“Fabio (Rubiano) y Marcela (Valencia) siempre lo llevan a uno a una preguntadera”, dijo alguien a la salida de la presentación de '
Historia de una oveja', la más reciente creación del
Teatro Petra, que dirigen.
Y pues, sí. Es cierto. La gente siempre acude a ver los montajes del
Petra a su ‘Santa sede’ (su casa de Teusaquillo) o a donde se presenten, precisamente por eso. Pero también porque en medio de una dramaturgia colectiva, que lleva a pensar y a hacerse preguntas, ofrece arte sobre el escenario no solo a través de las actuaciones, sino de la escenografía misma, que muestra dolor con objetos bonitos e incluso delicados.
Con 'Labio de liebre' Petra cierra el año. Es la historia de Salvo Castello, un hombre de guerra que tiene casa por cárcel en un país lejano y frío, y hasta el que llegan los fantasmas de las personas que asesinó para pedirle, más allá de cualquier palabra de perdón, que recuerde sus nombres.
Esta es una de las obras más exitosas de Petra y también una de las que más se han visto en el exterior. Es más, la han visto víctimas y victimarios juntos, cuenta Rubiano.
Labio de liebre cumple seis años. ¿Cómo la ven hoy?, ¿cómo perciben sus líneas y su sentido?
Paradójicamente, la sensación que tengo, la percepción, es que la gente la tiene bien definida. Si bien esta obra, cuando se estrena, es la primera ya del posconflicto, por llamarla de alguna manera, la gente la veía con algo de esperanza para que nada de esto volviera a pasar. Pero ya vemos que sigue pasando. No es un hecho pasado, es un hecho presente que se repite.
¿Cómo ha sido la experiencia de presentar la obra en el extranjero? ¿Qué pasa con el público y qué preguntas hace?
Impresionante y enriquecedora, porque las lecturas son múltiples, pero todas las versiones confluyen en el mismo lugar. Alguien de Israel que la vio dijo que se asemejaba a lo que pasaba entre su país y Palestina.
En Perú, con el jefe de vigilancia del Teatro Nacional de Lima tuvimos una experiencia especial. Él hizo parte del ejército de Estados Unidos y estuvo en la guerra del Golfo del 2000. Ver la obra le permitió hablar de su experiencia, que fue terrible, y desde otra forma, es decir, desde el arte.
Alguien de Israel que la vio dijo que se asemejaba a lo que pasaba entre su país y Palestina
En Suiza la gente salía llorando, y en España fue impresionante la acogida. En México, en lugares como Monterrey, Guadalajara y Guanajuato y Ciudad de México, la gente nos decía que todo el país debía verla, necesitaba verla, porque parecía de allá.
En Ecuador, la experiencia incluyó la visita del expresidente Rafael Correa. Había gente que lo vitoreaba, y otros le gritaban: ‘Acuérdate de los muertos’ de no sé qué ciudad. Sí, genera contradicciones esta pieza y eso emociona mucho. El primer cometido del arte es que no sea aburrido. De ahí en adelante viene todo lo que se pueda llamar mensaje.
Hablemos de Salvo Castello. Si seguimos su biografía en los últimos seis años, ¿qué cree que haya pasado con él?
En el tiempo teatral, él sigue cumpliendo su condena, en el real ya hubiera cumplido la pena. Siento que se parece mucho a la realidad de ciertos personajes que están encarcelados en el exterior y que de alguna manera quieren empezar a hablar, a dar nombres, a tener otro tipo de relación, ya no un discurso guerrerista ni de confrontación, sino un llamado a la unión, al diálogo, a la reconciliación.
Es paradójico porque parece que los gobernantes no quieren eso. Santos logró la firma de la paz y eso es invaluable, es uno de los personajes más importantes de Colombia por esa razón. Puede que no haya hecho una transformación sensible a las diferencias en la sociedad, pero el acuerdo de paz es histórico.
Pero Salvo, señor de la guerra, nunca será un personaje blanco. ¿A qué horas se perdió según ustedes, sus creadores?
Mi manera de trabajar es en relación con los otros personajes, pero él tiene una convicción firme sobre su accionar, sobre su vida, lo que hizo. Los otros personajes le hacen preguntas y le piden algo sencillo y hacen que reflexione. No sé si se arrepiente, si pide perdón o pregunta ¿perdón?, así, entre interrogantes. No puedo asegurar que piense de esta manera o de otra, sí siento que hay insistencia de la memoria por visitarlo y recordarle que hizo cosas de las cuales tiene que responsabilizarse. Debe tener razones por las cuales hizo eso. De todos modos, en el Petra insistimos en que los personajes tengan contradicciones.
¿Cómo se conformaron los personajes de la familia Sosa y Roxi?
Queríamos una familia. Yo escribo la obra, pero la construcción del tejido fino es con el grupo, en el escenario, en los ensayos. Buscamos que esa familia no solo fuera víctima, sino que tuviera en su interior los conflictos que existen en cualquier familia: peleas entre hermanos, injusticias por parte del padre, resignación a que ciertas cosas que se sabían que estaban mal siguieran pasando. La mamá dice: ‘Esas cosas pasan y uno le hace caso al marido’, que es comportamiento común y continuo en sociedades rurales y urbanas.
El teatro es la lucha contra el olvido, y esta obra lucha contra el olvido eterno al que estamos acostumbrados. ¿Cuál ha sido la reacción de las víctimas?
Ha habido cosas maravillosas, nunca un reclamo o una queja, jamás un ‘usted no está siendo justo conmigo’, o ‘eso que cuenta no es verdad’, o ‘nos sentimos ofendidos’. Nada de eso ha sucedido. En Valledupar, por ejemplo, llegaron a la función exparamilitares, exguerrilleros, víctimas, adultos mayores, y todos lloramos. Esa es la que más recuerdo.
¿Qué pasa con ustedes cada vez que presentan la obra?
Es muy inquietante que todas las funciones conmuevan. Hay una escena en la que Salvo, mi personaje, camina entre la familia muerta, y me dan ganas de llorar. No puedo hacerlo porque ese no es el comportamiento del personaje. He visto a Marcela (Valencia) desde el piso con su personaje, como diciéndome: ‘Ni se le ocurra ponerse a llorar’.
¿Por qué hay que ver esta obra?
Es muy raro hablar bien de uno, pero yo le digo a la gente que pregunta que lea los comentarios. Hay quienes la quieren mucho, otros no la catalogan tan atractiva, pero ahí también está lo interesante. Creo que es una obra que tiene una gran honestidad en cuanto a que no hay una visión sesgada frente a términos binarios: buenos y malos, víctimas y victimarios, determinadores y afectados. Muestra una situación en la que están involucradas una serie de personas.
¿Dónde y cuándo?
Hasta el 18 de diciembre. Miércoles a viernes, 8 p. m. Sábado, 6 y 8:30 p. m. Teatro Petra. Carrera 15 bis n.° 39-39, Bogotá. Boletas: tuboleta.com
OLGA LUCÍA MARTÍNEZ ANTE
CULTURA EL TIEMPO
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