En medio de una guerra que se ha cobrado cientos de miles de vidas –una terrible cifra, que inclusive es incierta– y desplazado a millones, cualquier atisbo de diálogo entre Rusia y Ucrania tiene que ser motivo de esperanza. En ese sentido, las recientes conversaciones telefónicas del presidente estadounidense, Donald Trump, con sus homólogos Vladimir Putin y Volodimir Zelenski abren una ventana de oportunidad para un cese del fuego. Aunque las posiciones siguen siendo distantes, que por lo menos exista un compromiso de ambas partes para iniciar negociaciones es un paso positivo.
A su vez, el papa León XIV, en su primera homilía dominical, hizo un llamado contundente a la paz en Ucrania, así como también en Gaza, reiterando el clamor de “nunca más la guerra”. Su ofrecimiento del Vaticano como sede para las negociaciones añade un componente moral y simbólico que podría facilitar el diálogo entre las partes.
Sin embargo, persisten, desde luego, desafíos significativos. Putin insiste en que Ucrania se retire de las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, una condición inaceptable para Kiev. Zelenski, por su parte, exige un alto el fuego inmediato y sin condiciones como base para cualquier negociación. Pero cada día se pierden más vidas. La comunidad internacional debe redoblar esfuerzos para acercar estas posiciones y evitar que el conflicto se prolongue indefinidamente con el riesgo siempre latente de que se extienda más allá de los límites rusos y ucranianos.
Es crucial, entonces, que las potencias, el Vaticano y todos los que tengan algún margen de acción actúen con responsabilidad y compromiso, apoyando iniciativas diplomáticas y evitando actitudes y movimientos que puedan escalar la violencia. La historia juzgará la capacidad de los líderes actuales del planeta para poner fin a esta guerra y restaurar la paz en Europa.