Todo se esperaba, menos que el día en que el metro para Bogotá dejó de ser una quimera, el debate sobre su conveniencia o no se convertiría en tema de nunca acabar. Van ocho años desde que la primera línea elevada de la obra se concibió y cinco desde su contratación e inicio de trabajos. Y, sin embargo, hoy sigue debatiéndose su trazado y es motivo de discrepancia entre el Gobierno Nacional y la Alcaldía Mayor.
El metro de Bogotá existe. Su avance es del 26 por ciento. Está contratado y financiado, gracias, entre otros, a una banca multilateral que después de rigurosos estudios encontró que el proyecto era viable. Más de 4.000 personas trabajan en su construcción y asuntos como la compra de predios y el traslado de redes –con inversiones superiores a los dos billones de pesos– se llevan a cabo.
El tema, que es eminentemente técnico y contractual, ha derivado en una discusión política por efecto de la insistencia del presidente Gustavo Petro de revisar su esquema a fin de ‘subterranizar’ un importante tramo. Según el jefe del Estado, es lo que más le conviene a la ciudad en términos urbanísticos y de beneficio para los s.
El optimismo que hoy acompaña a los bogotanos y la disposición a mejorar el clima de diálogo con el Ejecutivo no pueden desaprovecharse.
Esta petición, reiterada desde que asumió la presidencia, tiene origen en el hecho de que tras su paso por la alcaldía, el Presidente quiso sacar adelante un metro subterráneo que no prosperó por múltiples motivos, entre ellos la falta de estudios y de recursos. Él sostiene todo lo contrario y ha dicho que en los últimos nueve años no ha sido él quien ha impedido su construcción.
Estas diferencias encontraron un nuevo escenario de debate en la campaña electoral que acaba de concluir. Claramente, el Presidente quiso convertir la cuestión del metro en un pulso para ver si la gente acompañaba la propuesta. Pero no fue así. El resultado en las urnas mostró una abrumadora mayoría en favor del hoy alcalde electo, Carlos Fernando Galán, quien siempre defendió la tesis de continuar con la obra como quedó contratada.
No obstante, el debate no ha cesado. El primer mandatario ha hecho saber que existen recursos como el plebiscito para que la ciudadanía se exprese sobre la conveniencia o no de su propuesta. Pero no se puede ignorar lo ocurrido en las urnas, allí hay expresada una voluntad popular y el Presidente lo sabe. Para buena parte de la opinión pública, ese fue un plebiscito claro.
Por otro lado, no sobra señalar los obstáculos que acarrearía insistir en el tramo subterráneo: unos contratos que no se pueden modificar, sobrecostos, una nueva licitación, más tiempo de espera y una ciudadanía inconforme y pesimista. Aún más: el embajador chino dijo hace unos días que su gobierno no intervendrá en un contrato entre una firma privada y el Distrito.
La primera línea del metro no puede seguir dividiendo al Gobierno y a Bogotá. El mandato democrático de las urnas es claro: se le debe dar continuidad tal y como está en los diseños. Los dos candidatos más votados el domingo pasado, Galán y Juan Daniel Oviedo, siempre defendieron esa postura en campaña. Es necesario superar la controversia, pasar la página y concentrarse en los múltiples asuntos pendientes que tienen por resolver ambas istraciones. El optimismo que hoy acompaña a los bogotanos y la disposición de Galán a mejorar el clima de diálogo con el Ejecutivo, sumados al anuncio del Presidente de querer mantener buenas relaciones con los nuevos mandatarios locales y regionales, son una oportunidad que no puede desaprovecharse.
EDITORIAL