En el país llueve a torrentes. Quebradas y ríos desbordados han inundado poblaciones y plantaciones y se llevan todo por delante. Es muy preocupante observar en los noticieros los desastres que ha causado este invierno incontenible. En caseríos y en pequeños municipios, los habitantes no dan abasto sacando a escobazos las aguas que han inundado sus viviendas. Y, en general, el apoyo oficial a los perjudicados es escaso; brilla por su ausencia. A veces, en las pequeñas aldeas, las autoridades no tienen cómo ni con qué ayudar a los miles de damnificados por tan inclementes aguaceros.
Durante este invierno, que en algunas regiones parece eterno, los estragos causados por las tormentas y diluvios son innumerables. Aunque en las épocas invernales a los habitantes de las ciudades les va un poco menos peor que a quienes viven en el campo, en pequeñas poblaciones y caseríos, porque los primeros están mucho mejor defendidos, en épocas como la que estamos padeciendo y ante un invierno que parece implacable, nadie se salva. Los estragos causados por estos diluvios perjudican por parejo a todos los habitantes. Es imposible evaluar el costo de las pérdidas materiales que ha causado.
En este ambiente tan húmedo y tan frío, el presidente Gustavo Petro se mueve a su antojo. Sigue llegando tarde a las citas previamente acordadas, o no las cumple. Tampoco tiene la cortesía de excusarse o de dar alguna explicación por su tardanza. Parecería que en este lindo país colombiano no tuviéramos un señor presidente, sino un señor dictador. Pues, como nos consta a todos los ciudadanos, el señor Presidente llega tarde o definitivamente no cumple los compromisos adquiridos, y ese no es problema suyo. Nunca se tiene la decencia de explicar la causa de sus demoras ni de sus ausencias.
Gústenos o no, Petro es Petro. Y ahora, como presidente, hace y deshace a su antojo. Ese comportamiento, a todas luces dictatorial, no es explicable para todos los colombianos, y mucho menos aceptable. Da la impresión de que el señor Presidente se extralimita en el ejercicio de sus privilegios, pues aunque fue elegido como presidente, con frecuencia se comporta como un dictador.
La manera de ser del Presidente despierta dudas, inquietudes y miedos, porque no es claro hacia dónde y cómo piensa encaminar los destinos del país.
Ante ese evidente e inaceptable irrespeto, sus seguidores no dicen ni pío. Parece que sintieran una especie de veneración por su líder y presidente. O tal vez parece que les inspira no poco temor. El único funcionario que ha tenido el valor de decir lo que piensa, distinto de algo de lo que haya dicho el primer mandatario, ha sido el señor ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo. Él, en su terreno y en ocasiones especiales, ha sido serio y coherente y no ha tenido inconveniente en afirmar lo contrario a lo expresado o trinado equivocadamente por el Presidente. Ojalá esas diferencias no pasen a mayores, porque Petro necesita un equipo que se atreva a ponerle talanquera y a aterrizar sus salidas populistas.
En todo caso, el panorama no se ve despejado. La manera de ser del Presidente despierta dudas, inquietudes y miedos, porque no es claro hacia dónde y cómo piensa encaminar los destinos del país. Se puede decir que todavía es temprano para visualizar con claridad hacia dónde vamos, porque su gobierno apenas va a cumplir tres meses. Sin embargo, reinan la inquietud y la desconfianza, y el bajonazo de su popularidad lo confirma. El desarrollo de los acontecimientos mostrará hacia dónde vamos. Entre tanto, sería bueno que atendiera a sus asesores calificados. Porque a la luz de lo que se ve, no se sabe para dónde vamos.
Por ahora, en el país reina el desasosiego. Y así lo reflejan las encuestas. Tras pocas semanas de haber iniciado su mandato, su aprobación cayó del 56 al 46 % y la desaprobación subió del 20 al 40 %, cifras que no lo favorecen ni a él ni a los colombianos. Por lo tanto, es necesario, es urgente, que el Presidente se ponga las pilas y comience a gobernar como se necesita y como toca, y no como se le antoja, a punta de trinos desafortunados y a pupitrazo limpio.
LUCY NIETO DE SAMPER