He tenido la suerte de estar en muchas catas verticales, que no es otra cosa que probar un mismo vino, de un mismo terroir, pero de cosechas distintas, para poder apreciar las diferencias entre ellos por factores climáticos, evolución o los toques que el enólogo haya decidido darle a una añada: algo habitual en el caso de los blends, donde la mezcla de variedades siempre varía un poco en sus porcentajes en busca de la 'fórmula perfecta' para ese año.
Dos de ellas han sido memorables: una con el legendario Château Mouton Rothschild (Pauillac, Burdeos, Francia), gracias a la gente de The Wine Store, en Bogotá; y la otra, con ese gran estandarte del vino chileno que es Don Melchor (Puente Alto), en la bodega de Concha y Toro, en Pirque, y de la mano de su enólogo, Enrique Tirado, quien lleva más de dos décadas dedicado a hacer este ícono del nuevo mundo.
A qué viene el cuento, pues a que esta semana me tocó experimentar algo que no había vivido: una vertical a ciegas.
La cata se hizo con Clos de los Siete, el vino que el famoso enólogo francés Michel Rolland hace desde el 2002 en el Valle de Uco, a los pies de la cordillera de los Andes, en Mendoza (Argentina). Un blend con una excelente relación calidad-precio, y más si se considera que es obra del flying winemaker más reconocido del mundo.
Primero nos estregaron unas fichas con información de las cinco cosechas a catar: 2015, 2016, 2017, 2018 y 2019. Nada muy exhaustivo ni complejo: composición del corte o mezcla en cada añada, temperaturas máximas y mínimas, grados Winkler (una técnica para medir y clasificar el clima de las regiones vitivinícolas desarrollado en la Universidad de California, Davis), precipitaciones en primavera y verano y algunas pistas, como si hubo una helada, una gran ola de calor o si llovió más de la cuenta.
Es un juego entretenido y retador, porque pone a prueba nuestros sentidos, nos obliga a agudizarlos al máximo.
Luego se sirvieron los cinco vinos –con las botellas envueltas en bolsas negras, como corresponde– y, con las fichas en las manos, cada uno de los presentes empezó a tratar de identificar a qué añada pertenecía cada copa.
Es un juego entretenido y retador, porque pone a prueba nuestros sentidos, nos obliga a agudizarlos al máximo para ver si podemos llegar a reconocer ese vino de la añada particularmente lluviosa, o ese que salió de lo que Michel Rolland calificó como "la mejor cosecha desde que hago vino en Argentina": la del 2018.
El momento cumbre llega al final, cuando se descubren las botellas y cada uno saca sus conclusiones.
La cata tuvo lugar en La Cosmopolita, un lugar que ya les había recomendado por su oferta de vino por copas, y les cuento esta ‘película’ para que se animen a hacer una vertical clásica (no a ciegas) con dos o tres botellas en su casa. Cuatro consejos: traten de hacerlo con vinos de gama media-alta para arriba (los de ‘entrada’ son más estandarizados y no notarán grandes diferencias); cuiden que la temperatura sea la correcta e igual para todos los vinos; es clave que sea en un lugar con buena luz (ojalá natural) para apreciar las diferencias de color y, por favor, háganlo con amigos, para que no les cueste un riñón y, sobre todo, para que la pasen bien, que es lo más importante. ¡Salud por las verticales!
VÍCTOR MANUEL VARGAS SILVA
Editor de la Edición Domingo de EL TIEMPO y periodista de vinos.
En instagram: @vicvar2