En Colombia, los problemas personales asumen, ya como característica histórica, cada día más, la vía expedita de la tradición violenta en su resolución; recorren el amplio espectro cultural de las comunidades guiados por el perfil dominante de la crudeza verbal y la intransigencia, cuya semilla aparece muy pronto entre la infancia escolar, y constituyen uno de los problemas delicados en la educación colegial y luego recorren todo el ámbito social.
Con frecuencia, se observan grupos de individuos trenzados en alteradas reyertas -como últimamente en los escenarios deportivos- que, generalmente, terminan desfigurando el objetivo central de la convocatoria a golpes y porrazos, frente a lo cual tiene que intervenir la autoridad con severos procedimientos que luego son ‘atendidos’ a desmanes por los afectados.
Lo mismo suele ocurrir en la relación intrafamiliar, cuyos habituales conflictos casi nunca se resuelven de forma pacífica y definitiva, sino que quedan secuelas latentes cuyas consecuencias despiertan resquemores frecuentes hasta el lamentable debilitamiento del grupo familiar o la separación litigiosa de las partes.
Aquí habría que hacer referencia a determinados sectores de la vida pública que muy pocos ejemplos dan de la cordura en el lenguaje y el comportamiento en el desarrollo de sus debates a que están obligados.
Ha habido casos de parlamentarios, concejales, diputados y altos directivos empresariales que se lían a golpes para zanjar sus diferencias conceptuales, mercantiles o ideológicas.
Muy pocos, entre ellos, gozan de buen sentido del humor. Al contrario, de estos sectores surgen muchas veces agentes paramilitares de la derecha más recalcitrante, que hacen de su proyecto de vida un viacrucis de corrupción y fanatismo, como lo estamos observando en los episodios televisados de nuestra clase dirigente.
El consejo de ministros no debió ser un nefasto disparatorio de fuego interno, atiborrado de inanidades que le dio pábulo al hazmerreír de cierta parte de la audiencia opositora.
No obstante, es posible identificar en ciertas actitudes diversas maneras de resolver problemas, incluidos aquellos en los que las personas implicadas no tienen interés o ánimo de dialogar para superarlos.
Con su habitual lucidez, Adam Smith afirmó en La riqueza de las naciones que “La istración y la persuasión son siempre los instrumentos de Gobierno más fáciles y más seguros, mientras que la fuerza y la violencia son los peores y los más peligrosos; sin embargo, al parecer, la natural insolencia del hombre es tan inmanejable que casi nunca se digna a utilizar el buen instrumento, excepto cuando no puede o no se atreve a utilizar el malo”.
No voy a sumar mi opinión a las irracionales y ligeras observaciones que han aflorado por parte de los opositores al gobierno transformador de izquierda de Gustavo Petro, a quien el solo hecho de formular propuestas de cambio social y someterlas a la búsqueda de consenso general les debió llevar a blindar y –al tiempo- brindarle un enorme apoyo popular, dado que en esa concreción está la simiente de probados principios que, desde la perspectiva eminentemente democrática, pueden ser el marco de un plan de ‘paz total’ y sus principios.
Como a posteriori dicen desde la misma Casa de Nariño: “Lo que debía ser un ejercicio democrático de transparencia informativa terminó convertido en un espectáculo bochornoso”. Por ello, no es menester censurar ni abominar de los contenidos discutibles del ya desacreditado consejo de ministros que, ciertamente, hizo alarde –como si su director se lo hubiera propuesto deliberadamente-, de especial falta de planeación y coordinación.
A mi juicio, este debate institucional debió aprovechar su condición pública de transmisión televisiva a todo el país para aplicar su discusión a explorar y sustentar los puntos esenciales del magnífico Plan de Desarrollo, en buena hora elaborado por el brillante profesor y ya –prematuramente- exdirector de planeación Jorge Iván González.
En últimas, a debatir los principios fundantes en que el presidente Petro sustenta su política de ‘paz total’ y las eventuales negociaciones con los grupos alzados en armas, y no a ese nefasto disparatorio de fuego interno, atiborrado de inanidades que le dio pábulo al hazmerreír de cierta parte de la audiencia opositora.