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Reasignación genital, el complejo proceso para quienes no están cómodos con su género
Algunos trans denuncian que se enfrentan a desabastecimiento de medicamentos o incomprensión.
Si los genitales fueran exclusivamente los que dictan el género, solo se requerirían unas horas para pasar de ser hombre a mujer y unos pocos meses para empezar una vida como varón.
Esto, porque los procedimientos quirúrgicos de la reasignación genital —es decir, la vaginoplastia y la faloplastia— tardan cerca de este tiempo, según Álvaro Rodríguez, uno de los pocos médicos y cirujanos especialistas en este tema en el país.
Pero nada más lejos de la realidad suponer que es un proceso exprés o ambulatorio o únicamente físico. Por el contrario, está lleno de incertidumbres, dudas, e, incluso, de depresión y autodescubrimiento.
No es solo un asunto de quirófano. Nicolás Arroyave, trans, psicólogo clínico y fundador de TranSenderse —una iniciativa que ayuda a otros a encontrar su identidad—, cuenta que en su momento tuvo mutismo selectivo por un año: “Llegó un día y no quise hablar más. Estaba en un estado de conciencia muy complejo y a raíz de la preocupación de mi familia, me llevaron a médicos especialistas, entre esos un psicólogo. Tampoco hablaba, pero empecé a sentir más evidente mi relación con el cuerpo y a entender que estaba inconforme”.
El camino es complejo. Henry Tovar, endocrino del grupo de disforia (sensación de inconformidad cuando el género que se tiene no coincide con la identidad) en el Hospital San José de Bogotá, reitera que la puerta de entrada a este proceso de transición es la evaluación psiquiátrica en la que se debe evidenciar que en ese momento no haya depresión, ansiedad ni manías, entre otros trastornos, debido a que “son contraproducentes”.
En este punto se confirma la condición de disforia de género del paciente para confirmar que el deseo es real y que no haya arrepentimiento en un futuro. En segundo lugar, se realiza un examen en endocrinología, que es importante antes de acceder a un tratamiento hormonal.
“Lo que hacemos es una evaluación física para descartar enfermedades, porque si hay factores de riesgo, se deben controlar antes de iniciar el proceso”, explica Tovar. Este paso es esencial para descartar obesidad, enfermedad varicosa, padecimientos de órganos de reproducción como óvulos, ovarios, próstata y testículos, entre otros.
Luego, se receta la carga hormonal adecuada para cada cuerpo y pueden pasar cerca de tres meses para que sean visibles los cambios físicos. Al año, se analiza qué falta por resolver según el deseo del paciente. Después de vivir una larga temporada con los cambios que reflejan su identidad, se sugiere ahí sí iniciar con las cirugías.
Los cambios son tan gratificantes para quien los evidencia como difíciles de afrontar. Por ejemplo, Iván Danilo Donato, transgénero experto en diversidad, equidad e inclusión, cuenta que después del tratamiento perdió su capacidad de llorar, es decir que su organismo no expulsa lágrimas.
Entre la curiosidad y la amistad, yo le pregunté: ‘¿me dejas ver?’. Era una vagina hecha en Estados Unidos.
Otros cambios notables son la modificación de la voz, el crecimiento de pelo al transicionar a ser hombre, el crecimiento de senos en caso de transicionar a mujer, entre otras.
En el caso de las mujeres trans, se recetan dosis adecuadas de medicamentos para dar características femeninas, como una piel fina y caderas más anchas. También se recetan antiandrógenos, que atrofian los testículos, evitan la producción de testosterona y disminuyen las erecciones. Por otro lado, quienes cambian hacia la masculinidad toman testosterona y se llega a perder la menstruación.
Cuando llega el momento, se pone en la mesa la posibilidad de realizar las cirugías, opción que algunos toman y otros no. El endocrino explica que se deben ejecutar de arriba hacia abajo, puesto que al avanzar, algunas operaciones son irreversibles.
“Se puede corregir el mentón, se perfila el rostro para que sea femenino. Después se trabaja el tórax, en el que se ponen prótesis mamarias o se quitan los senos —según el caso— y por último, la reasignación genital”, explica Tovar.
De igual forma, se contempla la extirpación del útero, para que no produzca hormonas en el caso de hombres trans. Sin embargo, hay quienes prefieren conservarlo, porque no dejan a un lado el deseo de gestar un bebé.Tal es el caso de Donato, que sueña con un embarazo y que cree que la medicina aún es binaria y muestra un modelo hegemónico de hombre-mujer.
Para quienes optan por operarse, está la reasignación en la que el cambio de los genitales es una ida sin retorno. Una de las intervenciones es la vaginoplastia, que es el procedimiento a través del cual se crea un conducto vaginal. Se utiliza piel de tilapia (un pez) a modo de implante para cubrir la zona y que funcione como mucosa natural.
Este es el caso de Ashley Salcedo Cruz, ingeniera ambiental y mujer trans que se realizó una reasignación de género cuando supo que era posible a través de una conocida. “Entre la curiosidad y la amistad, yo le pregunté: ‘¿me dejas ver?’. Era una vagina hecha en Estados Unidos. Increíble, aunque para mí le faltaba algo”, explica.
En el consultorio, Salcedo recibió el diagnóstico de tener genitales ambiguos a los 17 años, un trastorno en que los órganos externos no parecen ser masculinos o femeninos con claridad. Además, se determinó que la producción de su progesterona y testosterona era muy parecida a la de una mujer.
Por ello, inició con su transición desde joven, requirió tomar pastillas durante un tiempo y luego de conocer al doctor Rodríguez fijó una meta: resignar su género para que coincidiera con su identidad. Recuerda que al conseguir el dinero, que rondaba los 50 millones de pesos en 2018, lo logró.
Tras su recuperación, su vida cambió. “Para mí fue un cambio muy grande, pude usar vestido de baño, desnudarme como mis amigas lo hacían, entrar a un spa sin pena. Me sentí libre”.
Por otro lado, cuando se habla de faloplastia, que implica la construcción del pene, se requieren tres a cuatro cirugías. A la que se suma una prótesis si se desea que el pene sea sexualmente funcional.
En la transición de género, muchas de las personas en Colombia optan por ir primero a los servicios de salud que cubren las EPS. Tal fue el caso de Arroyave. Cuando acudió por primera vez a un médico del sistema, este le preguntó: “¿Qué cree que pensaría Dios sobre lo que usted va a hacer?”.
Arroyave relata que desde pequeño no era consciente de que su físico correspondía al de una mujer. “Yo creía que era un niño normal y que en algún momento me iba a crecer algo. Fue hasta los 10 años que me di cuenta de que no iba a ser así.
A mí las ganas me las dio el no tener a muchos derechos. Fue el cansancio que tuve al darme cuenta de que tenía barreras en un montón de espacios
Después, cuando me enteré, fue un golpe fuerte, porque me pregunté: ¿ahora qué?”, explicó. A pesar de que haya negativa por parte de los doctores, según el Plan Obligatorio de Salud (POS), las EPS deben suministrar los medicamentos necesarios para tratamientos como el anterior, al igual que los procedimientos quirúrgicos autorizados por los médicos competentes.
No obstante, “hay desabastecimiento, es decir, en muchas ocasiones no hay testosterona. En mi caso puntual y de las personas que no tenemos útero es muy complejo porque dependemos de esta hormona. Lo que implica un gasto que, según el individuo, puede oscilar entre 35.000 y más de 250.000 pesos mensuales. Esas son las dos opciones que hay”, dice Arroyave.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que Colombia es un país que no se considera ‘trans amigable’. Hay pocos doctores que se especializan para hacer buenas operaciones y solo hay tres clínicas en el territorio nacional capaces de orientar correctamente a personas que quieren transicionar, según explica el endocrino Tovar.
Otra muestra del poco avance que existe en el campo es que apenas en el 2022 se publicaron cifras sobre personas LGBTIQ+. Estas, expuestas en un informe del Dane, determinaron que en el país hay 501.000 personas que componen la comunidad, un evidente subregistro.
Un reciente informe publicado por la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILCA) presenta el difícil panorama al que se enfrenta la comunidad LGBTI en 72 países del mundo en los que su orientación sexual es criminalizada. De dichas naciones, 27 solo castigan las relaciones entre hombres, por ejemplo, en Namibia, país en África Austral. Foto:Alejandro Ernesto/ EFE
Por ello, iniciativas como TranSenderse y el activismo de Donato surgen para acompañar a quienes tienen dudas con su proceso identitario. Para brindar información, muchas veces desde la experiencia, que pretende guiar a la persona a tomar la mejor decisión que se acomode a su realidad.
“A mí las ganas me las dio el no tener a muchos derechos. Fue el cansancio que tuve al darme cuenta de que tenía barreras en un montón de espacios”, expone. Y es que algunos de estos impedimentos parecen inimaginables.
Cuando Donato fue a la notaría, al cambiar su nombre, recibió una negativa a pesar de que existe una regla para poder hacerlo. No pudo obtener servicios ginecológicos (por su genitalidad), cuando se estableció que su identidad era masculina, entre otros sucesos que lo guiaron a solucionar los problemas con los que se ha encontrado y a compartirlos con quien lo pueda necesitar.
A pesar de los inconvenientes, para algunos empezar la transición es una forma de sentirse plenos. No obstante, es un proceso del que hay que estar seguros debido a que se enfrentan serios retos emocionales, físicos y sociales, según explicaTovar: “Muchos de los pacientes, en la mitad del cambio, deciden detenerse. Por eso tienen apoyo de psiquiatría y psicología para enfrentar dudas o el rechazo”.