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¿Es inevitable, y qué tan difícil será, volver a negociar con el Eln?

María Isabel Rueda habla con el exministro Juan Camilo Restrepo, autor del libro 'Cuatro crisis'.

Foto: Rodrigo Sepúlveda. EL TIEMPO

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¿Sigue convencido del viejo dicho chino de que las crisis son oportunidades? Precisamente, su nuevo libro está dedicado a escribir acerca de estas en cuatro gobiernos distintos. ¿Cuáles fueron esas crisis?
La primera fue la crisis financiera y bancaria bajo la presidencia de Belisario Betancur. Hubo malos manejos por parte de los intermediarios del ahorro privado y el país estuvo ad portas de generar una crisis con cerrazón de puertas de todas las entidades financieras, con pérdida grande para los ahorradores. Salimos adelante.
La segunda fue el apagón, durante el gobierno Gaviria…
Yo era ministro de Minas y Energía. Los expertos concluyeron que la causa no fue solo el profundo verano que el país vivió en esa época, sino que la istración Gaviria heredó fallas en la programación eléctrica: el país se desembalsó, por decirlo así. Pero también hubo problemas muy graves en la planeación de los ensanches eléctricos, en el mantenimiento de las plantas, problemas sindicales. A todo eso se le hizo frente rápidamente. Esa época coincidió con la puesta en marcha del programa de gas domiciliario en el centro del país a más de diez millones de hogares, que energéticamente ha sido una gran revolución silenciosa.
Otra crisis que desarrolla en su libro fue la financiera vivida bajo el gobierno Pastrana…
Yo fui por dos años su ministro de Hacienda. El presidente Pastrana se inauguró en la mitad de una crisis internacional de grandes proporciones. Rusia entró en moratoria de pagos, generando gran incertidumbre internacional. La crisis del sudeste asiático también afectó. Tuvimos una gran turbulencia financiera. Logramos poner muros cortafuegos para que la crisis de confianza no terminara arrollando el sistema de pagos y financiero. En esta crisis nunca se quiso salvar a los bancos, sino a los ahorradores, y a un bajo costo fiscal.
El último capítulo de su libro está dedicado a su experiencia como negociador de un acuerdo con el Eln…
La ausencia de paz es finalmente una modalidad de crisis. Como ministro de Agricultura, participé activamente sobre todo en la primera parte de las negociaciones de La Habana con las Farc, en el tema de la reforma agraria integral. Después me correspondió liderar las negociaciones con el Eln en Ecuador. Dejo esta memoria documentada para cuando el día de mañana se reanuden eventualmente estas conversaciones.
Fruto de estas crisis financieras terminaron nacionalizándose entidades privadas como el Banco de Colombia, por el uso abusivo del dinero público por parte de empresas privadas. ¿Eso, en las eras que pueden venirse, podría ser al revés? ¿Que entidades públicas terminen abusando del dinero de los particulares? Lo que Gustavo Petro ha planteado hacer con las pensiones de los fondos privados puede conducir allá…
Mantener la estabilidad, el control y vigilancia de las instituciones financieras es una de las funciones más delicadas del Estado. Tiene que guardar el justo medio entre el rigor y el respeto a los derechos adquiridos y a la buena fe. Lo más grave en una sociedad es que se derrumben las entidades financieras; que la gente no crea en los bancos, que empiecen a ocurrir corridas de s, que haya que cerrar las entidades, porque la estantería se cae sobre los ahorradores. Si el Estado abusa de esa función, también puede generar graves trastornos.
Entendiendo las crisis como un acontecimiento fuera de la común, que trastorna profundamente la acción istrativa y la vida social de un país, con altos costos sociales y económicos, ¿podríamos entrar en una crisis si sube un candidato tan populista y confrontacional como Petro?
Si gana, que todavía no es seguro, querría ver a Petro más que en un plan venezolano y castrochavista, en la ruta de lo que intenta el presidente Boric en Chile: calmar a los mercados, tomando medidas razonables. Por eso nombró como ministro de Finanzas al señor Marcel, quien era presidente del Banco Central de Chile. Sería fatal, si Petro gana, que empiece a tomar medidas, ya no solo a anunciarlas, que destruyan la confianza en la empresa privada y en el ahorro público.
Usted trabajó con cuatro presidentes, Belisario, Gaviria, Pastrana y Santos. Fue tres veces ministro. Difícil igualar ese récord. ¿Cuál le pareció más difícil como jefe?
Belisario era el más amable. No un mero poeta romántico, sino también un ejecutor. El César Gaviria que conocí como ministro es muy diferente al agresivo personaje que estamos viendo ahora como jefe del Partido Liberal. Andrés Pastrana era, y es, muy amable, aunque no tan afable como Belisario; de todos, el que más delegaba en sus ministros. Pero tal vez por su trayectoria, tenía un interés permanente más grande en los problemas internacionales, que a veces lo absorbían más que los internos, aunque estaba naturalmente al tanto de todo. Juan Manuel Santos heredó de su tío abuelo Eduardo Santos la costumbre de que lo primero que hacía, cuando conocía una persona, era hacer un tratado de límites. Es amable, pero naturalmente más frío y calculador que los anteriores.
Dejemos los análisis económicos para el agudo profesor Kalmanovitz, y vamos a lo político. Usted afirma, y yo comparto, que sea cual sea el próximo gobierno, tendrá que abrir algún tipo de relaciones con Venezuela y negociar con el Eln…
Creo que a la política internacional del gobierno que termina le ha faltado brillo y fuelle, realismo y audacia. La política internacional no es para hablar solo con los amigos. Tenemos muchos problemas en la frontera colombo-venezolana y no es con insultos desde el palacio de Miraflores al palacio de Nariño como se van a solucionar las cosas, ni vamos a tumbar a Maduro con conciertos en la frontera. Hay que tener más realpolitik, indispensable en la buena diplomacia. Eso no significa validar ciertos gobiernos ni comulgar con ellos. Ya casi todos los candidatos lo han itido: reanudarían relaciones diplomáticas con Venezuela e intentarían dialogar con el Eln.
En su libro tiene un capítulo valiosísimo en el que cuenta secretos de cómo les gusta negociar a los del Eln. Por ejemplo, no les gusta dejar por escrito nada, o casi nada…
¿Por miedo a que los desautorice el Coce?
Uno percibe eso, aunque con ellos llegamos al primer documento que en 55 años ha firmado el Eln con el Estado colombiano: un cese del fuego bilateral.
Son extremadamente temerosos en adoptar movidas unilaterales en la mesa de negociación. Todo tiene que ser con intercambio…
Es una diferencia con las Farc. Usted, por ejemplo, le dice a ‘Pablo Beltrán’: “Por favor, deme un vaso de agua”. Él le contesta que con el mayor gusto, en buen tono, porque no suben la voz, pero le dice: “Si usted no me da un tinto, yo no le doy agua”. Ellos entienden la negociación como un juego de bilateralidades. Y eso le agrega dificultad a una negociación.
El Eln se fascina con el roce internacional, con embajadores, con medios de comunicación…
Frente a un embajador, a un obispo, a una comisión internacional, son extremadamente solícitos. No quiere decir que les hagan caso, pero sí les encanta que estén acompañándolos en las reuniones.
Afirma en su libro que el ya anticuado discurso del Eln se quedó varado en la segunda mitad del siglo XX…
El Eln nunca se podrá tomar el Estado colombiano por la fuerza, como Castro se tomó a La Habana, en el año 59. Pero siguen con esas visiones anacrónicas y eso los hace llegar a unos golfos de aislamiento que complican los diálogos.
Hasta llevamos una delegación de los negociadores de La Habana a Quito, a que contaran que no era indigno, ni arrollador, negociar la paz. Los oyeron con cortesía, pero uno se daba cuenta de que nos les hacían, ni les hacen, mayor caso. Tienen su propia personalidad, y son muy cuidadosos en que nadie les vaya a imponer lo contrario. Además, son una guerrilla más urbana que las Farc, que fueron más campesinas.
Sostiene que en términos de simpatías políticas, el Eln se está quedando muy solo, escasamente con el apoyo de Venezuela y algún acompañamiento, más pasivo que activo, de Cuba…
Se está quedando solo en el continente, aunque internamente ha crecido. Y tiene una capacidad terrorista inmensamente mayor, inclusive que las que tenía las Farc.
Usted le da una importancia inmensa al acuerdo que se firmó con el Eln sobre cese del fuego bilateral, que funcionó por un corto tiempo. El Eln se comprometía a dejar de secuestrar, volar oleoductos, enrolar menores, instalar minas quiebra patas; y el Estado, a cosas bastante cumplibles: fortalecer el sistema de alertas tempranas para proteger a los líderes, hacer programas humanitarios en las cárceles (hay que hacerlos con todos los presos), despenalizar la protesta pacífica (pues en tanto sea pacífica no tiene por qué haber penalización). Pero el Eln, como es su costumbre, se les resbaló…
Ese acuerdo fue transitorio, de 101 días. Las Naciones Unidas dictaminaron que se había cumplido de parte y parte. Infortunadamente, después de que terminó, el Eln siguió haciendo actos terroristas contrarios al DIH y el nuevo gobierno lo dio por terminado, después del atentado en la Escuela General Santander. Pero es un antecedente interesante para que, si hay futuras conversaciones, no se comience de cero.
Desde el intento de diálogo en Maguncia, y se lo confirmo porque yo participé en él, el Eln no se baja de la tal “convención nacional”. Resumidamente, ¿en qué consiste?
El Eln ha tenido una fijación mental que, para decirlo muy telegráficamente, radica en que nosotros somos apenas unos intermediarios de la sociedad civil, a la que ellos creen representar. La verdad es que apenas representan una mínima, mínima parte. Pero eso les da un discurso. Dicen que una negociación tiene que enmarcarse en una gran convención nacional, donde pondrían a gente, y a estamentos, a opinar sobre los problemas del país y sus soluciones.
Ustedes alcanzaron hasta a hacer un ensayo…
Tuvo lugar en Tocancipá, asistieron 200 estamentos de la sociedad, 100 propuestos por el Gobierno, 100 por ellos; hubo tres días de reuniones, Naciones Unidas levantó unas actas muy completas. Seguramente si se vuelve a hablar con el Eln, ellos pedirían una cosa parecida. Lo principal es que lo que allí se hable no puede ser obligatorio para el Estado que negocia con el Eln, pero sí ilustrativo.
Y sería inisible que mientras se cumple esa etapa del diálogo nacional, sigan volando oleoductos, reclutando menores, secuestrando…
Ese es un punto central. La sociedad civil, a la que ellos dicen representar, lo que más repudia es que les abrumen sus derechos humanos. Si el Eln sigue quebrantando el DIH, ningún Estado, ningún gobierno, ni este ni los que sigan, terminará aceptando ese comportamiento.
Termina su libro con esta frase, que me impactó mucho: El Eln debe entender que corre el riesgo de que “el tren de la historia termine por arrollarlo en la insignificancia criminal”. Ojalá los del Eln la lean...
Eso quiere decir que la responsabilidad de reiniciar unas negociaciones y llevarlas a buen puerto no solo depende del Gobierno. Depende del Eln. Si quiere participar en un proceso que realmente lo lleve a la reincorporación civil, tiene que entender sus propias cargas negociadoras. El Gobierno tendrá sus responsabilidades, pero el Eln también tiene las suyas.
Finalmente, usted resolvió adherir a Sergio Fajardo. ¿Por qué?
Acompañé a Fajardo hace cuatro años. De los tres candidatos más opcionados, el mejor es Fajardo. Es una voz en la crispación y en la polarización más moderada y más experimentada. Lo veo mejor preparado que los otros dos candidatos.
MARÍA ISABEL RUEDA
Especial para EL TIEMPO

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