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Drogado, mató a un hombre; en la cárcel se convirtió en un escritor exitoso

Curtis Dawkins está preso por asesinato y en la cárcel escribió el libro Hotel Graybar. Entrevista.

Dawkins está en prisión en la cárcel estatal de Míchigan, Estados Unidos, condenado por asesinato.

Dawkins está en prisión en la cárcel estatal de Míchigan, Estados Unidos, condenado por asesinato. Foto: Kimberly Knutsen

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Curtis Dawkins terminó de ver el partido de béisbol y se despidió de sus hijos. Llevaba un largo tiempo sin compartir con ellos, desde que estaba separado de su mujer por cuenta de su adicción a las drogas. Pero esa noche todo parecía ir bien. Habían cenado juntos y visto el juego completo. Además sumaba varias semanas sin consumir nada ni beber alcohol. Cuando salió les dijo que iba directo a su casa, a ver una película, y les prometió volver pronto. Pero en el camino todo cambió.
Era la noche del 30 de octubre, vísperas de Halloween, y no hay muchos detalles de cómo Dawkins acabó recorriendo las calles de Kalamazoo, en Míchigan, disfrazado de gánster de los años 20, armado con una Smith & Wesson calibre 357 y con su cuerpo lleno de crack. Era la primera vez que usaba esa droga, contó después. Ya en la madrugada del 31, con las calles convertidas en carnaval, Curtis se cruzó con un muchacho que le preguntó algo sobre su disfraz. En vez de contestarle, le apuntó a la cabeza con su arma.
(Esta historia se publicó originalmente en octubre del 2018)
El chico soltó la risa. Pensó que era de juguete y siguió su camino. Curtis se alejó dando tiros al aire. Unas calles más adelante, se acercó a un hombre que estaba sentado en el portal de su casa fumándose un cigarrillo. Le pidió dinero y el hombre le dijo que no. Dawkins le apuntó al pecho y le disparó.
Entró en la casa, recorrió las habitaciones y tomó como rehén a la primera persona que vio. La policía llegó a los pocos minutos y trató de controlarlo, pero él solo gritaba, amenazaba con matar al rehén y suicidarse. Después de casi tres horas, un equipo de SWAT logró que se rindiera. Dawkins se declaró culpable. Fue acusado de nueve delitos, incluido asesinato.

Entre los libros y las drogas

Esto pasó en el 2004. Desde entonces Curtis Dawkins está preso en la cárcel estatal de Míchigan, Estados Unidos, condenado a cadena perpetua. Su nombre ha aparecido en los diarios de muchos países y no por alguna noticia relacionada con el delito que cometió: Dawkins se ha convertido en un escritor exitoso. Una de las editoriales más importantes de su país publicó su libro The Graybar Hotel, con catorce relatos que fueron celebrados por la crítica.
“Un libro notable por su modestia, su realismo y su humanidad”, opinó The Guardian. “Dawkins es un verdadero escritor”, dijo el New York Journal of Books. Ha sido tal el impacto del libro, que en poco tiempo ya se ha traducido a otros idiomas, entre ellos el español, con el título de Hotel Graybar. "Todo esto es algo muy inesperado. Esto sirve para demostrar el poder de las palabras y de la literatura”, dice Dawkins, un poco asombrado de que un periódico colombiano lo busque para una entrevista.
El libro ha recibido las mejores críticas literarias.

El libro ha recibido las mejores críticas literarias. Foto:Archivo particular

Que él haya escrito un libro no es sorpresivo: tiene un título en Humanidades con especialidad en Lengua Inglesa, de la Southern Illinois University, y avanzó en un posgrado de escritura creativa en Western Michigan University. Su gusto por escribir surgió después de que un compañero de sesiones de Alcohólicos Anónimos le prestara unos libros de William Faulkner y J. D. Salinger. Dawkins tenía entonces unos 22 años y ya llevaba por lo menos una década de adicción.
Creció en Louisville, Illinois, en medio de una familia que sobrevivía gracias a una tienda de abarrotes, y desde adolescente estuvo cerca de las drogas y el alcohol. Su primer intento en la universidad no resultó bien, pero el entusiasmo que le provocó la lectura de esos libros lo llevó a querer probar de nuevo. Dawkins obtuvo el título y, a mediados de los años noventa, inició el posgrado en escritura creativa. Fue en ese tiempo cuando conoció a Kimberly Knutsen, compañera de clases, con quien comenzó una relación. Se fueron a vivir juntos y Dawkins empezó a trabajar como vendedor de carros.
El dinero hacía falta en casa. La escritura, por el momento, debía quedar detenida. “Yo había publicado algunos cuentos en pequeñas revistas literarias –recuerda Curtis–. La primera historia que publiqué (titulada Madre) tuvo la suerte de ganar un premio del Consejo de las Artes de Illinois. Fue gratificante. Pero después no hubo nada durante mucho tiempo”.
En 2003, después de un periodo largo de abstinencia, Dawkins volvió a consumir. Sus drogas habituales eran la ketamina y la heroína. También el alcohol. Por cuenta de eso perdió su trabajo y su relación con Kimberly comenzó a tambalear, hasta que terminó. Ella le pidió que se fuera de casa y así lo hizo, aunque trató de no perder el o con sus tres hijos, que tenían 10, 6 y 4 años cuando sucedió el asesinato.
Dawkins,con su familia. Las ganancias recibidas por la venta de su libro van a un fondo para sus hijos y esposa.

Dawkins,con su familia. Las ganancias recibidas por la venta de su libro van a un fondo para sus hijos y esposa. Foto:Kimberly Knutsen

Entregado de nuevo a las drogas, Dawkins comenzó a sufrir episodios de paranoia. Creía que los traficantes –a quienes visitaba con frecuencia– lo iban a matar. Sintió que debía comprar un arma para estar protegido de un posible ataque. Por eso consiguió la Smith & Wesson con la que mató a Thomas Bowman, su víctima, aquella madrugada de Halloween. Hoy Curtis cuestiona la facilidad con la que obtuvo un arma sin que nadie considerara su historia personal de depresión, paranoia y adicción: “Ojalá no me la hubieran vendido”.

"¿Merece el éxito que está teniendo?"

Curtis Dawkins llevaba un año en prisión cuando empezó a escribir. “Lo hice como un salvavidas, para cambiar mi mente del lugar donde probablemente voy a pasar el resto de mi vida”, dice. Sus padres le enviaron una máquina de escribir eléctrica y él se dedicó a poner en papel las historias que habían comenzado a aparecer en su cabeza desde el momento en que entró a ese lugar.
Tan pronto como creía que un relato tenía forma, se lo enviaba a su hermana menor y ella se encargaba de ofrecerlo en diferentes revistas. La mayoría de las veces recibió un no como respuesta. Sin embargo, hubo una publicación que aceptó sus cuentos: la revista Bull, fundada por Jarret Haley, que además se propuso ayudar a Dawkins a darle forma a un buen número de relatos con la idea de que se volvieran libro, además de buscarle un agente literario. En efecto, la agente Sandra Dijkstra se convenció de la calidad de los textos y logró vendérselos a Scribner. “Sus historias son devastadoras”, comentaron en la editorial y le ofrecieron un anticipo de 150.000 dólares.
Si alguna vez escribo sobre lo que pasó, sería con un giro ficticio. Tal vez inventaría una máquina del tiempo para poder volver a esa noche. Y no mataría a ese hombre.
Esto, sin duda, fue una gran noticia para Dawkins: iba a ser un escritor publicado. Pero también fue el inicio de muchos problemas. El fiscal general de Míchigan decidió que el preso no tenía derecho a recibir todo el dinero y que debía entregarle al Estado el 90 por ciento de sus ganancias para cubrir su manutención. En Estados Unidos, cerca de cuarenta estados pueden obligar a los prisioneros a pagar parte de lo que corresponde a gastos de encarcelamiento. Dawkins, que pensaba destinar lo ganado a un fondo de educación para sus hijos, apeló esta decisión. Al final terminaron acordando que el cincuenta por ciento de los ingresos debería ir a las arcas del Estado, el resto lo recibe su familia.
Y este no ha sido el único contratiempo. Dawkins también ha recibido la crítica de muchas personas que consideran que él, culpable de asesinato, no merece el éxito que está teniendo. ¿Puede sacar provecho de la tragedia?, se preguntaron comentaristas de varios medios estadounidenses. En una entrevista con The New York Times, familiares de la víctima dijeron que no merecía ser publicado y que todo el dinero recibido tendría que ir dirigido a una organización benéfica. “Él no debería estar haciendo nada en prisión –afirmó un hermano de la víctima, que tenía 48 años cuando fue asesinado–. Solo vivir en el infierno el resto de su vida”.
¿Qué piensa de los que opinan que no debería publicar? –le pregunto a Dawkins.
Él responde:
–Es comprensible, supongo. A la gente le gusta infligir más y más castigos, si es posible. Pero es gracioso: la mayoría de esas personas dicen que son cristianas, aunque el deseo de castigar no es cristiano. De hecho, una gran parte de la Biblia fue escrita por Pablo, un conocido asesino de los primeros cristianos. Él no los asesinó por sus propias manos, pero fue el responsable. David, también: asesino. Moisés, también. No estoy diciendo que yo esté al nivel de estos gigantes bíblicos, simplemente estoy señalando la hipocresía.
Su día a día en prisión no ha cambiado desde que es un autor leído en varios países. “Aquí todos saben del libro, hasta el director –agrega Curtis–. Pero nadie puede tratarme de forma diferente. Además, varios de ellos pertenecen a la categoría de los que creen que no debería poder publicar. Por lo menos no les estoy causando problemas”.
Portada de su libro en español, editado por Seix Barral.

Portada de su libro en español, editado por Seix Barral. Foto:Archivo particular

Dawkins escribe unas cuatro horas al día. A veces lo pospone, si tiene alguna tarea urgente que obedecer en la cárcel, pero casi siempre trata de cumplir ese horario. Está dedicado a la escritura de una novela que tiene el título tentativo de The Hive (La colmena) y habla de una prisión subterránea en la que los cerebros de los presos están conectados a computadores. La ha pensado como una trilogía. “Supongo que el segundo y el tercer libro dependerán de cómo le vaya al primero –dice–. La segunda parte ya estaría situada fuera de la prisión, pero prefiero no entrar en detalles sobre lo que viene en el argumento”.
En los relatos de Hotel Graybar el mundo de la cárcel también es protagonista. Pero no son las historias habituales de presos, llenas de violencia o agresiones. Dawkins se sale de los lugares comunes y relata con sensibilidad, incluso con humor, la cotidianidad del que sabe que no volverá a estar en libertad. Un solo cuento, en parte, se desarrolla fuera de prisión.
Lo que no aparece en este libro es el detalle de lo que pasó la noche que cometió el asesinato. De esto ha preferido no escribir: “No creo que tenga derecho a narrar esos momentos –dice–. Tomé la vida de un hombre, y sería el colmo del egocentrismo dar mi explicación de las cosas, por más limitada que sea”.
–¿Qué viene a su mente cuando piensa en esa noche?
Dawkins responde: 
–Lo que me viene a la mente es oscuridad y tristeza, y un deseo inútil de retroceder el tiempo. Si alguna vez escribo sobre lo que pasó, sería con un giro ficticio. Tal vez inventaría una máquina del tiempo para poder volver a esa noche, sabiendo lo que sé ahora. Y no mataría a ese hombre. Me quedaría en casa con mis hijos.
MARÍA PAULINA ORTIZ
Editora de Lecturas

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