Ya lo advertía Bob Dylan: “Little boy lost, he takes himself so seriously” (lo que quiere decir: ‘Niño perdido, se toma a sí mismo demasiado en serio’). No cabe duda de que la vida es, al final, una cuestión seria. Hay que pagar impuestos y facturas y toca hacer mercado, todos ellos temas de una burocracia del día a día que tienen poco de frívolos. La cuestión, sin embargo, se sitúa en otra parte: en dónde se sitúa el límite entre afrontar lo importante de la vida y el tomarse demasiado en serio a uno mismo.
“Tomarnos en serio a nosotros mismos se puede considerar una característica de la personalidad conformada por dos trazos: la autocrítica y la autoexigencia”, explica Eduardo Martínez Lamosa, psicólogo clínico y miembro de la Sección de Psicología y Salud del Colegio Oficial de Psicología de Galicia (España). Lamosa apunta, además, que el origen de estos rasgos viene “en parte desde que nacemos y, en parte, por las experiencias y expectativas vitales”, ya que durante las primeras décadas de la vida, los “valores sociales, culturales y familiares” tienen un impacto en cómo se construye la personalidad y, por tanto, en esa idea de tomarnos en serio.
En cierto modo, la sociedad actual ha hecho de tener metas y alcanzarlas una especie de obsesión recurrente. Lo saben bien los millennials, que, como explica Anne Helen Petersen en el libro No puedo más, se ha convertido en la generación quemada por culpa del choque entre esas elevadas expectativas y la mucho más deprimente realidad.
No es difícil pensar en cómo esa obsesión con los éxitos –o la visión que tienen los demás sobre cómo somos y qué hemos logrado– afecta la salud mental de la población, pertenezca al grupo demográfico al que pertenezca.
Tomarnos en serio a nosotros mismos se puede considerar una característica de la personalidad conformada por dos trazos: la autocrítica y la autoexigencia
Teniendo en cuenta que los últimos años han sido muy negativos en esta área, cabe preguntarse si esta preocupación por la imagen propia solo logra empeorar las cosas.
Problemas como la ansiedad, el estrés o la sensación de fracaso se han convertido en plato de cada día. Los datos más recientes de Statista sobre el crecimiento de la ansiedad en España, por ejemplo, publicados en el 2021, ya apuntan a una escalada abrumadora, incluso siendo conscientes de que no tienen en cuenta los años de la pandemia. En 2011, el número de casos de ansiedad registrados en España era de casi un millón; en 2019, sin embargo, la cifra había escalado ya a casi los cuatro millones.
Sumar los efectos del contexto creado por la pandemia a estas cuentas dispara esas cifras. Las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) acerca de la salud mental ya dejan claro que el coronavirus ha golpeado duramente a la psique colectiva. “La información que tenemos sobre el impacto del covid-19 en la salud mental global es solo la punta del iceberg”, reconocía hace unos meses Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la organización, quien insistía en que esto debería de servir como una llamada de atención para que los países le destinen más recursos. Según las cuentas que ahora publica el organismo, la prevalencia de la ansiedad y la depresión subió durante el primer año de pandemia en un 25 %.
Eduardo Martínez Lamosa recuerda que tanto la autocrítica como la autoexigencia “pueden ser ‘herramientas’ muy útiles tanto a nivel personal como académico o laboral”, pero se pueden convertir también en un problema cuando “actúan de forma rígida y estereotipada o cuando nos tomamos demasiado en serio y en cualquier ámbito”.
Reírse de usted mismo
¿Existe un antídoto ante este exceso? La clave, según sugieren algunos expertos, quizás reside en aprender a reírse de uno mismo. Un estudio realizado hace años por investigadores del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada concluyó que este tipo de humor tenía un impacto positivo en la salud mental.
“En concreto, hemos observado que una mayor tendencia a emplear este estilo de humor es indicativa de altas puntuaciones en dimensiones del bienestar psicológico tales como la felicidad y, en menor medida, la sociabilidad”, explicaba entonces uno de los autores de este trabajo, Jorge Torres Marín.
Encontrar humor en el día a día y en lo vivido –en vez de verlo siempre desde un punto de vista serio y exigente– podría ayudar no solo a ser más felices, sino también a estar más satisfechos; incluso podría ayudar a aumentar la esperanza de vida.
En resumidas cuentas: reírnos de nosotros mismos podría ayudarnos a vivir mejor. Ser más flexible puede resultar beneficioso, concede el experto del Colegio Oficial de Psicólogos de Galicia, aunque también recuerda que no se puede pasar de un extremo a otro, porque eso también crearía fricción. “Adaptarnos a cada momento y a cada lugar beneficia a nuestra salud mental”, recuerda.
Además, ser capaces de relativizar sirve para navegar en un contexto en el que esa autoexigencia constante lleva a no llegar nunca a la meta. Como recuerda en el epílogo con el que cierra En defensa de la infelicidad, libro de Alejandro Cencerrado, “la felicidad definitiva nunca llega”, porque los seres humanos “estamos programados para estar insatisfechos” y siempre se esperará algo más. El crecimiento económico durante las últimas décadas no ha conseguido que la sociedad se sienta mejor, sino que ha ido creando contextos en los que ocurre todo lo contrario.
“El capitalismo no está siendo capaz de remediar los grandes trastornos de nuestro tiempo”, escribe Cencerrado. Algunos datos quizás sean capaces de arrojar algo de luz sobre esta clase de problemas: el 18,3 % de los trabajadores no tiene, de hecho, tiempo para ver a sus familias.
RAQUEL C. PICO
REVISTA ETHIC*
(*) Ethic es un ecosistema de conocimiento para el cambio desde el que se analizan las últimas tendencias globales a través de una apuesta por la calidad informativa y bajo una premisa editorial irrenunciable: el progreso sin humanismo no es realmente progreso.