Tengo en mis manos el último libro de Eduardo Lora, que será presentado en la próxima Feria del Libro de Bogotá, en abril. Se llama Los colombianos somos así. A lo largo de 300 páginas, el autor presenta los resultados de un esfuerzo meticuloso por capturar lo que dicen los datos disponibles sobre cómo somos los colombianos: en qué creemos, qué cosas nos importan, cómo formamos nuestras familias, cómo abordamos nuestro día a día en el trabajo, cómo usamos el tiempo. Comienzo apenas a leer y lo primero que pienso es que este libro tendrían que leérselo el medio centenar de candidatas y candidatos que aspiran a competir por la presidencia de la República en 2026 y, en general, los interesados en gobernar cualquier parte del territorio. No se puede comenzar a pensar en cómo gobernar sin conocer al pueblo que se va a gobernar –su forma de vida, sus convicciones, sus necesidades, sus demandas más apremiantes–. Tampoco hay forma de diseñar una campaña electoral exitosa si no hay claridad sobre quién es el interlocutor a quien se le habla o se le quiere hablar.
Es cierto que los candidatos, los más poderosos al menos, eventualmente hacen sus propios esfuerzos de recolección de datos, y que hay encuestas de opinión recurrentes que capturan las grandes preocupaciones de los colombianos. Pero esto es otra cosa, porque permite un recorrido ordenado y abarcante por los datos disponibles recogiendo información en múltiples dimensiones. Me gusta particularmente que pone la lupa sobre algunos grupos de la población acerca de los que sabemos menos. Emergen la Colombia de familias monoparentales y personas solas, la Colombia conservadora, religiosa y machista, la Colombia trabajadora, la Colombia apolítica. Cada una con su grano de sal, porque ninguna catalogación es tan simple y nada es casi nunca blanco o negro. Es imposible partir el país en grupos y poner a cada uno en un compartimento aislado, como se pretende tantas veces, porque todos estamos interconectados y cada grupo está teñido por las tendencias y dinámicas de los círculos sociales que frecuenta y con los que se identifica, ahora amplificados por la dimensión virtual que permiten las comunicaciones digitales.
Tendemos a pensar, equivocadamente, que con la información que tenemos sobre nuestro círculo inmediato podemos leer el mundo.
Los datos disponibles para entender mejor la realidad en la que estamos parados es lo mínimo a lo que deberíamos aspirar tener a mano en el proceso de tomar decisiones, de todo tipo. En ausencia de buena información, se navega a ciegas. El ejercicio que nos ofrece Eduardo Lora es, en esta medida, de potencial interés también para ese público más amplio, curioso de nuestra realidad, al menos de la que capturan las cifras.
En un plano más personal, el libro abre con un comentario sobre lo que sabemos acerca de quienes son nuestros amigos y las personas que hacen parte de nuestros círculos cercanos. Me viene a la cabeza Nadie conoce a nadie, el título de una película española de hace unos años que siempre ha despertado cierta fascinación en mí, tal vez por lo que tiene de cierto. De los demás, generalmente, conocemos solo lo que sale a la superficie. Por eso son tan maravillosas las veces en que conseguimos armar amistades entrañables con personas que podemos decir que conocemos bien.
Pensé, leyendo, en lo poco que conocemos a la mayoría de la gente con la que interactuamos a diario y en el esfuerzo adicional que requiere ver a los otros en toda su multidimensionalidad. Incluso, cuando tenemos suerte y conocemos bien a un grupo relativamente grande de personas, sabemos muy poco sobre la realidad de la mayoría. Tendemos a pensar, equivocadamente, que con la información que tenemos sobre nuestro círculo inmediato podemos leer el mundo. Simplificamos la realidad con base en nuestra información incompleta. También por eso son geniales las encuestas y precioso el esfuerzo por aprovecharlas: para entendernos a nosotros mismos en el contexto de una realidad más amplia.