Para nosotros los boyacenses ha sido siempre muy grato y motivo de orgullo aprender, repetir y recordar que la ruana producida en “la tierrita” significa no solo una prenda nativa de difícil equiparación para vestir en los callados dominios de las alturas (no necesariamente parameros), sino algo así como un signo inequívoco de que nuestros antepasados indígenas, seguramente tras mucho tiempo en ese empeño, dejaron para la historia esta pieza hecha, en lo posible, de lana virgen y de preferencia destinada a paliar bajas temperaturas o atender diversas demandas familiares y del entorno en aquellos pueblos laboriosos y tranquilos, hospitalarios y bellos como Iza, Nobsa, Monguí o Corrales.
Pues fue justamente en la legendaria Iza, acogedor refugio turístico con hermoso paisaje de aguas termales (a escasos kilómetros al sur de Sogamoso), donde para abrir los recientes XXIV Juegos Olímpicos de Invierno –emocionantes y llenos de vida, para luego tener que ver la desgracia de la guerra en Ucrania– la delegación colombiana tuvo el acierto de lucir ruanas de moda artesanal hechas de lana ovina, caprichosos tejidos multicolores inspirados en Caño Cristales (único en el mundo, ya se sabe), fieltro de casa y tintura vegetal, producción artística de inédita belleza e innegable utilidad; ruanas salidas de Tejidos Rebancá, ampliamente conocidos dentro de la industria artesanal de este producto que en Boyacá ha tenido por años la asistencia privada, y aun pública, de mis coterráneos.
Se entenderá así, viendo, oyendo y leyendo en medios que originan a ¡meros 15.000 kilómetros! de Iza, el formidable espectáculo de luces y sonido sobre suelos nevados y fríos polares en cuya marcha de apertura figuró una delegación de Boyacá (integrada por Laura Gómez, Klaus Jungbluth, Hélder Navarro, Carlos Quintana y Sebastián Uprimny), se entenderá, repito, que la emoción y el orgullo son grandes, y no menor la complacencia porque las voces y la imagen recordatorias de nuestros orígenes más primitivos logran llegar hasta los confines del planeta y (a punta de señas ante un idioma inaccesible, como en este caso), que un pueblito llamado Iza, continuo oferente de delicioso amasijo y ricos postres, más mucho arte y buena voluntad, como escribió este diario, ¡se ponga de ruana!, al otro lado del mundo, al gigante asiático...
Pues un hecho tan atractivo y grato como este, que es la representación de una prenda autóctona nuestra, que huele a historia, a campo, a esfuerzo paciente de colombianos laboriosos, ha traído a mi memoria la imagen de Iza que desde lejanos tiempos se lleva impresa, con caracteres indelebles: la tierra natal del general Sergio Camargo; la cercana Gotua, casa solariega del eminente cirujano y académico José Félix Patiño; los paseos de olla, familiares o del colegio, a las piscinas de los Rodríguez Kilber; las faenas ganaderas en Usamena y su corralito de alambre; el caudaloso río vecino que exigía notables precauciones sobre un puente desvencijado; el agua hirviente que recibía nuestros anzuelos ¡dizque en guardia a ver cuándo picaba un diminuto salmón!
Ya tarde, casi oscuro en el precioso valle de Sugamuxi, volvíamos a la ‘city’ natal dispuestos a repetir la jornada y a sabiendas de que la dicha por el paseo aumentaría en cada nuevo viaje. Pero, en honor a la verdad, nunca pude haber imaginado que después de tantos años las hermosas ruanas elaboradas en Iza destacarían en sitio preferente de justas deportivas chinas, dejando saber al mundo que en el corazón de Boyacá, ese fascinante rincón colombiano de las esmeraldas y la papa, de los frailejones y la cebada, de las artesanías y la música, sigue viviendo feliz, mansa y creativa, Iza.
VÍCTOR MANUEL RUIZ