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'Quería sacar el lado perverso del niño bueno de la iglesia'
En #MensajeDirecto, la historia de la mujer que puso a dudar a su pareja si quería ser un sacerdote.
Antes de conocerme había tomado la decisión de intentar ingresar al seminario para convertirse en sacerdote. Foto: iStock
La gente suele creer que las historias de amor comienzan en el primer encuentro con la persona amada, sin embargo, yo creo que las historias de amor comienzan desde la tusa que deja la relación anterior. Es en el momento del dolor y de la evaluación de lo que uno hizo bien o mal en esa relación que se consolidan las expectativas de lo que será la próxima historia de amor.
En los mejores escenarios uno aprende de sus errores y se vuelve mejor persona antes de iniciar una nueva aventura en la que idealmente cometerá errores diferentes. Pero, en los peores casos la consciencia de los errores propios no viene acompañada de ningún cambio, sino que se convierte en una pequeña voz que te recrimina cada vez que se repiten los mismos errores con una nueva persona.
Mi historia de amor inicia entonces hace 10 años cuando, en febrero de 2012, terminé una relación de casi un año que comenzó cuando entré a la universidad a hacer mi pregrado. Lo que en un principio había sido una relación muy apasionada, llena de crecimiento intelectual y de buenas experiencias juntos, se había dejado llevar por el barranco de los extremos y se había convertido en un vínculo tóxico en el que la competencia ya no era intelectual, sino de quién hacía más daño al otro. Nos queríamos, pero habíamos permitido que el amor se contaminara de tantas malas costumbres que el estar juntos solo representaba peleas a diario y un dolor de cabeza permanente.
'Durante semanas le rogué que volviéramos pero él fue inamovible en su decisión'
Fue en ese contexto en el que una noche en medio de una llamada dramática, como las que solíamos tener cuando peleábamos, él tomó la iniciativa y decidió terminar la relación. Para suavizarme la decisión dijo que era por el bien de la relación y que no cerraba la posibilidad de que pudiéramos volver a estar juntos más adelante, pero para mí no fue suficiente ese “consuelo” y sentí cómo todo se quebraba. Durante semanas le rogué que volviéramos, que todo iba a ser diferente, pero él fue inamovible en su decisión. Dos meses después, caminando por la universidad en la que estudiábamos ambos lo vi con otra chica de la mano y entendí que ya no había vuelta atrás.
Lo que no sabía en ese momento era que dos años después iba a conocer al hombre que lo cambiaría todo en menos de un mes
Así fue como iniciaron dos años de soltería, de crecimiento personal y de lo que yo creía en ese momento era madurar mis emociones y aprender a quererme por encima de que otra persona lo hiciera. Había sufrido tanto por esa ruptura y porque sentí que no fui yo la que decidió el destino de la relación, sino que había sido una imposición, que puse unos estándares casi imposibles para mi próxima pareja. Entonces, bajo la excusa de que nadie los cumplía al pie de la letra, me dediqué a tener relaciones sin compromiso ni etiquetas para disfrutar en cada ocasión de los inicios del coqueteo sin correr el riesgo de volver a enamorarme y que me rompieran el corazón. Lo que no sabía en ese momento era que, dos años después de esa ruptura que tanto me marcó y que me dejó con la firme convicción de no enamorarme, iba a conocer al hombre que lo cambiaría todo en menos de un mes.
Era la Semana Santa de 2014 y me habían invitado a ser parte del coro de la iglesia a la que asistía desde niña. Dado que cantar es una de las cosas que más disfruto hacer, y aunque no conocía mucho a los demás integrantes del coro, acepté sin dudarlo. El líder del coro de esa semana era un muchacho con el que ya había cantado un par de veces, muy atractivo, pero demasiado tímido para mi gusto por lo que más allá de su nombre y de la carrera que estudiaba en ese momento no sabía nada de él.
Con una sonrisa me dijo que por qué no se la daba en la boca
Fueron pasando los ensayos, las misas y los días y para el viernes ya había descubierto una nueva faceta de él: alguien gracioso, muy caballeroso, amante de lo religioso y entregado a su servicio en la iglesia. Tanto había cambiado mi opinión de él en esos días que en algún momento contemplé que tuviéramos alguna aventura, obviamente sin compromiso alguno, porque me parecía muy atrayente la dulzura que lo caracterizaba y una parte de mí quería ser la mala influencia que le sacara el lado perverso al niño bueno de la iglesia. Me contuve por respeto a lo entregado y feliz que se veía y porque en ningún momento había mostrado interés en mí; hasta que, en una procesión (la más solemne y silenciosa de toda la Semana Santa) me dio pie para el inicio de un leve coqueteo.
Empezamos a hablar y a compartir la hora de almuerzo juntos. Así empezó todo. Foto:Istock
Él hacia parte de un grupo de muchachos, en el que también estaba mi hermano, que cargaban en un anda la cruz durante la procesión del Viernes Santo. Como es costumbre que quienes cargan tengan al menos una persona al lado pendiente de sus necesidades y que les ofrezca agua, me dio pesar que estuviera solo y me ofrecí a acompañarlo. Durante toda la procesión estuvimos hablando y sonriendo como de costumbre hasta que mi papá compró chocolatinas para todos los muchachos del grupo y yo recibí la de él. Esperaba que hubiera una pausa para entregársela y que se la comiera, pero él con una sonrisa y en un tono diferente me dijo que como tenía las manos ocupadas por qué no se la daba en la boca. Ese gesto, que en principio podría leerse como razonable y sin ninguna intención, fue el inicio de un cambio radical en la relación de ambos. Así fue como sábado y domingo fueron días de compartir mucho más tiempo juntos, de intercambios en tono de coqueteo y, finalmente, de varias conversaciones en las que él dijo que quería conocerme más.
Por mi parte estaba claramente interesada, pero desde el inicio fui contundente con el tipo de relaciones que me interesaban en ese momento: sin expectativas y sin compromisos. Él no me dijo nada al respecto, pero con el paso de los días y su trato especial y detallista me fue conquistando. Tan efectivos fueron sus tratos especiales y su forma de ser conmigo y tan arrollador el sentimiento que creció en mí que a las dos semanas decidí aceptar ser su novia. Cabe resaltar que acepté con prevenciones, con la claridad de que lo quería, pero no me iba a ilusionar tan pronto con un futuro juntos y sin saber que se venían al menos tres años muy exigentes, de lágrimas e incertidumbre, pero también de crecimiento personal y de realmente alcanzar la madurez emocional que tanto predicaba tener.
'Una vez más la vida se encargaba de quitarme una relación'
El reto más grande lo afrontamos en el primer año de relación: él me quería y contemplaba crear un proyecto a futuro conmigo, pero antes de conocerme había tomado la decisión de intentar ingresar al seminario para convertirse en sacerdote.
Tal vez nuestras parejas sí han sospechado, pero deben creer que es una conexión laboral. Foto:Istock
Con mis prevenciones sobre el futuro de la relación, pero sobretodo con la frustración de que una vez más la vida se encargaba de quitarme una relación sin que yo tuviera voz o voto al respecto, decidí que no quería que termináramos, que quería vivir con él el proceso de discernimiento para que juntos descubriéramos si la relación y nuestros sentimientos prosperaban o si lo mejor era que nos separáramos y él iniciara su formación sacerdotal. Sin embargo, la tranquilidad que me trajo esa decisión que yo creía muy madura y acorde con la mejor versión de mí que había construido en los últimos años duro poco. Con el paso del tiempo y el avance de su proceso pasó lo que temía y me enamoré profundamente de él; y aunque mi fe me impedía renegar de la situación en la que estábamos y me forzaba a creer en que la voluntad de Dios es perfecta, había días enteros de lágrimas y de incertidumbre esperando que él tomara una decisión.
Fue un proceso de crecimiento indescriptible en el que aprendí un millón de cosas sobre el amor y sobre cómo amar en libertad: aprendí que si es amor realmente uno puede estar en condiciones de apoyar a la otra persona a que siga sus sueños, aunque esos sueños lo lleven lejos de uno; aprendí a escuchar y a estar para él aunque las cosas que viviera o dijera hicieran más grande el vacío de incertidumbre en el que yo estaba; aprendí a esperar, a no presionar; pero sobre todo aprendí a disfrutar de cada momento que compartíamos juntos sin dejarlo nublar por la posible ruptura que se avecinaba.
Luego de un año de discernimiento y de tres posibles respuestas (sí, no o segundo año) él recibió su respuesta que lo invitaba a reflexionar sobre su vocación un año más. Afortunadamente para mí, su decisión fue diferente: se enamoró perdidamente de mí, al igual que yo lo estaba de él, y eligió construir un proyecto de vida juntos.
'Me cuestiono en ocasiones si debí aguantar tantas cosas'
Sin embargo, teníamos una prueba más que afrontar antes de lograr tener una relación plena y feliz: las secuelas de nuestras relaciones anteriores. Al igual que en mi caso, él había tenido una relación muy difícil antes de la nuestra, pero a diferencia de mis años de soltería y reflexión nuestro encuentro se había dado solo meses después de su ruptura con la ex. Si bien ese corto periodo de tiempo había sido suficiente para saber qué cosas no quería repetir en su próxima relación, no había sido el necesario para trabajar en sí mismo y modificar todas esas reacciones y comportamientos aprendidos durante tres años de peleas.
Mensaje directo Foto:iStock
Tengo que reconocer que, aunque no me arrepiento de quedarme y del lugar en el que estamos ahora, sí me cuestiono en ocasiones si debí aguantar muchas de las cosas que aguante: malos tratos, indiferencia y comentarios hirientes, que ya eran me conocidos por mi anterior relación, los cuales me había jurado no tolerar nunca más.
¿Entonces, qué hizo que me quedara? ¿Acaso no había aprendido mi lección? ¿Todo el crecimiento personal que presumía era una mentira?
A diario me preguntaba lo mismo y aún hoy, años después, no lo tengo claro. Está la respuesta evidente de que me quedé por amor, pero también la claridad de que el amor nunca debe justificar malos tratos. Creo que lo fundamental estuvo en la voluntad de él y en el compromiso que vi en los pequeños actos de cambio que poco a poco fui viendo. Cambios tan radicales y comprometidos conmigo, pero también con construir una mejor versión de él mismo que nos tienen hoy, luego de 8 años de relación, a puertas de casarnos.
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