A finales de marzo, los analistas internacionales que siguen a Colombia se mostraban bastante confundidos sobre nuestro futuro macroeconómico. De una parte, ellos habían evaluado positivamente los esfuerzos de mayor tributación de septiembre de 2021 y diciembre de 2022. Según el reporte reciente del FMI, ello podría llegar a añadir hasta 2 % del PIB a nuestros ingresos.
Así, Colombia llegaría a contener el déficit del Gobierno general por debajo del 4 % del PIB en 2023-2024, a pesar del mayor gasto que desde ya se anuncia en el presupuesto 2024. Sin embargo, la meta de contener también la relación deuda bruta/PIB por debajo del 64 % luce complicada debido a que el balance primario (antes de intereses) difícilmente alcanzaría el requerido +1 % del PIB.
La segunda fuente de preocupación proviene del contenido de las reformas del sistema de salud, mercado laboral y ahorro pensional. Esto debido a sus negativas implicaciones sobre la calidad en salud, elevados costos de contratación y deterioro del ahorro que apoya inversiones productivas. Es claro que el proyecto de salud discutido en la Comisión VII termina aboliendo el buen papel del sector privado, amenazando su eficacia y buena calidad en salud. Ojalá que los partidos Conservador y de ‘la U’ terminen uniéndose al rechazo que vienen haciendo el Liberal y Cambio Radical a tal reforma.
Mientras tanto se discuten enmiendas de la reforma laboral y pensional, en medio de la crisis política de la coalición (tras su anunciada defunción). Estas también podrían terminar descarriladas, como la electoral, si la istración Petro no entra en razón sobre los graves problemas de informalidad y elevados costos laborales.
Y una tercera fuente de incertidumbre sobre Colombia ha tenido que ver con la carencia de un repunte exportador diversificado y significativo, a pesar de haberse tenido una devaluación peso-dólar del 100 % nominal y del 50 % real durante la última década. Por ejemplo, mientras las exportaciones tradicionales (lideradas por petróleo y carbón) mostraron un repunte de casi el 75 % (en dólares) durante el 2022, las no tradicionales (industria y agro) tan solo crecieron un 13 %. Este último dato va dejando claro que hasta la fecha solo se tiene retórica y no resultados tangibles en lo referido a la tal diversificación exportadora.
Así, con exportaciones tradicionales de US$ 39.000 millones (68 % del total) y no tradicionales de US$ 18.000 millones (tan solo 32 %), Colombia se acercó a los US$ 57.000 millones en ventas de bienes durante 2022, emulando el récord del 2014. Pero la doble mala noticia es que, primero, ese repunte de las tradicionales tiene un carácter temporal, dada la caída del precio de US$ 90/barril Brent hacia US$ 75, y, segundo, un déficit en balanza externa que llegó a la elevada cifra de 6,5 % del PIB (unos US$ 20.000 millones de faltantes externos).
La pregunta que me hacían calificadoras de riesgo era sobre la “ausencia de elasticidad exportadora” de Colombia. Ellos están queriendo entender por qué si ahora se tiene una tasa de cambio real un 50 % más atractiva para ello, en Colombia no había capitales apostándole a la industria exportadora.
La respuesta tiene la arista de corto plazo, en la cual empresarios colombianos enfrentan elevados costos operativos relacionados con transporte, inadecuada ubicación de la firmas, sobrecostos no salariales y de provisión de energía. Y está la arista de mediano plazo, que ‘engarrota’ a los inversionistas, al encontrarse con las políticas anti sector privado de la istración Petro, tal como está quedando consignado en sus intenciones de reformas de los sectores de salud, laboral y pensional. ¿Qué inversionista está dispuesto a incurrir en costos de importación de maquinaria, ahora un 50 % más elevados, si ha de enfrentar la creciente incertidumbre operativa resultante de tales reformas?
SERGIO CLAVIJO