Hay un tono de preocupación en la conversación. La sensación de que en varias dimensiones se ha perdido el rumbo y que el futuro mejor, que antes parecía posible, ahora nos elude. ¿Cómo se recompone el rumbo cuando la sensación es que algo grande se ha roto?
Creo que lo primero es identificar con precisión esos elementos del pasado que eran mejores y se quieren defender. Lo que realmente era mejor. Y separarlo de aquello que en cualquier escenario era y sigue siendo necesario cambiar. El ejercicio de identificar lo que se quiere preservar lleva naturalmente a encontrar formas de transformación que construyan sobre lo preexistente y no obliguen a comenzar de cero.
Cuando pienso en el país, en la categoría de las cosas que quisiera defender están todos los eventos de reflexión profunda en torno a problemas complejos, que dieron lugar a marcos regulatorios cuidadosos y permitieron que ocurrieran cosas deseables y buenas. En esta categoría pongo, por ejemplo, a la Ley 142 de 1994, que permitió extender la cobertura de los servicios de energía, comunicaciones, acueducto y alcantarillado a millones de hogares que antes no tenían a ellos. Esta ley dio también forma al sistema de subsidios que permite que los hogares más pobres puedan acceder a estos servicios a precios razonables sin que los proveedores (públicos o privados) se quiebren. La nueva realidad que emerge bajo la sombrilla de esta ley es infinitamente mejor que la que la precede.
Como este, hay montones de ejemplos de cosas que se hicieron bien, con la mejor intención, y que tal vez se puedan mejorar estudiando cuidadosamente en qué han sido insuficientes o entendiendo las fallas de implementación.
Entre las cosas que quisiera defender están los eventos de reflexión profunda en torno a problemas complejos, que dieron lugar a marcos regulatorios cuidadosos y permitieron que ocurrieran cosas deseables y buenas.
Lo segundo es reconocer con honestidad las deficiencias del pasado. Es fácil caer en la añoranza de un pasado mejor cuando las cosas no van bien. Pero la verdad es que el presente se cocina en el pasado. Los problemas que tenemos ahora son problemas de antes agrandados, a los que no les pusimos suficiente atención. Millones de niños en manos de un sistema educativo ineficaz, desatendidos en la primera infancia, convertidos luego en adultos que llegan al mundo del trabajo en desventaja, sentenciados a una lucha constante para tener una vida. Sus hijos perpetúan el círculo, porque el Estado no les ofrece otras oportunidades. Recursos que podrían ser transformadores de vidas, pero se esfuman en manos de políticos y funcionarios corruptos o desaparecen gracias a esquemas sofisticados de arquitectura tributaria en las empresas o a decisiones de las familias adineradas que se rehúsan a pagar impuestos. Nada de esto es nuevo, por mencionar solo algunas de las cosas terribles del pasado y el presente.
Hacia adelante, ¿quién será el líder capaz de encontrar un buen balance entre las dos cosas en el discurso (y la práctica) y devolvernos la esperanza? No creo que deba ganarnos el sentimiento de derrota. Estoy convencida de que nada fundamental se ha roto y que existe la posibilidad de un futuro mejor, hoy como antes. Ha habido un intento de cambio de rumbo marcado por diferencias ideológicas con el pasado, sí. Pero también marcado por el propósito claro de buscar una sociedad más justa. Estoy segura de que muchos vemos también eso como algo deseable, incluso si son otras las rutas que vislumbramos para alcanzarlo.
De todo lo que nos pasa, es la desgracia de encontrarnos divididos en bandos la única fuente verdadera de desesperanza. Si podemos reconocernos como una sola ciudadanía, un solo pueblo, con un propósito común, tendremos tres cuartas partes del camino ganado. Le hacemos un flaco favor al futuro con la falta de voluntad para oír a los que están en una orilla ideológica distinta, con tanto miedo de quienes son diferentes a nosotros, con el señalamiento constante de faltas del otro. Hacia adelante solo vamos con autocrítica y generosidad.