Suelta frases como esta Henry Marsh: “Cuesta mucho aceptar que uno no puede hacer nada. Pero ya sabes que la muerte no es siempre un mal resultado, y una muerte rápida puede ser mejor que una lenta”.
Marsh es un afamado neurocirujano británico que antes de entrar a la facultad de Medicina adelantó estudios de Ciencias Políticas, Filosofía y Economía en la Universidad de Oxford. Es tan bueno con la pluma como lo ha sido con el bisturí, así como con la sierra, el taladro y el martillo con los que les ha dado forma a las casas de muñecas que ha construido para sus nietas en largas y entretenidas jornadas en el taller de su casa en Wimbledon, en donde hoy vive, recientemente retirado de la medicina, a los 73 años.
Seguramente, Marsh será recordado por haber desactivado un sinnúmero de aneurismas, por haber retirado miles de tumores del cerebro y de la médula espinal, por haberse abierto espacio en medio de una maraña de delgadísimos vasos sanguíneos del cerebelo, consciente de que cualquier manipulación en esa zona puede provocar hemorragias mortales. Será recordado por sus labores humanitarias en Ucrania y en Nepal, a donde viajaba con regularidad para enseñar su oficio y darles una segunda oportunidad sobre la tierra a centenares de enfermos que estaban a punto de perder toda esperanza.
Y, sin duda, Henry Marsh también será recordado por sus libros estupendos. En 2014 publicó Ante todo no hagas daño, un texto genial sobre su oficio que, si bien cuenta con referencias a la labor del neurocirujano, en realidad se trata de un ensayo sobre el ejercicio de la medicina, la relación entre médicos y pacientes, y, a fin de cuentas, sobre el dolor, la ansiedad, el miedo, la arrogancia, el riesgo, el fracaso, la vanidad, las probabilidades... ¡y la muerte!
Acaba de llegar a Colombia su libro más reciente, Al final, asuntos de vida o muerte, en el que Marsh se aproxima al mundo de la medicina sin la bata blanca que llevó durante varias décadas. En este tomo, maravilloso también, cuenta cómo se vive la enfermedad desde el otro lado, el del paciente; qué significa recorrer los largos pasillos del hospital cuando el bisturí lo llevan otros; de qué manera se vive la incertidumbre cuando el diagnóstico confirma la presencia de cáncer. Y, también acá, le da vueltas al ineludible y siempre fascinante asunto de la muerte.
FERNANDO QUIROZ