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El doloroso viaje de los exmilitares colombianos a la guerra en Ucrania
EL TIEMPO acompañó a excomandos del Ejército y la Armada en su viaje a combatir en una guerra ajena.
En la madrugada de este domingo, Rusia lanzó un ataque con drones contra 13 regiones de Ucrania en la antesala del tercer aniversario de la ocupación. Foto: EFE
El sorpresivo trueno de una granada de mortero, seguido de las ráfagas de fusil, le hizó renegar a José Luis de haberse “regalado” como soldado profesional.
Era la madrugada del viernes 5 de marzo de 2010 y él y sus compañeros de la Fuerza de Despliegue Rápido patrullaban por el cañón del río Güejar, en el Meta. “Nuestra misión era el ‘Mono Jojoy’ y habíamos desembarcado en ese sitio el día anterior y de un momento a otro nos encendieron a plomo. Los guerrilleros eran del bloque Oriental y estaban muy bien armados, pero además tenían minada toda la zona… ahí perdimos a un soldado y un suboficial… hace mucho no recordaba esto…”.
Su relato ocurre en una de las salas de espera del muelle internacional del aeropuerto El Dorado, en Bogotá, mientras llega el llamado para el vuelo a Madrid, España.
José Luis no va de vacaciones o a una misión del Ejército colombiano. De allí salió pensionado hace unos meses. Pese a los golpes de su trabajo, se le ve vigoroso y animado. Por eso no lo pensó dos veces para embarcarse en otra batalla, en una guerra que no es suya, pero que sí le dará para mantener a su familia, claro, si sobrevive.
Después de Madrid, su vuelo lo llevará a Estambul y de ahí a Kiev, en Ucrania.
Daños tras bombardeo ruso en Kiev Foto:EFE
Sí, Ucrania. Esa de la que en este lado del mundo solo se referencia por la cruenta confrontación con Rusia y la ocupación que Vladimir Putin ordenó hace exactamente tres años, cuando en febrero del 2022 las tropas rusas flanquearon la frontera sureste del país eslavo, en Europa Oriental.
Junto a él viajan otros 22 hombres que, hasta el año pasado, hacían parte de las Fuerzas Especiales de la Armada y el Ejército. En el grupo hay soldados, suboficiales y un capitán que pidió la baja en noviembre, cuando le garantizaron el viaje.
Esa ‘bolsa de empleos’ para los excombatientes de la Fuerza Pública, que todos saben quiénes la manejan, pero por la que hay un compromiso de confidencialidad para mantenerla, o por lo menos optar a poner en cola la hoja de vida, sigue (y seguirá, según José Luis) siendo clandestina.
Un mayor retirado del Ejército que hizo parte de la Agrupación de Fuerzas Especiales de Antiterrorismo Urbano fue el encargado de arlos a todos. Algunos aún estaban activos y solo esperaron a coordinar su retiro por pensión. Presentaron exámenes físicos, médicos y de polígono, y esperaron el llamado.
Tras hacer el papeleo en una oficina en Bogotá y firmar un seguro de vida para sus cónyuges (solo se ite que sea para la compañera sentimental), recibieron los tiquetes aéreos con la fecha de viaje de ida. La de regreso está abierta y tal vez un puñado de ellos no la use. También les entregaron un kit básico de prendas militares (medias, camisetas y bufanda térmica) y el morral de campaña.
Edificios gravemente dañados en Chasiv Yar, región de Donetsk. Foto:AFP
Mientras se chequean para el vuelo, hablan de lo poco que les contaron sobre las condiciones de alojamiento, en qué ciudad les va a tocar y cómo es la comida. También qué empacaron para llevar. Lo único seguro es que en todas las maletas va café y chocorramos.
¿Y la paga? Quienes quisieron hablar sonrieron ante la pregunta, se miraron y volvieron a sonreír. “Es buena”, respondió Jhon Jairo y siguió riendo. Ninguno lo dijo públicamente, pero oscila entre 3.500 y 4.500 euros según la experticia y rango. Al cambio, casi 18 millones de pesos, cuatro veces más de lo que ganaban en su trabajo.
Y, ¿qué si vale la pena? Solo cada uno de ellos lo sabe.
Se van muy lejos de su casa y, al hacerles esa pregunta, Javier responde rápido y espontáneamente: “aquí también estábamos lejos”. La mayoría, por no decir que todos, no vieron nacer ni crecer a sus hijos. Esa fue una tarea que asumieron sus esposas y compañeras. “Para mí no es duro irme porque siempre he estado en el área (en la selva o zonas rurales de Colombia), y no concibo mi vida en otro oficio. Soy militar y me moriré así”, agrega Javier.
Él lleva cubierto el morral que les entregaron. Otros sí lo tienen ajustado a la espalda, como ese morral de campaña que cargaron por años en condiciones adversas, en el conflicto armado de Colombia. Zambrano, Cifuentes, Borja, Campero; esos son los apellidos que se alcanzan a leer en algunas de las bolsas militares.
Llaman a bordar y llega el momento de la última llamada. Campero, un sargento valluno curtido, prende la cámara del celular y la conversación que se presencia parece más un testamento que una despedida.
“Negra, ya sabe que las escrituras del lote las tiene Arnulfo. Si pasa algo, hable con él. Dígale a doña Francia que ya el otro mes queda la deuda saldada. Usted no se ponga a meterse en más deudas, me espera a que yo pueda llamarla. Recuerde que la casa queda libre, el banco ya mandó la escritura. Y ustedes, muchachos, a no meterse en problemas, ya crecieron, ya saben cómo es la vida, cómo cuesta todo, cómo su mamá y yo nos hemos sacrificado por ustedes. Su mamá tiene el CDT del estudio, aprovéchenlo...”
Un edificio de viviendas, gravemente dañado pocos días antes tras un ataque ruso en el Zaporiyia. Foto:Genya SAVILOV / AFP
En la pantalla del celular, al otro lado de la comunicación, solo se escuchan sollozos. Mamá e hijos lloran y se abrazan. Pero falta alguien en la videollamada de despedida. “Dígale a Pati que pase para darle la bendición. ¿No se va a despedir?”.
La esposa de Campero, con la voz entrecortada, le dice que “la niña no fue capaz” de estar ahí, que está en el cuarto. Y el recio militar se desmorona. Es imposible no contagiarse de su llanto, de la tristeza que lleva impresa su explicación de por qué se va y de la incertidumbre de hasta cuándo volverán a tener una videollamada, un mensaje o un abrazo.
Van a la guerra. Sus reclutadores los escogieron porque tienen experiencia en el combate urbano y el de terreno, y esa es la fase que, por lo menos hasta hoy, le espera a las tropas ucranianas.
Los dos primeros años y medio, la confrontación se concentró en el bombardeo a gran escala, pero ahora llegaron los drones y el combate terrestre, el enfrentamiento armado hombre a hombre, según los expertos y los propios militares ucranianos.
Tan solo es la madrugada de este domingo. Rusia lanzó un ataque con drones contra 13 regiones de Ucrania (entre estas, Odesa y Kiev), en la antesala del tercer aniversario de la ocupación.
El Comando de la Fuerza Aérea y el presidente Volodímir Zelenski hablaron de 267 drones dirigidos, de los cuales 138 fueron interceptados por la defensa aérea de Ucrania.
El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenski. Foto:AFP
Según Zelenski, a la fecha han muerto 43.000 soldados ucranianos y 198.000 soldados rusos desde que inició la guerra. Sin embargo, Rusia también tiene sus propias cifras.
A ese escenario llegaron José Luis, Javier, Campero y los otros. Y los otros que ya están allá. Y llegarán los que están en la lista de espera.
“Nosotros ya sobrevivimos a una guerra. Seguro que a esta también le haremos el quite. Es una oportunidad y no hay que desaprovecharla. ¿Y qué si vamos a volver? No sabemos… seguro no, pero nuestros hijos son nuestro legado”.
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