Alejandra Barrios, directora de la Misión Electoral (MOE), en recientes entrevistas en medios, llama la atención sobre la inconveniencia del "resucitado" proyecto de reforma constitucional conocido como de transfuguismo que permitiría, ¡otra vez!, a los congresistas trastearse de un partido a otro.
Un ciudadano sin representación política puede cambiar de opinión y de voto cuantas veces quiera en ejercicio de su derecho constitucional. El problema es cuando quien lo hace ha sido elegido, por ejemplo, para una corporación pública perteneciendo a una organización política que le ha permitido llegar o recibir un cargo del Estado o, incluso, financiación pública para sus actividades proselitistas. No está bien que quien se trastee se lleve consigo la curul o el cargo, es decir, que se alce con el santo y la limosna.
No es exótico en el mundo que incluso políticos de peso –donde hay partidos– cambien de militancia, eso sí, no por deporte. Los avivatos que aquí lo hacen –como quienes han militado en los últimos tiempos casi en todos los partidos– suelen citar de mala manera y con cierta sobreestimación de sí mismos el caso de Winston Churchill. En el siglo XIX, el ejemplo más claro fue el de Rafael Núñez.
Más recientemente ha habido casos de menos impacto. Durante la campaña del 82, en la que fue derrotado López Michelsen, hubo un grupo de liberales que se autodenominaron "belisaristas". Y en 1998, para atravesársele a la candidatura oficial de Horacio Serpa, algunos inconformes y en cierta forma afectos al expresidente Gaviria, en el Teatro La Comedia de Chapinero, fundaron Cambio Radical, del cual, contra lo que se piensa, no hizo parte Germán Vargas Lleras, quien solo años después se quedó con la divisa. Estuvieron, entre otros, Armando Estrada, Claudia Blum, Ingrid Betancourt, Rafael Pardo, Emilio Martínez y Néstor Humberto Martínez, la mayoría de ellos formó parte de la llamada Gran Alianza para el Cambio con Andrés Pastrana e hicieron parte de su gobierno. En el 2002, otro grupo se fue con Álvaro Uribe en disidencia con el liberalismo oficial. Con esas dos movidas, prácticamente, desapareció la mayoría liberal en el país que, en octubre del 91, después de la revocatoria del Congreso, había elegido la mitad del senado.
Sin que sea la única causa, con la Constitución del 91 y algunas reformas posteriores, por ponerle fin al bipartidismo, acabaron con los partidos.
Aun cuando ya se ha olvidado, el partido de 'la U' estuvo integrado principalmente por liberales liderados por Juan Manuel Santos y se fundó alrededor del entonces popular y carismático jefe, Álvaro Uribe, quien sigue siendo un referente político para muchos colombianos, hasta el punto de que se usó la primera letra de su apellido para encontrar el símbolo que les llegara a los electores.
Aprobar este proyecto ahora rompe la regla básica de que las normas que regulan las elecciones, quién participa y en qué condiciones, no deben aprontarse cuando ya los procesos electorales han comenzado.
Todo eso ocurre, además, porque paradójicamente la "legalización" de los partidos terminó acabando los de verdad. Colombia tuvo partidos serios –con todas sus fallas– cuando no existía tanta regulación. Pero no hubo solo bipartidismo como suele creerse. El Movimiento Revolucionario Liberal fue una disidencia de verdad encabezada por López Michelsen y otros jóvenes intelectuales que jalonaron el partido hacia posiciones de izquierda con su programa de salud, educación, techo y trabajo.
El Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán, con importante representación parlamentaria, abanderó la lucha contra el clientelismo, el narcotráfico y la corrupción; mucho antes existió la Alianza Nacional Popular, que le hizo certera oposición a Carlos Lleras Restrepo y el 19 de abril de 1970, con su jefe, el exdictador Rojas Pinilla, estuvo a pocos votos de ganar la presidencia y acabar con el bipartidismo. Todavía algunos sostienen la tesis del fraude para justificar el nacimiento del movimiento guerrillero M-19.
Sin que sea la única causa, con la Constitución del 91 y algunas reformas posteriores, por ponerle fin al bipartidismo, acabaron con los partidos. Y vino la chorrera de partidos sin entidad que en su gran mayoría solo son entelequias jurídicas para dar avales. Por eso no es tan difícil el "volteo", porque además no hay diferencias de fondo. La "unidad" se daría solo por el cálculo electoral inmediato.