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Análisis
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'Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio'. 100 años de Truman Capote, el autor de A sangre fría y Música para camaleones
Se cumplen 100 años del nacimiento de Truman Capote, uno de los grandes genios del siglo XX.
Truman Capote escribió clásicos como Desayuno en Tiffany's y A sangre fría. Foto: Fernando Gómez Echeverri
Genio, alcohólico, drogadicto y homosexual. Las cuatro palabras con las que se definió el autor de A sangre fría se quedan cortas al revisar el origen de su propia historia en los 100 años de su nacimiento. Este es su perfil en LECTURAS DOMINICALES.
Después de tanta luz a su alrededor, Truman Capote pensó que la oscuridad no volvería a su vida. Pero lo envolvió en sus últimos tiempos; antes fue un escritor ensombrecido por su propio fulgor; el centro de los flases por sus novelas, cuentos y artículos; un joven que se abrió paso con su escritura entre los claroscuros de Nueva York; un adolescente que escribía en busca de dejar atrás su oscuridad emocional; un niño encerrado con su propio llanto en el cuarto oscuro donde lo dejaba su mamá mientras se iba de fiesta.
Su seguridad, ironía, ingenio, desparpajo y sarcasmo, de los que hacía gala y por los que era reconocido, eran la máscara de su orfandad afectiva, y en su búsqueda por suplirla hizo grandes aportaciones al periodismo y a la literatura, pero también hirió a otras personas.
Aseguran que Truman Capote (1924-1984) vivió más del pasado y de la promesa de futuro que del presente que vivía.
Creo que siempre fue aquel niño nacido el 30 de septiembre de 1924 en Nueva Orleans (Estados Unidos) y criado en Nueva York por una madre que lo dejaba solo y por unas tías, en los campos del sur de Alabama. El niño que jugaba solo mientras anhelaba que alguien apareciera para invitarlo a jugar. Entre el llanto de sus primeros años en un pequeño apartamento neoyorquino y los siguientes con una vida rodeada de naturaleza intentó llenar la oquedad de su alma aprendiendo a ver y a escuchar el mundo, a escudriñar la vida y a buscar o a imaginar diferentes salidas a lo que todos ven a primer golpe de vista.
Truman Capote no inventó el llamado nuevo periodismo, pero sí lo afinó y contribuyó a su divulgación con obras como A sangre fría (un libro que lo marcó toda su vida, para bien y para mal).
Tampoco inventó la forma de hacer perfiles de personajes ilustres o retratos de hechos o personas poco conocidas, pero sí aportó y renovó la mirada sobre las vidas que merecen ser contadas.
Sus textos no inauguraron la unión de periodismo y literatura, pero, sin duda, creó un estilo y señaló vías por donde los periodistas podían explorar. Enseñó, y ese es, tal vez, su principal legado, e invitó a observar por un prisma la realidad, a perder el miedo a la hora de concebir una historia y de escribirla.
Conocí a Truman Capote una tarde soleada de Bogotá, en la sucursal de los almacenes Ley de la carrera 7.ª con calle 22. Era el año 1987 o 1988, y yo llevaba unos pocos semestres de estudiante de Comunicación Social y Periodismo. Lo descubrí casi en la entrada del Ley, en una cesta-balón de malla metálica llena de libros de colores como caramelos. Empecé a mirarlos, hasta que me llamó la atención una portada naranja que decía: En la bahía, Katherine Mansfield, que empecé a leer, no sé por cuánto tiempo. Cerré el libro y lo puse a un lado. Busqué más y me llamó la atención una portada amarilla donde se leía Otras voces, otros ámbitos, Truman Capote. Empecé a leer, a pasar páginas, después de unas cuantas lo puse junto al de Mansfield. No encontré más libros de él, pero allí mismo descubrí a otros autores y obras clave en mi vida como Carson McCullers con El corazón es un cazador solitario; Leon Tólstoi con La muerte de Iván Ilich; Cesare Pavese con La playa / Fiestas de agosto; Henry Miller con Trópico de cáncer; Graham Greene con El americano impasible, y unos cuantos más. Cambié el dinero de mis recreos de más de un mes por el descubrimiento feliz de la Colección de Libros Universal Bruguera (Club).
Big bang 3
De Truman Capote todos hablan del debut deslumbrante, en 1948, que fue Otras voces, otros ámbitos para un joven de 23 años. Tiene sus resonancias autobiográficas juveniles: la vida de Joel Knox, un adolescente en el campo que un día sale en busca
de su padre y al ir tras él también busca, sin darse cuenta, su propio carácter, su identidad y la necesidad de reafirmarse como homosexual en un mundo adverso. Pero, sobre todo, me gusta por lo que tiene de pasado y futuro en Capote, en la manera de ver, sentir y comprender su entorno, visible e invisible, y lo que rodea a los demás.
Truman Capote debutó con Otras voces, otros ámbitos. Foto:Bettmann Archive
Siempre me han atraído los orígenes de algo, desde el Big Bang del universo hasta los soplos de inspiración de una obra de arte, del momento breve o largo en que las piezas comienzan a juntarse en la mente del creador y dan como resultado el inicio de una obra. Si de un cuadro se revela que hay arrepentimientos del artista, me gusta y me intriga conocer esa especie de génesis frustrada y ver su posible ucronía, la obra de arte que pudo ser.
Esa dimensión me interesa recordarla en el centenario del nacimiento de Truman Capote. Porque durante toda la vida se creyó que ese comienzo en el escritor estadounidense fue Otras voces, otros ámbitos. Esa idea persiste en el imaginario y la leyenda colectiva. Y su título resuena dentro de la propia novela, cuando al anciano Little Sunshine, que vive en un hotel con un aura maldita, luego de que dos personas se suicidaran en el lago de al lado, le preguntan por qué no se ha ido de ahí, se oye decir al narrador que “si se iba, como había hecho una vez, otras voces, otros ámbitos, voces pérdidas y tenebrosas arañaban sus sueños”.
Crucero de verano, de Truman Capote. Foto:Cortesía del artista.
Pero esta nouvelle solo fue la obra que Capote nos hizo creer que era su entrada en el universo literario, puro cálculo. Pura conciencia de sí mismo y de lo que quería transmitir y decir desde muy joven.
Y, como si lo hubiera planificado, tras su muerte han aparecido dos libros que obligan a mirar su obra de adelante hacia atrás, porque antes del big bang de Otras voces, otros ámbitos está el super big bang de Crucero de verano, una novela corta que escribió con 19 años, en 1943, es decir, cinco antes de su famoso debut, descubierto en 2004; pero antes está el mega super big bang de Relatos tempranos, una veintena de cuentos escritos entre los 9 y los 19 años, que aparecieron en 2013. Si se creía que Capote fue un autor precoz, con estos dos libros demostró que había sido precocísimo.
Una muestra de que fue un autor que nació literariamente varias veces y que brillaba en cada nuevo título: Otras voces, otros ámbitos (1948), Árbol de noche y otras historias (1949, cuentos), Una guitarra de diamantes (1950, cuentos), El arpa en la hierba (1951, novela), Desayuno en Tiffany’s (1958, novela), A sangre fría (1966, novela de no ficción), Los perros ladran (1973, artículos de viajes), La Côte Basque (1975, relato de adelanto de su esperada Plegarias atendidas), Música para camaleones (1980, antología de textos de ficción y no ficción), Plegarias atendidas (1987, novela póstuma); y los inéditos Crucero de verano (1943) y Relatos tempranos (de 1933 a 1943).
Big Bang 2
Crucero de verano desvela lo que sentía y pensaba ese muchacho de 19 años sobre la atracción, el deseo, la pasión y el amor, y, claro, todo ello en un mundo de ricos en Nueva York, de las dificultades para que avance una relación sentimental entre dos personas de clases sociales distintas. En esta novela corta hay un pasaje donde el escritor estadounidense despliega su capacidad para narrar escenas y activar lamente del lector, un episodio conmovedor y tierno y, a la vez, profundo que conecta con la experiencia de todas las personas. Lo escribió en unos cuadernos escolares y lo siguió puliendo hasta los años sesenta, cuando ya fueron cuatro cuadernos.
Habla de Grady, una chica rica de 17 años que quiere dar rienda suelta a sus impulsos para experimentar a plenitud eso que llaman felicidad. En esa búsqueda descubrirá los diversos estadios del amor, la pasión y el erotismo con Clyde, un joven mayor que ella, de 23 años, y que trabaja en un parqueadero de carros. En un momento dado, la acción no avanza físicamente, sino que queda suspendida en un mundo que muchos han sentido o descubren al leerlo:
“Él estaba dormido en el asiento trasero del coche. Aunque la capota estaba bajada, no le había visto porque estaba hecho un ovillo y quedaba oculto. En la radio sonaba el débil zumbido del noticiario, y Clyde tenía en las rodillas una novela policiaca abierta. Una de las muchas magias que existen es la de observar cómo duerme alguien a quien amamos: sin ojos e inconsciente, por un momento te adueñas de su corazón; indefenso, es entonces, por irracional que sea, todo lo que esperabas que fuese: puro como un hombre, tierno como un niño”.
Truman Capote no se olvida en esta novela, imposible, de lanzar unamirada sarcástica sobre la gente y la sociedad; despliega su debilidad por la vida glamurosa y zigzaguea entre el drama y la comedia.
Writer Truman Capote outside Orsini's restaurant in New York (Photo by Fairchild Archive/Penske Media via Getty Images) Foto:Penske Media via Getty Images
Big bang 1
Antes de esta historia está el Capote más emocional. Lo supimos cuando, en 2013, en la Biblioteca Pública de Nueva York aparecieron treinta y nueve cajas de cartón que el mismo escritor había donado. Estaban en un sótano y dentro de la oscuridad de las cajas había carpetas, apuntes, cuadernos, libretas… En una caja marcada como High School
Writings, unas hojas amarillentas escritas amano, con muchas tachaduras y correcciones con una letra como de camino de hormigas. Guarda una veintena de cuentos y una docena de poemas escritos entre 1933 y 1943. Los escritos que precedieron a su ingreso en el universo literario público cuando, en 1945, en la revista Mademoiselle publicó el cuento Miriam, nacido de aquellos textos adolescentes.
Algunos de los cuentos recrean episodios y heridas de su infancia, probaba las máscaras que habría de poner a su vida. Estos relatos anticipan su capacidad periodística de observación y de detectar el detalle o el elemento significativo de un lugar o hecho, el talento para describir escenas junto al manejo de la tensión triangular entre las personas, los sentimientos y el lugar.
En el artículo que escribí para el diario español El País, en 2015, sobre la edición en español de este libro inédito empezaba diciendo:
“Tiene dos años. Sumadre va a una fiesta y lo deja encerrado en una habitación de hotel con la única compañía de su propio llanto. Ahí está; esa parece ser la semilla de la que emergerá el Truman Capote literario que aprenderá a ver en la oscuridad. Es el primero de un rosario de abandonos y desencantos, al que sigue el divorcio de su madre, Lillie Mae Faulk, quien lo envía a vivir con cuatro años al campo en Alabama con unas tías. Para sobrevivir, aflora el niño prodigio que aprende a escribir y a leer solo y, ya desde los nueve o diez años, cambia el llanto por una voz con la que empieza a escribir en secreto sobre los laberintos de la soledad, la marginalidad, la temporalidad y los sentimientos impregnados de orfandad y desconsuelo amoroso.
“Se trata de las huellas, los estragos del abandono, el deseo y la lucha por encontrar a quién amar y ser correspondido. Es la oscuridad de aquel cuarto de hotel que no lo abandona. Para salir de allí, el niño Truman Streckfus Persons, su nombre verdadero, desarrolla una mirada distinta sobre elmundo. Se siente en la orilla de la vida. Se vuelve un observador agudo, acerado, crítico y hasta divertido, y, a veces, pérfido. Esa será el arma con la que se defenderá, al tiempo que será irado por unos y rechazado por
otros”.
Música para camaleones, de Truman Capote. Foto:Archivo particular
Hilton Als, crítico de The New Yorker, escribió el prólogo deRelatos tempranos; mientras que el epílogo de Anuschka Roshani, editora alemana de Kein & Aber, quien descubrió los cuentos junto a Peter Haag, director de dicho sello, repasa las conexiones entre vida y obra del autor.
En el prólogo, Hilton Als escribe: “Las historias ocurren en mundos donde imperan el machismo y la pobreza, y la confusión y la vergüenza que tales lacras engendran. Estos relatos son precursores de Otras voces, otros ámbitos, cuya mejor lectura sería la de un reportaje sobre el terreno emocional y racial que contribuyó a formarle (…). Lo que hallé más interesante en estos relatos, a pesar de las limitaciones de Capote, fue que siempre brilló a pesar de su amaneramiento y que deseó expresar su forma de ser en una época que no era segura para los gais porque eran arrestados en EE. UU. (…). Capote concebía la verdad como una metáfora tras la que
ocultarse, la mejor forma de mostrarse ante un mundo no precisamente cordial con un ‘marica’ nacido en el sur y con una voz aflautada”.
Truman Capote fue un hijo no deseado. Es así como su literatura parece ser una travesía hacia ese paraíso materno y familiar nunca tenido. Como su plegaria no atendida fue el amor, la forzó. La compró a su manera con sus amigas ricas y glamurosas de Nueva York, el mundo al que su madre quiso pertenecer y al que él aspiró.
El fulgor
En 1958 publicó una novela corta que aseguraría su sitio en la literatura: Desayuno en
Tiffany’s. A través de Holly Golightly, quizás, Capote transmutó parte de sus propios sueños y existencia, el juego de las apariencias, de querer ascender, de la belleza y de comprar y vender amor contado con gran delicadeza. Tres años después, en 1961, su popularidad empezó a trascender las fronteras gracias a la adaptación al cine protagonizada por Audrey Hepburn, que nació para ese personaje.
Ya desde los años cincuenta Capote frecuentaba a la high class neoyorquina, y por extensión, a la estadounidense, que vivía o pasaba por allí. Se hizo amigo de mujeres importantes.
El proceso de escritura de A sangre fría creó mucha expectación. Capote quería enriquecer las formas del periodismo difuminando las fronteras con la literatura. Su amiga Harper Lee, la autora de Matar a un ruiseñor, fue clave en ese proceso de investigación del cuádruple asesinato de la familia Clutter en su casa de campo en el poblado de Holcomb (Kansas). Los asesinos fueron Richard Hickock y Perry Smith, condenados a la silla eléctrica en 1966. Seis años tardó Capote en escribir A sangre fría, pues no quiso terminarla hasta que la sentencia no se cumpliera, para poder escribir pasajes como el siguiente:
“Dewey los había visto morir, pues contaba entre los veintiún testigos invitados a la ceremonia. No había presenciado nunca una ejecución y cuando, hacia medianoche, entró en el frío almacén, el escenario le sorprendió: había esperado un lugar digno y no aquella caverna mal iluminada, llena de maderas y trastos en total desorden. Pero la horca, con sus dos lazos pálidos atados a la viga, se imponía lo suficiente. Y también allí, con inesperada elegancia, estaba el verdugo, proyectando una larga sombra desde su plataforma sobre los trece escalones de madera. El verdugo, individuo anónimo, endurecido, importado especialmente de Missouri para el evento, por el que recibiría seiscientos dólares, llevaba un viejo traje cruzado a rayas, demasiado holgado para su escuálida figura: la chaqueta le llegaba casi hasta las rodillas; y llevaba en la cabeza un sombrero de cowboy que quizá fue verde brillante, pero que ahora se había convertido en una cosa extraña, desteñida por el sudor y el tiempo”.
A sangre fría, de Truman Capote. Foto:Archivo particular
La ayuda de su amiga Harper Lee fue determinante en la investigación del libro. E escritor la conoció de sus años infantiles cuando él vivió con sus tías en la zona rural del sur de Alabama. Es la amiga que aparece al comienzo de Otras voces, otros ámbitos; de la misma manera que Harper Lee lo cita en su novela como el niño que llega al pueblo a pasar unos días.
La realidad es que Truman Capote conoció el mundo de los delitos porque el padre de Harper Lee era abogado y los llevaba a los juzgados. A sangre fría cambió los vínculos entre periodismo y literatura.
La luz que obnubila
Tras el éxito de A sangre fría, Truman Capote ya no fue el mismo. Su editor y sus lectores esperaban otro libro, otro fulgor. Él decía que estaba en ello y no tendría nada que ver con lo anteriory sí con el mundo que frecuentaba. Después de tantas promesas incumplidas, en 1975 avanzó unas páginas en la revista Esquire tituladas La Côte Basque, nombre del restaurante donde se solía reunir con sus amigas de la alta sociedad, a quienes llamaba alta sociedad, a quienes llamaba “mis cisnes” por el cuello largo y elegante que tenían varias de ellas. Y qué mejor título que el lugar donde se gestó toda la historia, el lugar donde sus amigas le confiaron sus intimidades y secretos que él hizo públicos, aunque con otros nombres, pero ellas y sus allegados se reconocieron. Capote noveló sus historias sin piedad desde las primeras líneas:
“En un bar de cowboys en Roswell, Nuevo México, oí por casualidad:
PRIMER COWBOY: ¡Eh, Jed! ¿Qué tal? ¿Cómo te encuentras?
SEGUNDO COWBOY: Bien. Muy bien. Me encuentro tan bien que esta mañana no he tenido que cascármela para ponerme el corazón en marcha.
—¡Carissimo! —gritó—. Eres precisamente lo que iba buscando. Compañía para almorzar. La Duquesa me ha dejado plantada.
—¿La blanca o la negra?—dije.
—La blanca —dijo, haciéndome cambiar de dirección en la acera.
La blanca es Wallis Windsor, mientras la Duquesa Negra es el mote que le han puesto sus amigos a Perla Appledorf, la esposa brasileña de un industrial sudafricano de los diamantes, célebre por su racismo. En cuanto a la dama quetambién conocía la distinción, era efectivamente una dama aristocrática, Lady Ina Coolbirth, una americana casada con un magnate británico delos productos químicos, y un pedazo de mujer en todos los sentidos. Alta, más alta que la mayoría de los hombres. Ina era una fulana grandota, animada y juerguista, nacida y criada en un rancho de Montana”.
La Côte Basque fue un suicidio social y personal, y, quizás, literario, pues estas mujeres no solo le daban vida, sino también la conexión con el mundo que siempre soñó. El poder y la ira de sus cisnes fue tal que lo marginaron socialmente. La oscuridad volvió a la vida de Truman Capote.
Después de aquella historia publicó algunos cuentos más en Esquire, la misma revista donde dinamitó parte de su vida, como Mojave, La costa vasca, Unspoiled Monsters y KateMcCloud. Para entonces, Capote era más noticia por sus noches de farra, alcohol, drogas y excentricidades en Estudio 54, la famosa discoteca de la jet set neoyorquina, que por su creación literaria. Hasta que en 1980 recopiló enMúsica para camaleones trabajos cortos de ficción y no ficción. En este volumen intentó dar señales de vigor, además de decir, en el prefacio, lo que aspiraba a ser como autor
“Creo que la mayoría de escritores,incluso los mejores, son recargados.Yoprefiero escribir menos. Sencillo, claramente, como un arroyo del campo”.
Y lo fue, tanto que sus escritos muestran el alma de las cosas y de las personas, lo que hay más allá de lo que todo el mundo ve.
Los perfiles que escribió son un gran ejemplo del lugar desde dónde y cómo observaba el mundo y a sus criaturas como Marlon Brando, Marilyn Monroe o Elizabeth Taylor. El mundo del cine, las celebridades y los famosos lo deslumbraban, le hubiera gustado formar parte de él, por eso intuye sus latidos, ambiciones y soledades. También hizo retratos de escritores y artistas. Mostraba lo visible e invisible de ellos. Como los grandes pintores que buscan plasmar en la mirada la esencia del personaje, Capote buscó con sus palabras apresar el alma y para lograrlo no escatimó recurso alguno, de la descripción fiel a la ironía o el sarcasmo y lo que hiciera falta por alcanzar su objetivo.
Y así como él retrató y desenmascaró a algunas personas a él también lo retrataron. Me quedo con tres fotografías en las que el tiempo juega con él y le quita o le pone años distorsionando la realidad: la primera es de Henri Cartier Bresson, de 1947, cuando Capote estaba a punto de entrar en la literatura con Otras voces, otros ámbitos.
Tiene 23 años, pero la imagen muestra a un jovenzuelo de 15, cara aniñada, inocente, malicioso con la sombra del lugar sobre sus ojos ligeramente agachados, vestido con una camiseta blanca arrugada, delante de unas plantas de hojas inmensas.
La segunda fotografía es de Richard Avedon, de 1955: tiene 31 años, pero su cara es de veinte, está con el pecho desnudo como un efebo, la cabeza ladeada, los ojos cerrados y los brazos hacia atrás como un san Sebastián a la espera de las flechas.
La tercera la tomó Irving Penn, en 1965, un año antes de quedar catapultado con A sangre fría, en los días de desespero porque no podía acabar el libro que terminaría por fundir periodismo y literatura, realidad y ficción; pues estaba a la espera de que el juez dictaminara la pena de muerte para sus protagonistas asesinos; es un primer plano, Capote está con los ojos cerrados, sus gafas las sujeta su mano derecha que descansa sobre la sien, su piel y su cara se ven agotadas, los labios están fruncidos ligeramente. Tiene 41 años, parece tener más de 50. Sus cejas están muy pobladas y largas, impropias de él. Su cabeza solo tiene un pensamiento: que llegue el punto final del suceso para que él pueda acabar su libro. Sabe que lo cambiará todo. Luego volverán las sombras. Pero él ya ha asegurado su luz futura.
Un epígrafe de su libro Los perros ladran (una suerte de autobiografía con textos de diferentes temas, épocas y estilos), un proverbio árabe, sirve par acompañar parte de la filosofía de cómo vivió su vida y cómo lo ha visto el mundo desde su muerte: “Los perros ladran, pero la caravana avanza”. L