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Así es vivir en El Amparo, el barrio en la zona más peligrosa de Bogotá, donde un padrastro asesinó a golpes a bebé de un año

Sus habitantes viven con miedo y zozobra, mientras sus calles las controlan bandas criminales.

El Amparo

El Amparo Foto: SERGIO ACERO / EL TIEMPO

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*EL TIEMPO vuelve a publicar la historia de este barrio a propósito del asesinato de un menor de un año a manos de quien sería sería su padrastro en la noche de este 20 de enero. De acuerdo con el reporte preliminar, los gritos de una mujer alertaron de la situación a los vecinos, quienes al ingresar a la casa, se dieron cuenta de lo sucedido: un niño de solo un año y nueve meses de edad se encontraba sin signos vitales y su hermano, de dos años, estaba gravemente golpeado.*
-¿Que si me quiero ir de aquí? Mañana mismo me iría. Puse mi rancho en venta, pero me han dicho que ni regalado. Nadie quiere venirse a vivir a este barrio –dice Mercedes, mientras corta más carne y la lanza a una olla gigante–. Mercedes no se llama así, pero me pide que no diga su nombre real. Una petición que se repetirá en todas las personas que participan en esta historia.
(Esta historia se publicó originalmente en mayo del 2023. Lea también: Dos atentados en Bogotá dejan 10 heridos y un muerto al sur de la ciudad: esto es lo que se sabe)
Estamos en el corazón de la Puerta 6 de Corabastos, en el barrio El Amparo, al sur de Bogotá. Es domingo y hace sol. Unos cien habitantes del sector están reunidos para inaugurar una pequeña zona que recuperaron de lo que antes era solo basura y, como acto central, encomendar el barrio a la Virgen del Amparo. Habrá una misa y luego almorzarán el sancocho que Mercedes y otras tres vecinas están preparando.
“Bendecimos esta imagen de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Amparo, para que sea la protectora de este barrio y para que los que se acerquen a venerarla sean cuidados por su intercesión. En el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo, Amén”, dice el sacerdote y casi sin terminar la frase se quita la sotana. Me aclara que él no pertenece a la parroquia de este sector y se va. Quizás debía dar otra misa muy urgente. Quizás –también– tenía miedo.
Virgen del Amparo. Barrio El Amparo, Bogotá.

Virgen del Amparo. Barrio El Amparo, Bogotá. Foto:SERGIO ACERO / EL TIEMPO

–El año pasado, por los días en que aparecieron los muertos embolsados, nadie de mi cuadra podía salir después de las cinco de la tarde –sigue Mercedes–. Enciérrense y no han visto nada. Si llaman a la Policía, los matamos. Miren que tenemos una bomba, nos decían, y mostraban algo entre las manos. Vivo aquí hace treinta años y nunca había tenido que soportar las cosas que se están viendo ahora.
El Amparo ha sido definido desde hace años como uno de los barrios más peligrosos de Bogotá. Suele encabezar la lista. Fue allí donde, en agosto pasado, se encontraron tres cadáveres envueltos en bolsas plásticas y con signos de tortura; fue allí donde las autoridades ubicaron unas de las llamadas ‘casas de pique’; sus calles fueron el escenario de aquel asesinato a quemarropa que los propios sicarios grabaron y se encargaron de difundir para sembrar más terror. En solo abril, los vecinos supieron de cinco homicidios, uno de ellos a plena luz del día: un joven al que le dispararon en una panadería mientras conversaba con dos personas en una mesa.
–Aquí ya uno no puede estar parado en una esquina departiendo con un amigo o con una amiga porque en cualquier momento: un muerto –dice Marcela, una joven de 28 años que, pese al dolor que hay en sus palabras, habla con una sonrisa. Ella vive en este barrio desde que nació. Sus padres se conocieron en Corabastos, donde trabajaban, y decidieron hacer su vida en El Amparo. Marcela quisiera irse, pero su madre está aferrada a su casa (una vivienda de seis metros por doce, distribuidos en tres pisos) y no piensa venderla a las carreras y mal. “Este barrio siempre ha tenido su problemática. Yo crecí en medio de consumidores, de vendedores de droga, de ladrones, pero no es comparable con el rigor que se siente hoy. Para uno, que es gente de bien, es muy duro”.
¿Que si me quiero ir de aquí? Mañana mismo me iría
¿Qué pasa en El Amparo? ¿Por qué sus habitantes –muchos de ellos ya curtidos en sobrevivir a atmósferas difíciles– sienten hoy más miedo que nunca? La primera respuesta que surge es que sus calles se han convertido en territorio prácticamente controlado por bandas del microtráfico y la extorsión. En las conversaciones con sus habitantes, no pasa ni un minuto antes de que sus nombres aparezcan: ‘El Tren de Aragua’, ‘Los Satanás’, ‘Los Maracuchos’.
–Se están extendiendo. Y esa gente le advierte a uno: “Aquí nosotros somos los que gobernamos. Aquí nosotros vinimos fue a mandar”.
Manuel dice esto mientras caminamos por algunas calles del barrio. Él es uno de los residentes más antiguos de El Amparo. Llegó cuando esta zona era todavía un humedal y los urbanizadores piratas vendían lotes que delimitaban arrojando a lo lejos una piedra. “Allá, donde cayó, hasta allá es su lote”, decían, a finales de los años ochenta. Manuel es un líder reconocido por la comunidad. Varias de las personas con las que nos cruzamos lo saludan con aprecio: saben de la lucha que da porque el barrio viva una realidad distinta. “Aquí toda la vida ha existido el microtráfico, pero hoy las circunstancias que lo rodean son peores. Está mandando gente que no era del barrio. Se tomaron todo. Incluso han sacado a los dueños de sus casas. Ya uno no sabe qué hacer”.
Hoy la mañana está menos soleada y en las calles no hay ambiente de inauguraciones ni fiestas religiosas. El aire que se respira en este barrio es denso. Días atrás, le había pedido a un taxista que me citara los tres lugares de Bogotá a los que más temor le daba ir. No tardó en responder y El Amparo fue el primero que nombró. “Siento escalofríos de solo pensar que voy a entrar por allá”, dijo. Escalofríos. Tensión. Eso se siente. Sin embargo, el taxista llega y se vuelve a ir. La periodista llega y también se va. Pero ¿qué pueden hacer las personas que viven allí y enfrentan esta realidad todos los días?

"Tenemos un monstruo adentro"

Las personas que habitan en El Amparo viven en constante tensión por la violencia que no es extraña en el barrio.

Las personas que habitan en El Amparo viven en constante tensión por la violencia que no es extraña en el barrio. Foto:SERGIO ACERO / EL TIEMPO

El Amparo es un territorio extenso: limita al sur con la diagonal 42, de la Avenida Ciudad de Cali a la carrera 80 J; al oriente, con el Polideportivo Cayetano Cañizares; al norte, con Corabastos, y al occidente con los barrios San Carlos y Concordia. Algunos líderes comunales calculan su población en unas quince mil personas; otros dicen que puede ser casi el doble.
El clima de violencia ha acompañado su historia. Los primeros enfrentamientos vinieron de los propios urbanizadores ilegales, que se peleaban entre ellos por terrenos y deudas pendientes. “Para la istración distrital no era desconocido que toda esta área se estaba invadiendo”, dice Manuel y recuerda que el barrio obtuvo la personería jurídica en 1991, después de la visita de concejales que llegaron muy interesados en encontrar votos.
Poco a poco el sector se fue habitando de casas que al comienzo eran ranchos con techos de zinc. “Esto era puro potrero, pura trocha. Cuando llovía tocaba andar con esas botas altas, impermeables... Bueno, a veces todavía toca”, dice Myriam. Ella compró su lote en setecientos mil pesos. Tenían que rellenarlo con escombros que llegaban de otras partes de la ciudad, producto de demoliciones. “Unos les decía: bótemelo todo aquí. Pagábamos cinco mil pesos el viaje”.
Mientras sus casas crecían, al barrio llegaron del M-19, interesados sobre todo en controlar la zona que limita con Corabastos. Después aparecieron las AUC. “Era gente del Frente Caquetá –dice Manuel–. Alcanzaron a anunciarle a la comunidad que iban a pasar cada semana a cobrar diez mil pesos. Pero no duraron ni seis meses: a todos los mataron. Ahí empezó esa guerra. En Puerta 6”.
Manuel guarda silencio unos segundos que parecen años.
–Es que este barrio tiene un gran monstruo adentro. ¿Sabe cómo se llama?
–No sé –le respondo.
–Se llama Corabastos.
Varios investigadores han confirmado el impacto de la central de abastos –o mejor, de lo que sucede alrededor de ella– en la seguridad de toda la ciudad. En el libro Mercados de Criminalidad en Bogotá, un estudio realizado por la Corporación Nuevo Arco Iris, describen a Corabastos y su entorno como “un nodo crítico en muchos de los circuitos a través de los cuales operan los negocios y mercados ilícitos de la ciudad. (..) El generador de parte de la actividad delictiva de Bogotá”. “Es un sector que ha sido señalado durante décadas como uno de los principales focos de ingreso y salida de armas de fuego, municipios y explosivos, así como de pertrechos para los grupos ilegales”. El libro fue publicado en 2011. Mucha agua ha corrido desde entonces.
Drogas y armas. El combustible de lo que ha convertido El Amparo en algo parecido a un infierno para muchos de sus habitantes. La gasolina que también ha alimentado a la extorsión, delito que está afectando a todos. Tanto al propietario de un negocio como al que maneja un bicitaxi, al dueño de una cigarrería o a una trabajadora sexual. “Nunca había sentido tanto temor”, dice Manuel, y esa es una frase que ya casi se convierte en coro. Se oye en cada esquina. “Ni cuando estuvo la guerrilla, ni cuando llegaron las autodefensas, ni cuando las que mandaban eran las bandas colombianas. Hoy todo es peor”.
La visita de ese día termina y lo que se ve en el camino de salida del barrio son muchas calles sin pavimentar, algunas incluso que son casi trochas. Esquinas inundadas de basuras. Niños que corren. Ancianos que miran desde las ventanas. En medio de todo esto, gente que parece buscarse la vida con su trabajo. En medio de todo, también, un grupo de jovencitas atentas a la presencia de visitantes. Apenas rozan la adolescencia. Flacas como un alambre.
¿Amarilla?
¿Roja?
¿Marihuana?
¿Bazuco?
¿Periquito?
La oferta es abierta. Y  sin reparo.

"Mano de obra criminal barata"

“En una zona como esta, con una problemática tan marcada, la seguridad no es un tema que se reduce a la acción policial –dice un alto mando de inteligencia de la Policía Metropolitana de Bogotá, que también me pide no revelar su nombre– . En este caso se necesita una presencia integral. De lo contrario, pasa esto: yo voy, hago un operativo, capturo a diez que manejaban mercados de tráfico de estupefacientes, que cobraban a los recicladores, que instrumentalizaban a habitantes de calle, que tenían hegemonía sobre el bicitaxismo. Pero luego otros van a ocupar ese espacio. Los riesgos sociales son el motor para que esto no termine”.
En el barrio El Amparo, los grupos criminales dominan el área y generar miedo entre sus habitantes.

En el barrio El Amparo, los grupos criminales dominan el área y generar miedo entre sus habitantes. Foto:SERGIO ACERO / EL TIEMPO

Él y su grupo de análisis tienen diagnosticada la zona. Han hecho un estudio de la localidad de Kennedy, de la que forma parte El Amparo junto a otros barrios con problemáticas similares, como María Paz. El primer punto que destacan es el aumento exponencial de población que está teniendo este sector. Hasta mediados de 2016, Kennedy –en general– presentaba un incremento anual de población de entre cuatro mil y cinco mil personas. A partir de ese año, el incremento se ha triplicado.
Hay dos razones fundamentales para que eso esté pasando, de acuerdo con los de la Policía. Lo explican así: Uno, la operación que recuperó el Bronx, que tuvo un efecto importante pero generó el desplazamiento de muchas personas vulnerables. Muchas de ellas llegaron a este territorio. "El segundo es un tema que sabemos que es muy sensible -dicen-. Sin embargo, no lo podemos desconocer porque es de gran incidencia: la tercera fase de migración venezolana, que comenzó en 2019 y de la que formaron parte personas en condición de vulnerabilidad y otras con antecedentes judiciales y en ejercicio de la delincuencia. No se trata de estigmatizar pero sí de entender el fenómeno, porque tiene un gran impacto”.
Vulnerabilidad no significa delincuencia, por supuesto. Pero sí se puede volver un factor de riesgo, sobre todo en un contexto como el que se vive en El Amparo. Muchas de estas personas que llegaron –algunas con antecedentes, pero la mayoría sin nada entre las manos y con el dolor de haber perdido su casa, su país, prácticamente su futuro– comenzaron a ser utilizadas por bandas criminales ya presentes en estos territorios, con el fin de sumar manos en el tráfico de estupefacientes y la comisión otros delitos. “Una organización marcó la pauta en esto: ‘Los Camilo’, que actuaba en zonas como Kennedy, Bosa, Ciudad Bolívar y Soacha –dice el alto mando de inteligencia–. Fue la que tuvo más impacto en usar esa ‘mano de obra criminal barata’, por llamarla de alguna manera”. En 2021 y 2022, ‘Los Camilo’ sufrió los efectos de operativos que llevaron a la cárcel a sus dos principales cabecillas.
–¿Qué pasó con el vacío que dejaron ellos? –les pregunto a los de la Policía. 
–Alguien tenía que llegar a ocupar esos espacios. En ese momento se abrió un nuevo escenario. La instrumentalización que habían hecho de una parte de los migrantes permitió que ellos conocieran el mercado, se afianzaran en la zona e identificaran oportunidades. Así fue como empezaron a aparecer aquí 'El Tren de Aragua’, ‘Los Maracuchos’, ‘Los Satanás’. Y arrancaron también las confrontaciones entre ellos.
Nunca había sentido tanto temor. Ni cuando estuvo la guerrilla, ni cuando llegaron las autodefensas, ni cuando las que mandaban eran las bandas colombianas. Hoy todo es peor.
Luchas por el territorio, por el control de las líneas de tráfico o por el dominio de la extorsión que, en su mayoría, han tenido lugar en las calles de El Amparo. Y de nuevo: son los habitantes que están fuera de todo ese entorno de delincuencia los que terminan soportando sus peores consecuencias. Hoy en el barrio impera la extorsión, que según lo que las autoridades han logrado determinar es controlada en un alto porcentaje por ‘Los Satanás’. “Extorsionan al comerciante, al bicitaxista, al vendedor informal, a los traficantes de menudeo callejero…”, afirman los analistas de la Policía. Todos pueden estar en la mira. Y en las calles el tema va de boca en boca:
–He visto a una cantidad de personas, buenos trabajadores, salir corriendo de este barrio por cuenta de eso –dice Marcela–. Recuerda en especial al dueño de una panadería que existía desde que ella era niña: “Se tuvo que ir y no hay forma de que regrese por aquí porque lo están buscando”.
–Hoy supe de una señora que tiene una cantina y anda asustada porque le dijeron que si no paga le van a entregar a su marido en una bolsa y en pedacitos –agrega Manuel.
–Esa cuadra que ve allá, donde yo vivo, estaba llena de buenos negocios. Ahora no hay nada. La gente se está yendo.
–Los únicos que resistimos somos los propietarios. Si seguimos así, va a llegar el momento en que nos cobren por salir de nuestras casas.
Quizás –ojalá– no llegue ese momento. Pero lo que sí existe ya es una sensación de falta de libertad. En medio de la preparación del sancocho con el que celebraron la consagración del barrio a la Virgen, Mercedes y otros vecinos contaron que los han amenazado cuando se han atrevido a pedirles que no les guarden droga en los contadores de sus casas. “Bazuco, perico, todo lo meten ahí –dice Mercedes–. A cuánta gente no le han roto los vidrios solo porque les dicen que no se paren a vender vicio al frente. Aquí ya toca quedarse callado”.
Le pregunto al alto mando de inteligencia si ve una salida en medio de este panorama que parece llenarse cada vez más de terror.
Su respuesta:
“Este territorio tiene factores sociales, tangibles e intangibles, que impactan en la seguridad. Comercialización de reciclaje, presencia de carreteros, concentración de habitantes de calle, mal manejo de las basuras, bicitaxismo, ‘pagadiarios’, bares sin control, parques con problemas de seguridad, incluso mal alumbrado público. Todo esto implica la intervención de otras instituciones. Si las personas con vulnerabilidad tuvieran techo y comida, muchas no participarían en delitos. Pero si alguien viene y les dice: le damos un plato de comida, o una dosis, y a cambio usted nos ayuda en la comercialización, ¿qué hacen?”.
Si bien existen otros sectores con realidades muy complejas, como Ciudad Bolívar, algo hay en la suma de factores de esta zona de Kennedy que lleva a las autoridades a definirla como la más complicada de manejar. Es cierto que se han hecho operativos, pero no han dejado en el mapa un cambio contundente. “El año pasado, en solo el Tren de Aragua, hicimos cincuenta capturas –continúan los de inteligencia–. Pero hay que ser francos: mientras los riesgos sociales se mantengan, los espacios que queden vacíos en esas organizaciones se van a volver a ocupar. Es decir, hacemos una operación, pero luego ellos se reacomodan. Y en esas nos la pasamos”.  

"¿En quién podemos confiar?"

Mientras tanto, la comunidad siente que nadie la escucha. O peor: opta por callarse porque no sabe en quién confiar.
–Tú hablas con un malandro y sabes que es malandro. Pero hablas con un policía y crees que estás protegido, y resulta que la mayoría de las veces es lo contrario –dice Marcela–. Eso fue lo que pasó con el teniente Flechas, que luego nos vinimos a enterar de que era un malandro.
Flechas. Teniente Víctor Manuel Flechas. Ese es un nombre que aparece de forma recurrente entre los habitantes de El Amparo. Lo que pasó con él dejó huella. Flechas era el comandante del Cai Caldas, que es el encargado del cuadrante más difícil de Kennedy, al que pertenece El Amparo. Se hizo amigo de la comunidad. “¿Cuántas veces no entró a mi casa a tomarse un tinto?”. “Uno hablaba con él, le comentaba cosas y qué se iba a imaginar”. Hasta cuando se enteraron de su captura, en octubre del año pasado, acusado de vínculos con el ‘Tren de Aragua’. De hecho, Flechas quedó en manos de las autoridades en medio de un operativo que buscaba reducir el poder de esa organización.
Y no ha sido el único caso: en febrero pasado, cuatro policías adscritos al mismo Cai fueron detenidos por razones similares. “Esa captura la hicimos nosotros –dicen los de inteligencia–. Está claro que una de las grandes preocupaciones es la corrupción. Aunque sean casos puntuales, el impacto no es mínimo”. Por supuesto que no lo es. Hoy la comunidad tiene menos en quién creer.
–Lo de Flechas ya fue el detonante –dice Marisol, que se gana la vida con un puesto callejero de tinto en las calles del barrio–. Con razón en este lugar pasa de todo y es como si nada pasara. Frente a mi puesto venden droga. Todo el mundo lo sabe. La Policía lo sabe. Pero da lo mismo. Mi hija me cuenta que cerca del colegio donde estudia también. Imagínese: los niños viendo eso.
La hija de Marisol tiene 9 años y estudia en el único colegio privado que hay en El Amparo: ‘Unidad Educativa El futuro del mañana’. Hay algo conmovedor en ver a los alumnos salir, con su uniforme verde y esa alegría que conlleva oír el timbre que anuncia el final de una jornada, para luego encontrarse en el entorno del barrio.
La venta de drogas en el barrio es una ocurrencia cotidiana en El Amparo

La venta de drogas en el barrio es una ocurrencia cotidiana en El Amparo Foto:SERGIO ACERO / EL TIEMPO

Su directora, María, fundó el colegio en 1992 y desde entonces se ha mantenido en pie con la misión de educar a niños y niñas, de kínder a bachillerato. Hoy tiene 438 alumnos y 25 docentes. “Aquí han llegado profesoras asustadas por lo que significa este barrio. Pero yo trato de resaltarles las cosas buenas”. María es de las pocas personas que encuentran, en medio de lo negro, el optimismo. Ella vive en Patio Bonito y llega todos los días a trabajar a las seis y media de la mañana y se va a las tres de la tarde. Asume su oficio de educar a los niños casi como una misión: “Si Dios me puso en este sector sería para algo”.
En el domingo de misa y de sancocho, los niños de la banda del colegio hicieron una presentación. Tocaron bien y se quedaron rondando por ahí –mucho más tiempo que el sacerdote, por ejemplo–, a pesar de que había algunas madres protectoras que no se sentían tan a gusto de que la estancia se extendiera. “Yo no sabía que el evento iba a ser aquí, en Puerta 6. Cuando mi niña me contó, me lo pensé dos veces. Esto es muy pesado. Por aquí es mucho mejor no pasar”, dice una mamá. “Pero, bueno, toca pedirle a Dios que proteja a nuestros niños. No hay de otra”.
Les queda la fe en Dios. Porque ya tampoco creen en los políticos que acostumbran aparecen en tiempos de elecciones. Ni en funcionarios que prometen y no cumplen. Les queda creer en la Virgen, cuya imagen ahora está en una de las esquinas más duras del barrio. Muchos ya se acercan a tocarla y a tomarse una foto a su lado. Les queda creer en ellos mismos, por suerte, porque es lo que les permite resistir en un lugar del que la mayoría saldría corriendo sin pensarlo dos veces.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Cronista de EL TIEMPO

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