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Las Malas Amistades, un mito musical en el Siete de Agosto
Ensayan en una misteriosa casa del popular barrio y su música llegó a oídos de Damon Albarn.
Manuel Kalmanovitz (izq.) es el guitarrista de la banda; Humberto Junca es el dueño de la casa y toca el cuatro, y Ximena Laverde es la voz principal. Foto:
Andrea Moreno. EL TIEMPO Foto: Andrea Moreno. EL TIEMPO
En el barrio Siete de Agosto, el ruido de los talleres de mecánica automotriz no se detiene. Gente entra y sale de los locales, casi chocan, no paran. Las manos de quienes pasan están embadurnadas de aceite. Se dice de este barrio de Bogotá que en él se consigue lo que se quiera. ¿Quiere hacer mercado? Está la plaza. ¿Repuestos robados o importados? Los encuentra. ¿Un elegante restaurante italiano? Este es el lugar. ¿Músicos, artistas? ¿Malas amistades?
Como una pintura de Kandinsky, todo el barrio es un gran círculo con pequeños círculos excéntricos dentro. El artista decía que el círculo “apunta más claramente a la cuarta dimensión”, como si cada uno fuera otro mundo. Y resulta que en el Siete de Agosto, para entrar a cada uno de esos mundos, se necesita abrir alguna de los miles de puertas.
Humberto Junca –artista plástico y profesor universitario– abre una puerta verde. “Bienvenidos”. En el parqueadero hay tres bolas de espejos en el suelo, desproporcionadas para cualquier discoteca. “Son unas obras que hice para una exposición, pero ahora no sé qué hacer con ellas”. Sigue al patio, y entre las ranuras del suelo nace maleza. De frente, un edificio de tres pisos.
El ruido del Siete de Agosto ya no se escucha. Sentados en el comedor están Ximena Laverde, quien hace arte, pero no vive de él, y Manuel Kalmanovitz, periodista, profesor y crítico de cine. “Subamos al ensayadero”, dice Humberto. En el último piso está lo que sería un altillo, el techo es de láminas de madera y una claraboya deja entrar la luz. El lugar es cálido.
Ximena y Manuel se sientan en sus puestos mientras Humberto empieza a mostrar curiosidades del lugar.
Las Malas Amistades nació en 1994. En un principio llegaron a ser hasta 15 integrantes. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
Ellos son Las Malas Amistades. Un mito urbano porque pocos los han visto, se habla de ellos entre murmullos, algunos no creen, pero en el fondo todos saben que existen. Aparecen de vez en cuando y luego no se sabe dónde están.
“Toquemos algo y luego hablamos”. Cuando los primeros acordes de ensayo suenan, el granizo estalla contra el tejado. Al tiempo, el sol se mantiene e ilumina todo el lugar. Aunque la contradicción meteorológica resulta ser para los bogotanos una más de las tantas indecisiones del clima de la capital, para Las Malas es además un acompañante que le agrega un toque de misticismo a su música.
“El granizo y el sol nos acompañan hoy —dice Humberto Junca mientras medio afina el cuatro—, deberíamos grabarnos con el sonido del granizo de fondo”.
Aunque Las Malas (como les dicen de cariño) no se definen bajo un género, saben que les gusta el lofi, del inglés low fidelity. Esta es una música que, si bien la banda la hace desde hace tiempo, en los últimos años se ha popularizado entre los jóvenes, y se caracteriza por el uso de medios anticuados o de baja fidelidad de grabación con una intención estética.
Al tiempo que Humberto ‘medio afina’, Ximena ensaya el teclado y calienta la voz. Y, por su parte, Manuel, incrustado en un viejo sofá de cuero, se deja llevar por los acordes improvisados de su guitarra.
Si se hace énfasis en ‘Las’ de Las Malas Amistades, artículo determinado, femenino y plural, se genera la sensación de resaltar la idea de que estas no son unas simples ‘malas amistades’, sino que son las peores ‘malas amistades’ de todas. Sin embargo, no es más que otra de las contradicciones que rodean a la agrupación. En realidad son tres muy buenos amigos que han logrado mantener su hobby durante años.
Casi que todos los jueves, desde 1994, se encuentran en la casa de Humberto para ensayar, hablar y reír. “Es como nuestra terapia de grupo”, dice Ximena, “yo acá vengo a reírme”.
“Yo he vivido toda mi vida en esta casa —señala Humberto—, la construyeron mi mamá y mi tía. Cuando nací me trajeron a vivir acá. Esta es mi herencia. Y como soy artista plástico, además de ser mi vivienda, también es bodega, taller y ensayadero. Además esta casa no cuesta nada. Estoy contento acá, el barrio es una nota. Es como otro mundo. Unas brujas me dijeron que me mudara. Pero no les hice caso”.
“Desde el 94 venimos acá. Lo primero que hicimos fue un disco compilatorio... Lo sacamos con nuestro dinero en el 99 porque el mundo se iba a acabar —cuenta Manuel—. Lo grabamos en casete. Nuestra idea ha sido siempre grabar domésticamente. Nada de contratar un ingeniero ni de ir a un estudio. Trabajamos en la casa, y que si el perro ladra, quedó el ladrido”.
“En el estudio todo es tan artificial... En cambio queríamos hacer música libre —recuerda Humberto—. Manuel se fue para Estados Unidos del 2000 al 2009, y se llevó un montón de estos discos”.
Humberto Junca es el dueño de la casa en el 7 de agosto, toca el cuatro y es evidente que disfruta con el corazón a la banda. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
—Manuel, pero estuviste acá un tiempo porque grabamos por esa época —le dice Ximena.
—Fue porque vine de vacaciones...
—Que yo te caí gorda.
—Falso (risas) —responde Manuel y voltea los ojos.
Aunque es evidente la ausencia de pretensiones de la banda, su música ha trascendido fronteras: llegó a Estados Unidos, el Reino Unido y Europa, y vaya uno a saber a dónde más. Aunque ese logro en estos tiempos de internet pareciera despreciable, resulta que esta agrupación lo hizo a punta de casetes en los años 90, cuando apenas se hablaba de interconectividad.
Por rarezas que le pasan solo a las bandas que no buscan fama, la música grabada por ellos mismos llegó a oídos de un ícono de la música británica, Damon Albarn (vocalista de Blur y The Gorillaz). A través de su sello discográfico de música independiente, Honest Jon’s, quiso grabar tres álbumes de Las Malas Amistades. Aún hoy se encuentran en la página del reconocido sello.
Manuel Kalmanovitz de día es periodista y crítico de cine, y cuando quiere es el guitarrista de la banda. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
¿Qué tenía que ver que se fuera a acabar el mundo para sacar el disco?
—Para hacer el check del disco. Eso y sembrar un árbol... Ya que no tenemos hijos. Bueno, Ximena sí.
—Este primer disco es una locura porque es superpunk. Tanto en estilo como... No por el estilo de música porque no tenemos ni guitarras eléctricas ni batería. Lo nuestro siempre fue más acústico.
—Por la manera de grabarlo…—complementa Ximena a Humberto.
—Es un disco muy bonito porque es muy despelotado. Recoge un montón de años, del 94 al 99. Y Manuel se va a Estados Unidos y le regala el disco a un tipo...
—Lo conocí en una tienda de música en la que yo trabajaba... Él era de la sección de música. Vendimos algunos. A él le encantó, lo puso en el top 10 del año. Es un tipo ucraniano que se llamaba Igor Vlazovy y tenía un sello de música. Yo duré como cuatro años o cinco sin poder venir a Colombia. Yo le conté que me iba a venir de vacaciones y me dijo que grabáramos algo. Ahí fue cuando conocí a Xime y me cayó gorda (risas).
—Las Malas Amistades se desconectaron cuando Manuel se fue... ¿Se acuerdan de ese artículo en Cromos que nos sacaron? Uno de Gustavo Gómez Córdoba diciendo que nos odió. Le enviamos una copia y la reseña tenía un título: ‘Cuando la música ofende’
—Humberto se ríe—. Fue buenísimo... Manuel me llama un día y me dice que había un man en Estados Unidos que nos quería sacar un disco. Pero la pregunta era: ¿qué hacemos con las voces femeninas? Ahí es cuando invito a Ximena, le explico el asunto. Hizo clic y desde entonces es nuestra voz principal. En el primer disco había como 15 personas. Una recocha. Nos reuníamos a veces y teníamos instrumentos. Nos poníamos a cocinar, a ver películas, a hacer ruido... y este disco verde compila todas esas canciones.
Los sonidos viejos, como a polvo, son un sello característico de la estética de la banda. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
¿De dónde se conocen todos ustedes?
—De la Nacho (Universidad Nacional de Colombia). Antes tuvimos un grupo que se llamaba PF Marca Registrada. Manuel rondaba por ahí, pero él venía de cine y televisión. Entraste después —le dice Humberto a Manuel—. Para este segundo disco, todo lo hacemos nosotros. Manuel se llevó los masters a Estados Unidos y terminó siendo un hit en el círculo universitario... terminamos en conteos de lo mejor del año. Igor se supo mover muy bien, lo mandó a las emisoras que eran. Así llegó a oídos de Damon Albarn, y nos ó el sello disquero de ellos, Honest Jon’s.
—Las Malas por el mundo —apunta con tono burlón Manuel—. Cuando llegó ese correo no me lo podía creer. Y llamé a Humberto desde Nueva York y le dije: ¿miró el correo de Las Malas? Mark Ainley nos escribió y nos ó. Nos dijo que Damon nos había escuchado, que le encantó y que quería sacar algo nuestro. Primero pensé que no era buena idea (risas), pensé que era una pega... o estafadores de Kenia.
¿Cuántos discos les sacó Damon?
—Tres. Luego nos liberaron. Han pasado muchos años y ahora somos un trío como los tres diamantes. Sacamos dos discos más de forma independiente: Las Malas amistades con Matik Matik y Festina Lente Discos. Y este: 17 cañonazos no tan bailables, que es un disco de covers. Y es así, un disco pirata. Fuimos a Unilago y lo mandamos a quemar por un montón de copias. Lo imprimimos en serigrafía, ya hace cinco años, en el 2015. Ahora estamos a punto de grabar nuevas canciones que no están grabadas. Por la pandemia no lo logramos. Manuel sí es un gamín y se la pasa callejeando y yo también (risas). Son seis discos. Y también hay muchas canciones que no están grabadas. ¿No sé si han visto la película animada Virus tropical de Power Paola? En esa participamos con dos temas: Mar de tinta y Lluvia. Aparecemos en la película de forma animada. También aparecemos en un par de compilaciones.
—Yo no sé tocar el teclado, sé hacer ruido...
—No digas eso, Xime. Haces un ruido organizado en el tiempo.
—Un ruido disciplinado.
—Es un sonido bonito, como setentero.
¿Cuál ha sido el peor concierto?
—El de Tonalá —dice Manuel, y sin dudarlo todos dicen: “Sí, fue inmundo”.
—Pero la gente no era antipática. El escenario era chévere, pero el sonido era una mierda —cuenta Ximena—. A mí se me bajaba el micrófono. Nos dejaron solos y todo fue en picada. El lugar era despedidor. No había acústica... Me sudó la espalda todo el concierto. Todos mis amigos estaban ahí sentados. Qué oso.
—Al único que no le da pena hacer el oso es a Humberto. Yo me protejo con la guitarra y cierro los ojos y se acabó el concierto.
—Yo tengo pánico escénico. Y así me sepa las canciones, tengo que tener el cuaderno por si acaso.
Ximena Laverde es artista pero no vive del arte, vive de la finca raíz. "Si no existieran las Malas, sería más histérica", dice. Foto:Andrea Moreno. EL TIEMPO
Pero lo disfrutan...
—Sí, claro. Es que me gusta tanto que eso mismo hace que me ponga nerviosa. Es un placer extraño. Pasa un montón que se nos olvidan muchas cosas, pero hace parte también del grupo...
—Tenemos una fanaticada. Pero la mayoría de la gente piensa que es rumba. Y cuando ven que no hay batería y se encuentran con esto que es medio quebrado, más frágil, medio torcido y destemplado...
—Las Malas son parte de nuestras vidas. Es una terapia grupal. Dejaría un hueco si no estuvieran...
—Claro, yo sería superhistérica si no existiera la banda. Y con mi hijo que es muy mamón —dice Ximena.
¿Qué les ha dado Las Malas a ustedes aparte de reflexiones y de meditación?
—Hicimos un minitour europeo —cuenta Humberto—. Fuimos a Berlín y Barcelona y Madrid. Tocábamos en bares íntimos. El primero era en un lugar que se llamaba El Monarc, éramos teloneros de un grupo metalero. El bar era superindustrial. Al día siguiente tocamos en otro bar en Berlín, un bar de un fan de nosotros. Era de maderita, superlindo. La gente matada.
—En Madrid tocamos en el barrio La Latina en una librería que se llama Molar. Muy bonito —recuerda Ximena.
¿Cómo describen su música?
—Venimos acá y exorcizamos un poco lo que nos preocupa, lo que nos estresa, sin ser demasiado autobiográficos. Grabábamos en una grabadora de periodista. Luego escuchábamos y decíamos: la guitarra no se oye, y tocaba que se acercara más la guitarra. Hasta que quedaba relativamente bien. Somos melómanos y escuchamos todo tipo de música, no pensamos que haya música buena o mala.
—No nos enmarcamos en un género. Suena a madera y a teclados polvorientos —dice Humberto.
—Es muy distinto como sonamos ahora a como sonábamos hace unos años —complementa Manuel—. Ahora somos más envenenados, más noise, pero respetando la melodía. Hay una especie de equilibrio entre lo melódico, lo bello, lo lindo y algo como amenazante, ácido, psicodélico... También tiene minimalismo. Venimos de la universidad y de las artes y sabemos que las estructuras siempre son acuerdos que se pueden desestructurar y este es nuestro acuerdo. Todo esto tiene que ver con todo. Yo pensaba que íbamos a hacer mucho ruido. Y ahora no me gusta el ruido (risas).
—Antes estaba el calentófono. Era un calentador al que le pegábamos con un matamoscas. Sonaba durísimo.