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Del caos a la cultura ciudadana: 30 años del experimento pedagógico que transformó a Bogotá
Con esta estrategia los bogotanos aprendieron a convivir, pero hoy la ciudad es diferente, diversa y más conectada.
En una ciudad atravesada por la incertidumbre, el caos y la desconfianza, un filósofo con alma de docente transformó las reglas del juego. Antanas Mockus irrumpió con una propuesta tan radical como sencilla: educar para convivir. Hoy, cuando en Bogotá se conmemoran tres décadas de cultura ciudadana, su legado aún late en semáforos, pasos peatonales y, sobre todo, en la memoria colectiva.
La Bogotá de principios de los 90 era una ciudad en la que la ley, la moral y la cultura operaban por separado, generando un vacío de normas compartidas que hacía inviable la convivencia.
En este panorama, la elección de Mockus en 1995 no solo fue inesperada, sino profundamente disruptiva. “Para que haya orden, no basta con imponerlo. Hay que convencer. Hay que enseñar”, dijo Mockus en su discurso de posesión. Y desde ese día, Bogotá se convirtió en un experimento social a cielo abierto, una ciudad-escuela donde las reglas no se gritaban, se representaban.
“Antanas Mockus hizo una afirmación revolucionaria: el Estado no solo regula, también tiene un rol pedagógico. Su misión no se limita a imponer reglas, sino a formar marcos de interpretación compartidos que hagan posible la convivencia. Ese principio sigue siendo tan vigente como necesario”, dice Henry Murraín, exdirector de Corpovisionarios y ex secretario de Cultura.
Murraín recuerda que Bogotá fue pionera en incorporar la gestión del comportamiento y la cultura como parte de la política pública urbana, casi dos décadas antes de que se crearan centros especializados en Estados Unidos o el Reino Unido.
Durante su primer mandato (1995-1997), Mockus desafió los métodos tradicionales del poder. Su istración no se centró solo en construir obras o endurecer la seguridad, se enfocó en transformar la cultura ciudadana a partir de la pedagogía y la comunicación simbólica.
Una de las primeras acciones fue la aparición de mimos en cruces peatonales. Enseñaban con humor lo que la ley por sí sola no lograba imponer: la no invasión de las cebras y a respetar al peatón.
Las tarjetas fueron igual de ingeniosas: cualquier persona podía portar tarjetas amarillas y rojas, como en el fútbol, para señalar comportamientos ejemplares o reprochables. Esa herramienta empoderó al ciudadano y lo convirtió en un actor de cambio social. Quién no recuerda también la ley zanahoria, un término coloquial para referirse a la noche bogotana sana, con el que se buscó restringir la venta de licor a partir de la 1 de la mañana y por esa vía generar conciencia sobre los efectos del consumo desmedido y reducir los índices de violencia.
Otra campaña que marcó una época fue la cultura del ahorro de agua. En medio de una inminente crisis hídrica, generada por dos derrumbes en el túnel que trae agua de Chingaza, el exalcalde apareció en televisión tomando una ducha de pocos segundos, con cronómetro en mano. “El alcalde bañándose en televisión fue algo insólito”, recuerda el periodista Jorge Alfredo Vargas. “El mensaje caló. El consumo de agua se redujo significativamente”.
Cuando Mockus regresó al palacio Liévano en 2001, el concepto de cultura ciudadana ya hacía parte del vocabulario bogotano. En el nuevo mandato (2001-2003) se profundizó la idea de corresponsabilidad. Así nació ‘Aportar de buena gana’, un programa que incentivaba el pago voluntario de impuestos bajo el principio de confianza en la istración pública. “Era una lógica distinta: no te obligó, te invitó a confiar”, explica la politóloga Sandra Borda. “Y funcionó. El recaudo tributario aumentó y con él, la inversión social”.
De esa época también se recuerda Estrellas Negras. Consistía en pintar una estrella en cada punto donde falleció una persona a causa de un siniestro de tránsito. Esta acción buscaba generar reflexión sobre la importancia de la seguridad vial.
Después de Mockus, las siguientes alcaldías han continuado con programas de cultura ciudadana, aunque las estrategias y puestas en escena dejaron de ser tan disruptivas, pero, además, la capital fue cambiando y ya es muy distinta. Bogotá no solo creció, sino que se volvió más cosmopolita, más diversa y más conectada.
Cultura ciudadana Foto:iStock
“Hoy no le hablamos a un ciudadano homogéneo, Bogotá es una ciudad profundamente diversa, con visiones, expectativas y dolores, marcados por las asimetrías territoriales de la ciudad y vivencias de cada uno de los y las ciudadanas”, dice Luis Felipe Calero, subsecretario de Cultura Ciudadana y Gestión del Conocimiento.
Murraín, por su parte, afirma que uno de los mayores desafíos es transformar la narrativa negativa de que la ciudad mantiene sobre sí misma. “A pesar de los avances importantes que ha logrado la ciudadanía, los bogotanos rara vez se sienten orgullosos de lo que construyen colectivamente. Lo que circula en la conversación pública son, en su mayoría, relatos de caos, conflicto y fracaso”.
Para el experto, una de las tareas debe ser “visibilizar también lo que funciona, lo que fortalece el tejido social y lo que la ciudadanía ya hace bien”.
En 2025, los retos han cambiado, pero la necesidad de profundizar en la cultura ciudadana es más urgente que nunca. La pandemia de covid-19, la migración masiva, el estallido social de 2021 y la digitalización han alterado las dinámicas de convivencia.
El subsecretario de Cultura Ciudadana señala que se ve la cultura ciudadana como la capacidad de cooperar a través de acuerdos mínimos para poder convivir y habitar juntos la ciudad, pero que la construcción de esos acuerdos primero tiene que pasar por la prueba de la confianza. “Nuestro propósito es construir una Bogotá que confía en sí misma y se siente orgullosa de su identidad diversa”, asegura Calero.
En la misma línea se manifiesta Mariana López, directora de Cultura Ciudadana. Afirma que la Secretaría de Cultura trabaja en una estrategia que combina datos, diseño centrado en la ciudadanía y una narrativa de orgullo bogotano. “Queremos que los ciudadanos vuelvan a verse como parte de un proyecto común”, reitera.
Pero, más allá de las campañas y los datos, la forma como muchos bogotanos se relacionan y ven la ciudad cambió, y eso es parte del legado del exalcalde y de su estrategia pedagógica. En las calles, aunque ya no hay mimos en cada esquina, persiste la idea de que convivir es un acto de voluntad, no de obligación.
En fin, Bogotá enfrenta desafíos complejos: polarización, pérdida de confianza, violencia en el transporte e intolerancia, pero también hay señales de esperanza: nuevas iniciativas digitales de pedagogía urbana, redes comunitarias que promueven el respeto y un renovado interés en los principios de corresponsabilidad.
Además, en las aulas universitarias, los mimos, las tarjetas y los mensajes de ética urbana siguen siendo objeto de estudio, y en foros internacionales Bogotá es citada como caso de éxito en gobernanza pedagógica. “Lo que Mockus nos enseñó es que una ciudad puede cambiar si sus ciudadanos cambian”, afirma el sociólogo Alfredo Molano Jimeno.
Así las cosas, las istraciones distritales tienen el deber de preservar y proyectar ese patrimonio intelectual y político, con orgullo y responsabilidad. La cultura ciudadana no es un legado del pasado: sigue siendo una apuesta de futuro y sigue en construcción.