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En busca de Mary Shelley, la mujer que creó a Frankenstein
La argentina Esther Cross persiguió la historia de Shelley y escribió su biografía. Entrevista.
Cross es escritora y graduada en psicología. Autora de varias novelas premiadas. Foto: Ricardo Coler
Mary Shelley vivió entre 1797 y 1851. En esa época muchos médicos se dedicaron a hacer disecciones de cuerpos humanos, algunos con el propósito de encontrar el lugar de la verdad en su interior, una raíz donde pudieran hacerse físicos –tocarse– los conceptos de la vida y de la muerte. Muchos de esos cuerpos eran extraídos de los cementerios por saqueadores de tumbas. Hacia 1831, cuando fue publicada la tercera edición de 'Frankenstein', en Inglaterra el doctor Thomas Pettigrew, también conocido como el ‘Doctor Momia’, se dedicaba a estudiar las momias egipcias y a desvendarlas en museos, en funciones públicas y en casas. Mientras Mary Shelley vivió, el cuerpo y el cuerpo muerto eran un espectáculo, un lugar del morbo.
Esther Cross es una escritora argentina con una trayectoria profusa como novelista en la que se destacan libros como 'El banquete de la araña' (1999), 'Kavanagh' (2004) y 'Tres hermanos' (2016). Gracias a sus palabras ha ganado el Premio Internacional de Narrativa otorgado por la Editorial Siglo XXI, el Premio Novela Fundación Fortabat. También fue becaria de la Fulbright y de la Civitella Ranieri Foundation, que permite una residencia artística en Umbertide, Italia. Casi toda su carrera ha sido realizada a punta de ficción, hasta que empezó a leer sobre Mary Shelley.
Fue en el 2007 cuando comenzó a indagar sobre la obra de la autora británica y también sobre el entorno que la rodeaba mientras hacía sus novelas. Esas lecturas la llevaron a cambiar su escritura ficcional y hacer un ensayo contenido y fragmentado sobre Mary Shelley, sus amigos, su familia y su época. El resultado es'La mujer que escribió Frankenstein', que fue publicado inicialmente en el 2013 en Argentina, y que este año lo reeditó en España la editorial Minúscula.
El libro es de no ficción, pero se puede leer como ficción, no porque se alteren los datos, sino por su ritmo y el entusiasmo que suscita su lectura. También porque con sus palabras cumple una doble función: la de adentrarse en la vida de esta mujer coherente y sufrida y la de retratar el aire, los rumores, los encuentros y las preguntas que marcaron la época en la que vivió y que la llevó a la creación de libros como Frankenstein, Mathilda y El último hombre.
¿Cómo fue la decisión de hacer este libro de no ficción tan distinto a lo que había escrito?
La nueva edición de La mujer que escribió Frankenstein es publicada por Minúscula. Foto:Archivo particular
Empecé a leer sobre la vida de Mary Shelley y paralelamente sobre las reliquias. El primer descubrimiento fue que guardar el corazón no era una excentricidad de ella –que preservó el corazón de su esposo en hojas de poemas–, sino que estaba muy extendido. Comencé a escribir casi mientras leía. Tomé la decisión de no investigar primero y escribir después porque me daba cuenta de que lo que me podía pasar era que la cantidad de información iba a ser tanta que a la hora de escribir sería irremontable. Además, yo tengo mi lado de rata de biblioteca, así que me hubiese podido pasar años y años solamente leyendo.
Las reliquias, como el corazón, y lo que merece ser guardado, ocupan un lugar protagonista en el libro, ¿por qué lo consideró tan relevante?
En el sentido del guardar, de la fugacidad del tiempo, de atrapar. Pienso, como pensaba Virginia Woolf, que escribir es atrapar el instante, y las reliquias son eso de manera muy literal. Mary Shelley hacía ambas cosas. Creo que las reliquias tienen que ver con las colecciones y gabinetes de curiosidades que siempre me habían convocado. Además están muy relacionadas con la época.
¿Colecciona algo o suele guardar reliquias?
No, pero soy una fascinada de mirar fotos y mi fetichismo son los libros. Creo que los objetos dicen algo de las personas, que van tomando las formas de ellas.
¿Qué tipo de lecturas acompañaron la escritura del libro?
Mary Shelley fue una visionaria, no porque fuera esotérica o una profeta, sino porque realmente moldeó y pudo ver lo que estaba pasando en ese momento
Crecí en una casa de lectores donde había muchas biografías y soy muy lectora de ellas. Para este libro leí la biografía que ya había escrito Muriel Spark sobre Mary Shelley. Al principio me pareció una biografía demasiado descarnada, pero luego entendí por qué y lo asumí como un acierto. Existe tanto material sobre Mary Shelley que creo que hay que sofrenarse para que ella pueda aparecer. También recuerdo una biografía de una escritora sobre una mujer que tiene un tono de canto, sin quitar la seriedad de la obra. Se trata de 'La condesa sangrienta', de Valentine Penrose, escrita con mucha economía narrativa y sin perder cierto encantamiento. A la vez me gusta el libro de Alejandra Pizarnik que lleva el mismo nombre y es un canto y un estudio sobre la obra de Penrose. Estaba con esos libros en la cabeza mientras investigaba y escribía.
Además de la historia de Mary Shelley, mucha parte del libro es una narración del contexto, lo que hay alrededor de ella mientras vive y escribe. ¿Cómo decidió qué partes de ese entorno narrar?
Virginia Woolf dijo alguna vez que sería interesante contar la vida de un escritor y lo que está pasando fuera de la ventana de la casa desde la que está escribiendo. En el caso de algunos autores, la compenetración de lo que está pasando fuera y dentro es muy fuerte. En el de Mary Shelley lo es. Ella fue una visionaria, no porque fuera esotérica o una profeta, sino porque realmente moldeó y pudo ver mucho de lo que estaba pasando en ese momento. En el prólogo de la tercera edición de 'Frankenstein' se define como una testigo devota de su tiempo. La pregunta de trabajo para mí era: ¿qué fue lo que esa testigo devota vio?
En el libro se habla mucho de medicina y anatomía. ¿Es un tema que le causaba curiosidad antes o nació a partir de indagar sobre Frankenstein y Mary Shelley?
Ya me gustaba. Me llama mucho la atención la unión de la ciencia con la literatura y la historia de la medicina. Finalmente de lo que estamos hablando es la historia del sufrimiento humano, de la esperanza y del registro del cuerpo humano.
¿Cree que es indispensable leer Frankenstein para adentrarse en su ensayo?
Los libros deben ser siempre independientes. Un libro se tiene que poder leer solo, pero creo que lo ideal es que tiente la lectura de otros libros. Este es sin duda un libro que nace de Frankenstein, de manera que si alguien no lo leyó para leerme, espero que lo invite a su lectura.
¿Visitó algún lugar o hizo otro tipo de investigación más allá de la lectura?
No es un libro que salga de otra cosa que no fueran los libros. Es un libro de cartas, también. Es un libro que está fabricado con ese espíritu un poco mirón que tenemos los escritores, de querer entrar en el canal en el que vivían esas personas que iramos.
Usted es psicóloga, ¿eso ha moldeado su forma de escribir? ¿Moldeó este libro?
No conscientemente. Me gustó mucho estudiar psicología, pero no ejercí. Sí pienso que el psicoanálisis es una forma de entender la vida o la sociedad en un punto. Creo que Sigmund Freud era un gran escritor y su aporte de descubrir y sistematizar el inconsciente es muy significativo. Ayudó a que las personas nos entendamos un poco mejor. Indudablemente conocer estos datos a la hora de escribir debe aportar algo, pero no lo utilizo de manera consciente. Los románticos, justamente, que vivieron antes que Freud, preanunciaban el inconsciente. Quizá algo de eso sí se conjugó en mi libro de Mary Shelley. Justamente la apuesta de los románticos era contra la iluminación y el rigor de la razón y de la ciencia. Ellos apostaban a las fuerzas oscuras, indagaban los sueños, así que puede ser que se ligara algo.
Es un libro contenido, corto, pudiendo ser muy largo por toda la historia que hay de Mary Shelley. ¿Fue una decisión consciente o resultó así con la escritura?
Fue una decisión porque era eso o el desborde. Era mucho material y aposté por lo breve, lo conciso, por tratar de hacer que cada párrafo tuviera un concepto. Fue más de abrir puertas entornadas y despertar curiosidad que de sobrecargar con información.
Ha escrito o desarrollado proyectos de temas y personas múltiples y aparentemente lejanas. De Adolfo Bioy Casares a Mary Shelley y desde orejas de duende hasta mujeres que escriben en compañía de sus perros. ¿Cómo se mueve entre tantos campos?
Escribo sobre temas muy diferentes, sí. Aunque encuentro continuidades, como el tema del cuerpo. Este libro sí es otro género nuevo, pero fue interesante explorar el ensayo y particularmente el ensayo personal, que me convoca mucho, sobre todo ahora que hay una revisión de los géneros que es muy interesante.
¿Qué piensa sobre esa ‘pérdida’ de fronteras entre los géneros que es tan evidente ahora?
Me parece bien. Hay quienes tienen su biblioteca ordenada por géneros, yo la tengo alfabéticamente porque si estuviera ordenada en ficción y no ficción habría una sección en el medio que terminaría comiéndose casi toda la biblioteca. Por ejemplo, ahora estuve de jurado en un concurso de libros que se publicaron el año pasado y es muy difícil manejarse con las categorías. Hace cinco años era distinto, aunque los géneros están continuamente revisándose. La novela es un fenómeno muy clásico, pero ite muchas transformaciones.
¿Sintió alguna diferencia en el proceso de hacer ficción y pasar a la no ficción de La mujer que escribió Frankenstein?
Sí cambió, pero estuvo bien. Hay algo que tiene que ver con la comodidad en la escritura, y eso lo siente el lector. Con comodidad me refiero a querer hacer lo que uno está haciendo. Yo estuve cómoda escribiendo este libro. Me gustan los escritores que escriben sobre libros y fue interesante para mí hacerlo.
¿Qué imagen le quedó de Mary Shelley después de tanta lectura sobre ella y de ella?
Me quedó la imagen de una mujer muy sufrida, muy fuerte también. Que tuvo que pagar un precio altísimo por ser una escritora profesional y por haber tenido una vida libre. iro profundamente una decisión que tomó ella y que tomó su grupo, que era tratar que sus ideales coincidieran con su forma de vida. Es algo que no es común. Percy Shelley lo hacía y ella lo hacía a pesar del costo personal y social. Eso también llevó a que luego se quedara muy sola. Era una mujer muy tímida y esa timidez la pagó cara.