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¿Quién es el colombiano que se ha leído 27 veces 'Cien años de soledad'?

'Librovejero' reúne los testimonios y anécdotas de uno de los libreros más antiguos de Bogotá.

Álvaro Castillo.

Álvaro Castillo. Foto: Claudia Rubio. Archivo EL TIEMPO

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Caminar entre libros, tropezarse y soñar con ellos. Leerlos y releerlos. Encontrar en cada lectura una idea nueva, una voz que no se había escuchado. Recomendar, acompañar, sugerir, guiar. Esas son la labor y el gozo de Álvaro Castillo Granada, conocido artífice y hacedor de encuentros entre libros y lectores.
En su nuevo libro Librovejero, que lleva como título el apodo que le puso García Márquez, Castillo hace un recorrido por su vida sobre el oficio de librero, con relatos sobre los poemas que lo han habitado, las frases subrayadas que se leen diferente cada vez, las listas inmensas de libros por conocer, los escritores que se han alojado en su memoria y ocupan gratamente su tiempo, las calles antiguas y los anaqueles polvorientos que ha explorado para encontrar las joyas que sabe que lo esperan, los colegas que le han enseñado los caminos y las formas de un oficio que sabe a libertad.
¿Cómo llegó a las primeras librerías que amó?
No recuerdo bien cuál fue la primera librería a la que entré. Me encantaría poder tenerla presente, saber cuál era. Es una muy buena pregunta que mi memoria, desafortunadamente, no puede contestar. Tal vez la primera pudo ser la Librería Nacional de Cafam La Floresta, el barrio donde viví en mi infancia. Allá vi por primera vez libros de autores que me podían llamar la atención. Después, recuerdo también la Librería Nacional de Unicentro, que era un mundo gigantesco. Luego comencé a ir solo a librerías: El Lago, Contemporánea... Recuerdo con especial cariño esas dos, pero, con el amor y el agradecimiento más grande, las de la calle 19 entre 10.ª y 7.ª en el costado sur: el pasaje al infinito y al misterio que propiciaban esas casetas azules. Ahí fue donde empecé realmente a comprar mis libros, donde encontré mis primeras ediciones y algunos libreros que luego se convirtieron, sin ellos pretender serlo, ni yo saberlo, en los maestros del librero que quiero y pretendo ser. A esas librerías llegué con mis amigos del colegio; las visitábamos para comprar discos y libros. Creo que llegué ahí por azar; por “el azar concurrente”, como decía José Lezama Lima.
¿Siente que los libros se leen de un modo diferente cuando se es librero?
Creo que sí, porque se está leyendo con una doble expectativa: no solamente la personal, el leer un libro para nuestro propio consumo, conocimiento, deleite y aprendizaje, o para nuestra curiosidad; sino que al leerlo también se lo está haciendo para un posible público al cual tal vez querremos o tendremos que darle cuenta de esa lectura; queremos recomendárselo y comunicárselo para que siga leyéndose por otras voces. Entonces, sí creo que los libreros leemos distinto. Yo, como el tipo de librero que pretendo ser, trato de ser un lector de libros completos. Por lo general no leo solapas ni contracarátulas; leo libros completos que me interesan o me llaman la atención, y muchas veces ese gusto puede coincidir con el gusto o la necesidad de algún lector.
Para su gusto como lector y librero, ¿cuáles son los sellos que han creado las mejores ediciones?
Creo que soy, por sobre todas las cosas, un lector constante de literatura latinoamericana y colombiana. Eso no quiere decir que no lea otras literaturas o, como diría Truman Capote, “otras voces, otros ámbitos”. En Colombia me gustan las ediciones de Mito, Espiral e Iqueima, y las de editoriales de ciudades pequeñas como Ediciones Zapata de Manizales. Del resto de América Latina me gustan Sur, Losada y Sudamericana, de Argentina; de Chile me gustan Ercilla y Nascimento; de Cuba me gustan particularmente las ediciones bellísimas que hace Ediciones Vigía, en Matanzas, y me conmueven mucho las ediciones que se hicieron durante el Periodo Especial. Esas pequeñas plaquettes que permitieron que los autores siguieran publicando, que tal vez uno las ve con cierto desdén por su humildad y fragilidad, pero creo que esta es su característica fundamental, que las dota de una belleza muy grande. Para mí lo fundamental en las ediciones es la humildad, la sobriedad, la elegancia y la austeridad; la mezcla de esos elementos dota al libro de una personalidad muy grande y lo hace ver de otra manera.
¿Quién es su gran personaje librovejero de la literatura?
Mi gran personaje es Frank Doel de 84, Charing Cross Road, la maravillosa novela que inspiró la película Nunca te vi, siempre te amé, de Helene Hanff. Ese personaje, su manera de asumir el oficio, de relacionarse con los clientes y con los libros, de entregar su conocimiento a los demás, como quien entrega lo más preciado, es para mí precioso, tanto en la novela como en la película. Ese personaje lo llevo grabado en mi mente. Y también vuelvo a Hanta, quien, aunque no era un librero, uno de los personajes que asumía era el de un librero que, a través de un muchacho, le conseguía libros a un lector. Ese librero misterioso, escurridizo, casi invisible, también me gusta mucho.
Librovejero. Álvaro Castillo Granada. Fondo de Cultura Económica.156 páginas.$ 20.000

Librovejero. Álvaro Castillo Granada. Fondo de Cultura Económica.156 páginas.$ 20.000 Foto:Archivo particular

¿A cuál autor o libro suyo aún no le ha llegado su ‘momento de lector’?
No ha llegado y no sé si llegará mi momento con el Ulises de James Joyce. Intenté leerlo cuando estaba en el colegio, con trece o catorce años; leí una o dos páginas y tengo claro que no entendí absolutamente nada. Decidí abandonarlo y lo he abandonado hasta hoy. Sé que es uno de los libros más importantes de la literatura universal, una novela que revolucionó todo, que les dio vuelta a las cosas para uno escribir de otra manera y donde caben todas las posibilidades. Lo sé porque lo he oído y lo he leído en otras partes, pero no he podido con ese libro, y además pasa algo más grave: no siento el llamado a leerlo; tampoco la necesidad ni la curiosidad. Tal vez me iré de este mundo sin hacerlo, aunque tampoco puedo decir que no lo haré. Quizás le causó ese golpe tan fuerte al niño que yo era, de no entender nada, que se quedó grabado en mí que es un libro que no voy a comprender.
En algunos de los relatos habla de su relación con el cine. ¿Qué libro le gustaría ver adaptado a la pantalla grande?
Me gustaría que hicieran una película de Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal. Sé que existe una; el actor que hace el papel de Hanta es Philippe Noiret; el mismo que hizo, entre otros, el papel de Neruda en Il postino de Michael Radford. No la he visto y tampoco sé de nadie que lo haya hecho. Me encantaría ver ese libro en el cine; creo que sería uno de los libros más hermosos que podría llevarse a la pantalla, y si alcanzara a hacerlo Jiri Menzel, sería una obra maestra, con toda seguridad.
En Librovejero también habla sobre el valor de las recomendaciones literarias. ¿Cuáles son las mejores sugerencias que le han hecho al respecto?
Es muy difícil hacer el inventario, pero a vuelo de pájaro y sin entrar en mucho detalle, le agradezco al poeta Juan Felipe Robledo que me recomendara leer la obra poética de Fina García Marruz, sin pensar ninguno de los dos por un solo instante que yo iba a tener la inmensa fortuna y el privilegio grandioso de llegar a ser amigo suyo y de su esposo, Cintio Vitier, desde 1996, cuando los conocí. Esa puede ser una de las grandes recomendaciones literarias de la vida. Hace poco, Gabriela Roca y Miguel Ángel Manrique me recomendaron la novela Stoner, de John Williams, que se ha transformado en una de mis novelas favoritas. Mi mamá me recomendó leer Confieso que he vivido, de Pablo Neruda, sin pensar que ese libro iba a cambiar mi vida de una manera tan radical y tan violenta como lo hizo, al punto de convertirse en una especie de bitácora, de ruta a seguir, de cueva de las maravillas de la cual se derivaron cantidad de lecturas, descubrimientos e intensidades que me acompañan hasta hoy. Mi socio Camilo Delgado me recomendó a Manuel Altolaguirre, el poeta español, y a Roberto Fernández Retamar cuando me enseñó su poema Y Fernández, y por cierto, tuve el inmenso privilegio y honor de ser gran amigo de él y de su familia. El ritmo de su poesía, esa manera de narrar y de contar con humildad y precisión se convirtió para mí en un ejemplo para escribir la prosa que escribo. Es bonito cuando uno empieza a asociar autores que lee con las personas que se los recomiendan, y hay algunos que se vuelven apuestas de vida inolvidables.
Usted dice que el poema Y qué va a ser de tus recuerdos, de Eliseo Diego, se le quedó ‘incrustado en el alma’. ¿Cuáles son los otros poemas que lo acompañan?
A pesar de ser un lector feroz de poesía, no me sé muchos poemas de memoria, pero si lo pienso ahora, los poemas tutelares que me acompañan y me sé de memoria son Amén, de Álvaro Mutis; De vuelta del mar, de Robert Louis Stevenson; Del juglar a su amada, de Jaime García Mafla; Y Fernández y Usted tenía razón, de Tallet; Somos hombres de transición, de Roberto Fernández Retamar, y A la izquierda del roble, de Mario Benedetti.
¿Cuál es ese libro que cambia cada vez que lo lee, ese que siempre le da una impresión diferente?
El libro fundamental, el que envejece conmigo y quiero ser consciente de cómo envejezco con él es Cien años de soledad. Desde 1997 lo he leído 27 veces y me encanta cuando llega el final del año, ese 28 de diciembre cuando empiezo a leerlo como un rito, como un dogma, diría Benedetti, y me encuentro cómo el libro cambia a través de lo que yo he cambiado. Eso es un prodigio y el descubrimiento de la que en este caso es una obra maestra, y quisiera poder seguir haciéndolo durante mucho tiempo para darme cuenta de esto. Yo percibo mi madurez conforme a cómo leo cada año este libro, cuando me encuentro con los subrayados que hice alguna vez y los reconozco o no me reconozco, y subrayo cosas nuevas que van fijando mi tiempo en él. Ese es mi libro tutelar; el que no puedo dejar de leer.
JUAN CAMILO RINCÓN*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
@JuanCamiloRinc2
* Periodista, escritor e investigador cultural.

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