Cuando uno revisa la filmografía de grandes cineastas, como la bogotana Marta Rodríguez, suelen saltar a la vista los títulos más brillantes de la lista, pero tiende a olvidarse la sangre, el sudor y las lágrimas que costó filmar trabajos de semejante calibre. La Cinemateca de Bogotá y la Fundación Cine Documental han organizado una retrospectiva de la obra de Rodríguez, justamente, que empezó el miércoles pasado y va hasta el domingo 22 de octubre, pero no solo se proyectarán los documentales Chircales (1972), Campesinos (1975), Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (1981) y La sinfónica de los Andes (2020), sino que se estudiará a fondo el coraje con el que Rodríguez, a punto de cumplir 90 años, consiguió hacer una carrera en un país que no estaba habituado a las documentalistas ni a las denuncias de la desigualdad.
El nombre de la retrospectiva –‘¡A mí no me doblega nadie!’– señala la intención de retratar a una cineasta estupenda y valerosa que no se dejó vencer entre película y película. Para ello, para devolverle el contexto a cada clásico de la muestra, ya se dio un conversatorio con la documentalista y se llevará a cabo una exposición con visitas guiadas titulada “Filmando la resistencia”.
Rodríguez nació el 1.º de diciembre de 1933 en Bogotá, trajo del París de los años cincuenta una serie de influencias que echaron adelante su obra, trabajó con el padre Camilo Torres y codirigió cinco de sus dieciséis documentales al lado de su marido, Jorge Silva, quien murió en 1987, y no sobra saber los detalles de su vida, y recordar el contexto en que se dio su carrera, para comprender las dimensiones de su legado.
Marta Rodríguez es un punto de referencia del cine colombiano. Todo aquel que se asoma a nuestra cinematografía regresa con la necesidad de ver los documentales que ella hizo. Es una noticia estupenda, pues, que su obra siga pasando de generación en generación.
EDITORIAL