De la economía se ha dicho que es una ciencia sin humor. Una cosa seria, claro está: plagada de fórmulas matemáticas, jerga especializada que el común de los mortales no entiende y proyecciones a granel que, por desgracia, casi nunca se cumplen, como si fueran pronósticos del tiempo.
Con razón, ha sido llamada la ciencia lúgubre, título que habla por sí solo, pues no produce risa o alegría, sino tristeza, preocupación… y lágrimas. De los economistas, como era de esperarse, se dice lo mismo.
Al fin y al cabo, con pocas y honrosas excepciones, la solemnidad los caracteriza, sobre todo cuando exponen teorías, hacen cálculos, presentan conclusiones y nos muestran hacia dónde va la economía, sin que nadie más se dé por enterado.
No es de extrañar, entonces, que su comportamiento esté lejos, muy lejos, del entusiasmo propio de otros profesionales, como los músicos.
Pero nunca faltan las excepciones a la regla. O las salidas de buen humor, para ser exactos. O los hechos que simplemente se prestan para eso, según veremos a continuación, basados en la nueva edición de mi libro Protagonistas de la economía colombiana, recién publicado en Amazon.
Alertas lleristas
Empecemos con los jefes de Estado, los cuales a fin de cuentas, aún en cuestiones de economía, tienen la sartén por el mango.
Por ejemplo, Carlos Lleras Restrepo (1908-1994), a quien nadie le discute su autoridad en tal sentido, de la que hacía gala en el Gimnasio Moderno, donde estuvo al frente de la cátedra sobre Economía Política.
Según Fernando Gaviria Cadavid (1931-2014), uno de sus alumnos que después sería ministro de Comunicaciones, él era tan entusiasta, brillante expositor y metido en su cuento que a veces se quedaba dos horas dictando clase –¡cuando no le correspondía sino una!–, negándose a suspender su discurso al ver al siguiente profesor, quien se asomaba, a hurtadillas, para avisarle que su tiempo había terminado.
Además, solo hacía exámenes orales, no por escrito.
“¡Conéctese!”, era el primer aviso al estudiante que diera muestras de no saber bien su lección; “¡Sitúese!”, era el segundo, y, cuando el asunto no tenía remedio, ordenaba sin tapujos: “¡Siéntese, jovencito! ¡Tiene cero!”.
De Valencia a Samper
De Guillermo León Valencia (1909-1971), ni se diga. Su primer ministro de Hacienda, Carlos Sanz de Santamaría (1905-1992), tuvo que devaluar en dos ocasiones, por lo cual se desató un escándalo mayúsculo que puso al gobierno contra la pared, pero cuando él mismo anunció, como única salida, la tercera devaluación, el presidente lo frenó en seco y le dijo, con su particular estilo desabrochado: “¡Al perro no lo capan dos veces!”.
Ernesto Samper Pizano, por su parte, se gana aquí la medalla de oro porque el humor, en su caso, es mal de familia. Baste una prueba: en su gobierno (1994-1998), el manejo económico venía siendo atacado con dureza desde el Congreso de la República, cuyo jefe de la oposición era el senador Juan Camilo Restrepo, uno de sus antiguos maestros en la Universidad Javeriana.
“Si sigue en esas –le advirtió, en tono enérgico, durante una reunión en Palacio–, voy a contar que fue profesor mío”, para rematar con este chascarrillo: “Y el que va a quedar mal es usted…”.
Cosas del Cofrade
Los ministros de Hacienda, máximas autoridades económicas del país, no se quedan atrás, ni mucho menos.
Le preguntaron al presidente Ospina Pérez
por qué no nombraba a Alfonso Palacio Rudas en Minhacienda y replicó: “¡Porque de pronto le da por pagar la deuda externa de un tacazo!
Así, Alfonso Palacio Rudas (1912-1996), el célebre Cofrade, aseguraba, con falsa modestia, que su fama de experto en hacienda pública era “mal ganada”, al tiempo que se enorgullecía de ser iconoclasta y no tragar entero, soltando aquí y allá frases demoledoras contra sus colegas, de la que no se salvaba siquiera su sobrino Eduardo Sarmiento, exdecano de Economía en los Andes.
Y cuando al presidente Mariano Ospina Pérez (1891-1976) le preguntaron por qué no lo nombraba de Minhacienda, su respuesta no pudo ser más gráfica: “¡Porque de pronto le da por pagar la deuda externa de un tacazo!”, según nos contaba entre risas, casi ahogado por su enorme biblioteca.
De hecho, Abdón Espinosa Valderrama (1921-2018) se lució también al contestar el ofrecimiento del presidente Lleras Restrepo para ponerse al frente de ese mismo cargo en 1966. “No perdamos tiempo”, fueron sus palabras, atendiendo al llamado. Y agregó, con la confianza debida: “Yo también he pensado lo mismo”.
Algo similar decía Rodrigo Llorente (1928-2016) al recordar que con solo treinta años de edad fue nombrado en 1959 ministro de Fomento por Alberto Lleras Camargo (1906-1990). “La audacia no fue mía –aseguraba–, sino del presidente, quien me nombró”.
Hommes en recesión
Rudolf Hommes, en cambio, se disculpó ante los periodistas por haber llamado “pechugones” a los cafeteros en medio de un debate sobre la política del grano, no sin explicar que su retractación se debía al tirón de orejas de su jefe, César Gaviria. “Donde manda capitán, no manda marinero”, anotó.
Causa hilaridad, de otro lado, cuando Ruddy, padre de la apertura económica a comienzos de los años noventa, narra la aventura en que se metió, con su amada novia, apenas se graduó como ingeniero en la Universidad de los Andes: abrir un almacén de carteras, bastante artesanal, donde se quebraron después de empezar muy bien y haber llegado a las ligas mayores en el mundo de los negocios capitalinos.
“Fue mi primera recesión personal”, confiesa acongojado.
¡Un año sin ministro!
No se puede menos que esbozar una sonrisa al saber que en el cuatrienio de Valencia (1962-1966), ¡no tuvimos ministro de Hacienda durante un año completo, sin que nada grave pasara!
¿Por qué? Ahí está lo mejor: tras la salida de Diego Calle de la cartera le ofrecieron el cargo a Ignacio Copete Lizarralde, quien no aceptó la oferta porque exigía, a su vez, que se devaluara, y cuando fue nombrado Hernando Durán Dussán (1920-1998), no pudo posesionarse, sabrá Dios por qué.
Al fin asumió el ministerio, en 1965, Joaquín Vallejo Arbeláez (1912-2005), papá del Plan Vallejo, un novedoso programa de reconocimiento mundial que fue determinante para subir las exportaciones, ¡favorecidas igualmente con la temida devaluación!
Tala de árboles
En cuanto a las historias personales, hasta con árbol genealógico a bordo, hay mucha tela para cortar.
Así, el primer antepasado de Rodrigo Llorente en Colombia participó en la reconquista española de Pablo Morillo, incluso con tropas a mando, hasta cuando cedió al amor de una criolla popayaneja que lo volvió patriota, mientras su abuelo Gregorio, emparentado con Tomás Cipriano de Mosquera (1798-1878), murió en el campo de batalla durante la guerra de los Mil Días (1899-1902).
José Consuegra Higgins (1924-2013), impulsor de la Teoría propia del desarrollo en América Latina, añoraba a su abuelo Silvestre, quien, además de ser ingeniero, constructor de puertos en el río Magdalena y del primer ferrocarril nacional entre Barranquilla y Puerto Colombia, fue también médico homeópata y dejó un libro sobre culebras y perfiles venenosos, best seller en su época.
Hommes –¡siempre Hommes!–, al tiempo que estudiaba istración de Empresas, con MBA en Estados Unidos, fue mesero, cuidandero de niños y experto en más oficios menores, propios para latinos.
Esa experiencia laboral lo habilitó, seguramente, para ser rumbero y aparecerse, ante poderosas y respetables juntas directivas, con collares y pulseras hippies, como digno representante de la escuela del ministro Rodrigo Botero en el mandato de Alfonso López Michelsen (1974-1978).
Y Juan Carlos Echeverry, minhacienda en el primer período de Juan Manuel Santos (2010-2014), decidió suspender los estudios sobre Filosofía de la Economía en Alemania porque uno de los profesores, al conocer sus inquietudes epistemológicas, le dijo que estas ya habían pasado de moda y a nadie interesaban.
“Por lo visto, ¡en su país viven todavía en la caverna económica!”, fueron las palabras del maestro para despedirlo, lo cual bastó para que el joven colombiano cambiara de carrera, haciendo un posgrado en Economía Internacional
Colofón
Cabe destacar, por último, que otra muestra del fino humor de algunos de nuestros mejores economistas ha sido el hecho de que, tras salir del ministerio a cargo (Hacienda, por lo general), presentan un balance positivo de su gestión, el cual suelen negar sus inmediatos sucesores, quienes les atribuyen, con espejo retrovisor, los males de que son víctimas…, como también lo hacen sus jefes, los presidentes de turno.
Gajes del acostumbrado empalme entre gobiernos, se dirá. O falta de continuidad en las políticas, rechazándose siempre el continuismo del que se acusa al nuevo mandato si queda en manos del anterior partido de gobierno.
Así se desenvuelve, en fin, nuestra historia económica, contada por sus protagonistas. Y ni se diga de lo que dicen al respecto los historiadores…
Jorge Emilio Sierra Montoya *
Exdirector del diario ‘La República’, magíster en Economía de la Universidad Javeriana y autor del libro ‘Protagonistas de la economía colombiana’.