad del Estado, que tiene problemas de salud y que tiene problemas medioambientales. ¿Sabía usted que, por ejemplo, la enfermedad
que yo tuve, linfoma no Hodgkin, es la misma que le puede llegar a dar a una persona que haya tenido o con el glifosato?
¿Esmad sí o Esmad no?
Yo creo que una policía antimotines tiene que existir. Si uno simplemente acaba con el Esmad y no tiene un plan B, termina haciendo más daño. Creo en un Esmad y/o policía antimotines con respeto irrestricto a los derechos humanos.
¿Cree que existe la posibilidad de que Colombia, tal y como repiten algunos políticos, se convierta en Venezuela?
No, no hay ninguna posibilidad, porque tenemos unas instituciones más fuertes, porque de esa experiencia han aprendido todos los países del mundo, porque Colombia tiene una sociedad civil y una capacidad de movilización y una prensa libre que yo creo que va a evitar esa locura destructiva de Venezuela.
¿Cree que existe la posibilidad de que Colombia se convierta en una especie de Brasil, en un Estado de derecha radical?
Ahí sí hay una posibilidad, pero la derecha no creo que sea mayor aquí porque las preferencias de las gentes están cambiando. Creo que en América Latina y en el mundo, por este cambio generacional, estamos yendo un poco más hacia la izquierda.
¿Cuál es el problema más visible de los colombianos?
Hay un problema de autoestima. Hay un complejo de inferioridad.
¿Cuál es la ventaja de los colombianos?
Cultural. Esa resistencia ante las desgracias de la vida que se convierte en esa celebración de la vida. La ventaja está en la cantidad de historias valiosas que produce.
¿Cómo se define usted?
Un académico, una persona que ha estado inmersa muchos años en el mundo de las ideas, que ahí encontró su razón de ser, que le gusta pensar sistemáticamente.
¿Cuál es su autodefinición política?
Soy un político liberal que cree en la defensa de la dignidad humana y las libertades individuales.
Hoy, ¿cuál es el verso que le ronda la cabeza?
Uno de Ray Bradbury, que fue un buen poeta a pesar de que se le conoce como escritor de ciencia ficción, que dice: “Me arrojo al vacío y, a lo largo del descenso, me construyo mi mis alas”
Gracias por leernos. Espere la nueva edición de la revista BOCAS este domingo.