La libertad de expresión. Mezcla de palabras poderosas. Libertad. Un fundamento sagrado de la vida humana. Existir sin la posibilidad de elegir sería demoledor, pues ya tenemos sentido de la voluntad. Convertirse en seres vegetales, sometidos al vaivén de las casualidades. Infértiles, frustrados y nulos porque se ha dejado atrás el poder de diseñar el propio destino. Cuesta imaginarse a sí mismos sin la posibilidad del cambio. Sin conocer el valor de una oportunidad.
Cuando se une la libertad con la posibilidad de expresar lo que se piensa y se siente se abren las puertas a la creación intelectual. Se crea el conversatio. Es esta combinación la que ha cuestionado las realidades del pasado, ha imaginado, y ha invitado a la lucha y a la conquista de una transformación por una sociedad más justa. La libertad de expresión ha creado la democracia contemporánea y dará forma, sin duda, a los sistemas políticos del futuro.
La libertad de expresión es un derecho que se trata de un acto voluntario de la persona, por tanto es correcto que esta asuma su responsabilidad, el deber, de su ejercicio. Esta no está exenta, entonces, del respeto a las normas democráticas.
Darla por hecho, garantizada. Nunca lo está. Al igual que la democracia. La historia está cansada de contar casos de violaciones a voces que por años maltrataron comunidades, y este presente, que no aprende. Un indicador diferencial esencial entre sociedades demócratas y totalitarias es justamente el respeto a la libre expresión.
La libertad de expresión ha creado la democracia contemporánea y dará forma, sin duda, a los sistemas políticos del futuro.
Defenderla para todos. No puede ser un derecho para mí y no para el otro, aunque este piense distinto, sea incómodo, incluso con la certeza de que esté equivocado. La defensa de la libertad es indivisible. Noam Chomsky, filósofo y profesor del MIT, lo dice claramente: “Si no creemos en la libertad de expresión de la gente que despreciamos, no creemos en ella para nada”.
Los prejuicios nos aíslan y rompen nuestro o con la realidad, pero incluso si opto por la sordera debo defender el derecho del otro si no es porque es lo correcto, como propongo, porque es conveniente: el riesgo de no defender al otro es perder la defensa de sí mismo. Simple.
Es difícil apoyar la libertad de expresión cuando existe la expectativa de que armonice con los acuerdos sociales, se entiende entonces que los niveles de tolerancia varían en las personas y las culturas, lo que está bien para unos quizás no para otros, aunque se respete la ley. Pero incluso allí, llevados al límite de elegir entre la vida y muerte de la libertad de expresión elegiría su vida.
El caso colombiano es interesante, la libertad de expresión y las marchas que le dieron la presidencia a Gustavo Petro y tanto molestaron a sus contrincantes son hoy algunas herramientas aliadas justamente de estos en la oposición. Puntualizo que me refiero al derecho a la protesta y no al vandalismo, que es un delito sancionable.
Hago aquí una claridad de contexto. Cuando se firma que se acepta voluntariamente un contrato con una empresa privada o pública o una red como Twitter, Google, Facebook, Instagram, YouTube es un acto autónomo donde se elige o no aceptar unas condiciones de comportamiento acordadas. Se escogen los medios y se aceptan explícitamente las reglas. La fortuna hoy es la oferta.
La censura. Tercer riesgo. Esa presión tanto externa como interna, autocensura, que asume camaleónicas formas para atemorizar y paralizar. Un campesino o un empresario que calla por miedo a una sanción ha perdido su voz. Un síntoma perverso que me temo empiezo a notar.
Se requieren valor y pasión para proteger el propósito de la libertad de expresión. Su defensa es fundamental, y claramente incomoda a algunos, pero es indispensable hacerla y formar en ella, más aún cuando nos encontramos ante un gobierno que tanto en campaña como hoy en el ejercicio del poder ha dado señales de limitarla. No siempre gusta la imagen en el espejo.
MARTHA ORTIZ