La escritora Beatriz Caballero, que desde joven se hizo su propio nombre en el mundo de los títeres, murió hace un par de semanas nomás. Fue la muerte, a los 76 años, de la guardiana de una familia de artistas: durante décadas, mientras escribía sus piezas de teatro, sus guiones, sus biografías y sus libros testimoniales llenos de ternura e ironía, cuidó con devoción las obras del novelista Eduardo Caballero Calderón, su padre; el pintor Luis Caballero, su hermano, y el cineasta Carlos Mayolo, su marido. Pero su partida fue, sobre todo, la de una escritora estupenda que logró retratar con humor los vaivenes de esta sociedad.
Desde que volvió definitivamente a Bogotá, luego de una serie de viajes por Europa, Caballero se dedicó –de 1970 a 1977– a la creación de obras para títeres en el Teatro del Parque. Trabajó en los guiones de tres películas importantes de la siguiente década: Caín (1984), Con su música a otra parte (1984) y María Cano (1990). Al mismo tiempo, sin gritarlo a los cuatro vientos, fue construyendo una obra literaria que explora las tras escenas de los personajes de la historia que damos por sentados: Cristóbal Colón: valiente, terco y soñador (1984), Un Bolívar para colorear (1985) y Las siete vidas de Agustín Codazzi (1994) siguen encontrando lectores, pero lo mismo sucede con sus libros para niños y sus textos más autobiográficos.
Caballero, que convirtió el apartamento de su padre, en el Bosque Izquierdo, en un refugio de artistas, dejó una serie de desparpajados libros de memorias que se ríen de los mitos de su propia vida: Cuaderno de novios, Papá y yo y Luis, hermano mío son pequeñas joyas. Quien los lea se encontrará con ella: una mujer risueña, fuerte, vulnerable, que no solo consiguió lidiar con las pesadas tradiciones de sus mayores, sino con las rupturas de sus contemporáneos, porque supo ser de todas las clases sociales y todas las generaciones.