Con la discreción de los músicos que profesan su arte dentro de un grupo sinfónico o de cámara, dos artistas colombianos dejaron el mágico camino de la interpretación del violín clásico para transitar entre los vericuetos del poder político. Se trata de Santiago Trujillo, secretario de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, y David García, director general de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Con la disciplina propia de su oficio de musicantes, ambos dedican su tiempo a la función pública de gobernar, siguiendo, en vez de una partitura, las directrices de un plan de desarrollo de ciudad, en este caso el de Bogotá y sus políticas culturales.
El lenguaje de la música es el único que sirve para realizar obras perfectas. Es el que enriquece la razón con la sensibilidad para construir la armonía, que es el instrumento natural de trabajo de los músicos, y debería ser el rector de la existencia y de las relaciones entre todos los seres humanos.
Qué bien que estos dos artistas formados en el conocimiento y comunicación del lenguaje musical piensen en el gobierno de lo social como una gran sinfonía que combine voces, instrumentos y acordes. Cuya partitura sea interpretada con tonalidades que respeten las diferencias entre unos y otros, en donde las melodías de cada uno tengan su espacio, su ritmo, sus pausas, sus silencios y sus compases, y para hacer sonar los acordes se respeten los intervalos. Y el ritmo marcado por el director de orquesta esté bien apoyado y seguido con precisión. Así podemos todos escuchar la obra, apreciar su armonía, y aplaudirla como la expresión más elaborada de la creación de una colectividad organizada. Una obra que toque las cuerdas más íntimas de la sensibilidad, que produce goce y placer al escucharla, y está abierta a todos los oídos sin distinción alguna. Que se eleve como un himno a la convivencia y a la felicidad.
Ese, que es el idioma básico de la música, exige vocación, técnica y disciplina, e intentar llevarlo a la ejecución de lo público es un propósito meritorio.
El lenguaje de la música es el único que sirve para realizar obras perfectas. Es el que enriquece la razón con la sensibilidad para construir.
Valga entonces destacar algunos logros de estos violinistas en el poder.
Una de las más exitosas experiencias de la tan deseada colaboración interinstitucional la ha tenido la Secretaría de Cultura de la capital al proponer para 2025 el Primer Concurso Internacional de Violín 'Ciudad de Bogotá'. Conseguir que diversas entidades públicas y privadas se articulen para llevarlo a cabo es ya un logro del concurso. Se abre así la puerta al talento joven de muchos países, incluido el nuestro, y se muestra a Bogotá en el escenario mundial de la cultura.
Por su parte, la Orquesta Filarmónica de Bogotá, una de las más reconocidas en Latinoamérica, se viene transformando en un Sistema Filarmónico, el proyecto musical más ambicioso del país, que fortalece el vínculo existente entre el arte y la construcción de paz.
Además de su naturaleza de instrumento sinfónico, apoya cinco agrupaciones musicales juveniles en permanente actividad, una Orquesta Filarmónica de Mujeres, dos Centros Filarmónicos para la Paz y un programa de formación musical en colegios públicos que beneficia a 30.000 niños, niñas y adolescentes en la ciudad y que hasta el momento ha favorecido a más de 256.000 estudiantes, una banda de vientos, una agrupación de música colombiana y un coro filarmónico juvenil. Un compromiso permanente con el desarrollo artístico y social, y la construcción de paz en la capital. Hacer música es ya una política que trasciende istraciones.
Que los maestros Trujillo y García, violinistas en pleno ejercicio del poder en Bogotá, sigan adelante con sus propuestas culturales de armonía para la ciudad y sus ciudadanos.