¿Cómo puedo aprender de vinos? Es la pregunta obligada de cualquier persona que se empieza a interesar por este tema.
Y no es menor en absoluto. Primero, por la vastedad del mundo del vino, que al comienzo resulta francamente intimidante e inalcanzable, casi como intentar subir a la cima del Everest sin haber hecho montañismo jamás. Y segundo, porque ‘saber de vinos’, así como ‘saber’ (tener unas nociones, entender algo) de música, de literatura, de historia del arte o de cocina –por poner solo algunos ejemplos–, sin duda elevará nuestras capacidades para apreciarlo y disfrutarlo.
Esto es un viaje en el
cual hay un requisito indispensable y no negociable: despertar y afinar nuestros sentidos.
Pero ¿por dónde comenzar? Lo primero que hay que entender es que esto es un viaje en el cual hay un requisito indispensable y no negociable: despertar y afinar nuestros sentidos. Y tres en particular: vista, olfato y gusto. ¿Y cómo se logra eso? Probando, poniendo atención a lo que se degusta y estudiando de forma constante.
No se agobie. Como dice una famosa canción, la cosa es ‘pasito a pasito…’.
Lo primero es empezar a notar las diferencias, que no todos los blancos –o los tintos, o los rosados– son iguales.
Compre una botella de sauvignon blanc y otra de chardonnay. Tenga a la mano literatura que le explique las características básicas de ambos vinos, y pruébelos, en paralelo, tratando de identificar los sellos de identidad de cada variedad y las diferencias entre ambas en color, notas olfativas y boca. No se asuste si no percibe todo o casi nada de lo que leyó. Aquí la clave es empezar a poner atención a lo que tenemos en la copa. Poco a poco sus sentidos se irán despertando. Y este mismo ejercicio se puede hacer con, por ejemplo, un cabernet sauvignon y un pinot noir.
Hay un truco para
que no se quiebre financieramente en
este viaje: vuélvalo un
plan de amigos. Cada
uno pone una botella,
así la cosa sale más barata y será, sin duda, mucho
más divertida.
Luego salte al siguiente nivel. Probar tres o cuatro vinos de una misma variedad, pero de distintas regiones. ¿A dónde vamos? A entender que, por ejemplo, un chardonnay de clima cálido (del Nuevo Mundo o del Viejo Mundo, da igual) es algo muy distinto (por sus notas tropicales, a piña, banano o incluso mango) a uno de una región como la Borgoña, en Francia (más fresco, ligeramente cítrico y mineral); o que puede haber una gran diferencia entre un malbec de ‘altura’ (más cerca de la cordillera) y uno de un valle alejado de las montañas y con temperaturas más altas en el verano.
Pero, atención: no olvide de informarse y/o asesorarse primero, para saber qué vinos comprar para apreciar bien las características y diferencias entre los vinos elegidos.
Y hay un truco para que no se quiebre financieramente en este viaje: vuélvalo un plan de amigos. Cada uno pone una botella, así la cosa sale más barata y será, sin duda, mucho más divertida.
Tras estos dos sencillos rituales de iniciación lo que sigue es continuar practicándolos con regularidad, meterse a algún curso de vinos (hay muchos en estos tiempos de Zoom), ir a catas (y en ellas no se asuste si no detecta esas ‘evidentes notas a cuero mojado’ y otras florituras que se suelen escuchar en estos eventos) y leer, leer mucho, para que pueda empezar a entender cuáles son los factores de clima, suelo, altitud, estilo enológico, densidad por hectárea, etc., que inciden en la identidad de eso que está bebiendo.
El vino hará el resto, lo enamorará, lo hará querer probar cosas nuevas todo el tiempo, hará que se dote de una buena biblioteca y, lo más importante, le dará placer, mucho placer, y lo hará viajar por el mundo... ¡Salud!
Víctor Manuel Vargas Silva
Editor de la Edición Domingo de EL TIEMPO y periodista de vinos
En instagram: @vicvar2