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Mario Mendoza: 'Si Petro no corrige, va a llevar a Colombia al desastre'

El fenómeno de la literatura colombiana habló en BOCAS del rechazo de la crítica, de Petro y más.   

Uno de sus mejores amigos, el también escritor Juan Carlos Botero, lo entrevistó para BOCAS.

Uno de sus mejores amigos, el también escritor Juan Carlos Botero, lo entrevistó para BOCAS. Foto: Juan Pablo Gutiérrez

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Conocí a Mario en la universidad y de inmediato nos hicimos amigos. Él, Santiago Gamboa y yo teníamos la misma pasión por la literatura y los mismos sueños de algún día escribir nuestros propios libros y, con suerte, publicarlos. De milagro los tres lo hemos logrado, y lo mejor es que después de todo este tiempo, y de los altibajos propios de la vida, nuestra amistad sigue intacta. Las charlas en restaurantes, ferias, andenes, casas o donde sean, alternan entre opiniones literarias y políticas y risotadas que nos sacan lágrimas y que siempre merecen la mirada molesta de quienes nos rodean. En fin, a los amigos se les quiere. Y a algunos se les ira. Y yo quiero y iro mucho a este par de hermanos del alma.
El escritor bogotano Mario Mendoza protagoniza la portada de la edición #129 de la Revista BOCAS.

El escritor bogotano Mario Mendoza protagoniza la portada de la edición #129 de la Revista BOCAS. Foto:Revista BOCAS

Mario Mendoza (Bogotá, 1964) es un escritor talentoso y prolífico. Ganador del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral en el 2002, ha publicado 43 títulos, incluyendo novelas, ensayos, cuentos, novela juvenil y novela gráfica. Sus obras han sido llevadas al cine, y la más reciente, Los iniciados, dirigida por Juan Felipe Orozco y producida por Rodrigo Guerrero, se estrena en estos días.
Esta es mi entrevista con Mario.

Lo importante en la vida, creo yo, son los eventos más definitivos de la existencia. Los que dejan huella. ¿Por qué no empezamos por ahí? ¿Por qué no nos habla de la crisis de salud que marcó su infancia?

Yo tengo una apendicitis que se complica, y los médicos no dan con lo que es. Eso lleva a una peritonitis y a algo más grave, que es una peritonitis gangrenosa. De eso no se salva casi nadie. Sólo conozco a una persona que se ha salvado de eso y es colega nuestra: Laura Restrepo.

No lo sabía.

Sí, una vez conté esto y Laura, quien estaba a mi lado, dijo: “No lo puedo creer, Mario. A mí me pasó lo mismo”. Y quedé frío. Claro, porque lo grave de esa enfermedad es que se gangrena toda la zona del cuerpo. Entonces me trasladan a cuidados intensivos y ahí duro seis o siete meses, si mal no recuerdo.

¿Cuántos años tiene usted en ese momento?

Seis o siete. Y a esa edad tantos meses en cuidados intensivos parecen un siglo. La mayor parte de quienes están en las camas vecinas se mueren. Esa fue mi primera experiencia con la muerte, el aprendizaje de que la muerte existe, y veo llantos y despedidas y escucho diálogos de médicos con parientes que gritan. Eso era cotidiano. Y yo estaba haciendo fila para irme también. Los médicos me desahucian porque no hay nada que hacer. Y es mi padre el que empieza a tratarme como un animal de finca.

Claro, porque su viejo era médico veterinario.

Exacto. Salido de la Nacho [la Universidad Nacional]. Él era de la vieja guardia, de quienes veían al ser humano como un bicho más. Y lo que hace es que sube la dosis de antibióticos (debe firmar documentos para hacerlo), y la fístula, que es una herida abierta, la va desinfectando y cerrando con emplastes de a, como un animal herido en una cerca en los Llanos Orientales. Pero eso va dando resultados y al final me salvo. Entonces un día en la clínica, una tía hermana de mi padre, que había vivido en Italia, me regala un libro, grande e infantil, llamado Cuentos de hadas ses. Y esa es mi transformación. Me vuelvo lector en ese lugar, en cuidados intensivos.
El escritor bogotano ha publicado 43 títulos.

El escritor bogotano ha publicado 43 títulos. Foto:Juan Pablo Gutiérrez

Ahí descubre usted la pasión por la lectura.

Sí, con ese libro. Lo he buscado por todos lados y nunca lo he visto. Creo que el día que lo vea me pongo a llorar. El hecho es que empiezo a leer esos relatos, que son fascinantes, y a pedir libros. Ahí las horas eran eternas; uno mirando el techo, pues no había televisores ni nada, y cuando salgo de la clínica, siete meses después, tengo un morral lleno de libros. Ese morral es mi primera biblioteca. He estado como un monje rodeado de gente que se muere, y empiezo a crear una división mental entre la vida de los de afuera, los vivos, y la mía aquí con los libros, y eso me convierte en escritor.

Pero esa experiencia también lo marca de otra forma. Porque supongo que su interés por el deporte y la vida sana viene de ahí.

Exactamente. Cuando salgo de la clínica me cargan en brazos. Tengo los músculos de las piernas atrofiados y debo aprender a caminar de nuevo. Yo era muy frágil, y no podía hacer la clase de educación física cuando ingreso en el colegio Refous. Entonces me obsesiono con el deporte, para ver si puedo mantener mi cuerpo lo mejor posible. Y hoy en día me fastidian los hospitales. Ir a un examen físico para mí es un suplicio. Le tengo un rechazo visceral a todo lo médico clínico.

Entonces esa vivencia infantil es la raíz de su vocación.

Correcto. En ese momento se gesta la rebelión de la que habla Vargas Llosa en su libro sobre García Márquez [Historia de un deicidio], cuando el escritor mata la realidad para construir otra, la propia, la de la imaginación.

De esa experiencia me impresiona la audacia de su padre. Porque hizo lo contrario de lo que decían los médicos, las autoridades en la materia. Fue un acto de amor y de valentía, ¿no le parece?

Así es. Porque hubiera podido matarme. Mi papá aprendió lo que se aprende en un campo de batalla, donde prevalecen otras lógicas. Mi viejo perteneció a la generación de mayo del 68. Se educó en París, en Londres, con becas de la Universidad Nacional en Europa. Y tenía esa elegancia del conocimiento cosmopolita. Era un amante de la cultura sa, y en su biblioteca había autores raros, filósofos y teóricos socialistas del setenta. Y al final de su vida, cuando le tocó un cáncer muy duro, yo le preguntaba cuál había sido su gran orgullo. Y él me decía: “Mira mi hoja de vida. Donde dice estudios primarios se lee ‘Escuela Pública para Varones del Cocuy’, y al final se lee ‘La Sorbona, París’”.

Una bella trayectoria.

Sí. Él compartía lo de muchos colombianos: la iración por la educación. Desafortunadamente, el narcotráfico nos dio el giro hacia la ostentación y el dinero fácil. Pero en el inconsciente colectivo colombiano lo que existió siempre fue un respeto por la educación, trabajar para darles una buena formación a los hijos. Mi viejo encarna esa iración por la educación, y la primera biblioteca que veo es la de mi viejo.
Mendoza es descendiente por parte paterna de un libanés cristiano que huyó de la violencia de su país.

Mendoza es descendiente por parte paterna de un libanés cristiano que huyó de la violencia de su país. Foto:Juan Pablo Gutiérrez

¿Y el colegio? ¿Cómo recuerda el Refous?

El Refous era un colegio extraño, con una educación particular. Nos daban clases de agricultura y hasta teníamos huerta; se hacía cerámica, telares, estudiábamos los sábados, y creo que todavía es así en el colegio. El rector de la época tenía una visión especial de la cultura y la educación. Entonces esas tres cosas, tener a una madre que estudia Bellas Artes, más un padre profesor de la Nacional, educado en Europa, y el colegio Refous, todo eso marca mi inconsciente.

Sé que este es un tema sensible para usted, y no tenemos que tocarlo si no desea. ¿Quiere hablar de su madre?

Sin problema. Mi vieja fue una persona que luchó toda la vida contra una enfermedad muy dura, que es la bipolaridad. Le pregunté en vida si yo podría hablar del tema en público, y ella me dijo que sí, y por eso no tengo reparo en hacerlo ahora. Es una enfermedad difícil de diagnosticar, que ha destruido familias enteras. A veces me fijo en nuestros políticos y veo tics y rasgos y reconozco que son de tratamiento psiquiátrico. Ella lucha toda la vida con eso. Tenía crisis muy fuertes, pero al final aceptó, de manera irable, su enfermedad. Entrar con una maleta a un hospital psiquiátrico no es fácil, y por eso soy tan sensible al tema. Porque encontré muchos jóvenes en esos hospitales, aniquilados por un trastorno mental.

Prevalece mucha ignorancia en el tema.

Así es. Una depresión es algo que mucha gente no entiende. Creen que es un problema de voluntad. Y por eso le dicen al paciente: “Ponga de su parte, usted puede…”

Como si fuera una cuestión de ganas.

Resulta que para poder hacer el esfuerzo se necesita un Yo. Tengo que apoyarme en un Yo, y si lo tengo, ahí sí puedo ejercer una voluntad. Pero si ese Yo no está, ¿en qué me apoyo? Es una enfermedad. Es como si intentara quitarme una caries a punta de voluntad.
En 1994 recibió el Premio Nacional de Literatura de Colombia por La travesía del vidente.

En 1994 recibió el Premio Nacional de Literatura de Colombia por La travesía del vidente. Foto:Juan Pablo Gutiérrez

Su madre luchó de manera ejemplar. Pero usted también, Mario. Porque me consta la cantidad de veces que usted tuvo que internarla y sacarla de esos sitios.

Ahí estuvimos mi hermana, mi sobrina y yo acompañándola toda su vida. Y gracias a que ellas ayudaron tanto yo pude escribir y crear una obra. Pero todo eso va tejiendo un inconsciente, estar preparado para resistir. La palabra “resistencia”, que está en uno de mis libros [Leer es resistir], es un concepto que le aprendo a mi vieja. Ver su lucha me marcó la vida.

Mario, toda su vida ha sido una formación en resistencia. Mucha gente no sabe lo duro que a usted le ha tocado. Recuerdo en la universidad, sus saltos de pensión en pensión, en condiciones muy precarias. ¿Cómo recuerda esa época?

Para mí salirme de mi casa y buscarme la vida por mi cuenta fue un curso de “desclasamiento”. En Colombia no nos mezclamos. Yo venía de un barrio y un colegio de clase media alta, y tenía cierta educación y privilegios, y salir de ahí me permitió conectarme con el país profundo. Nosotros tenemos una educación que nos lleva a relacionarnos en el mismo estrato o hacia arriba, lo que aquí en Colombia se llama “relacionarse bien”. Hay un arribismo inconsciente, porque en el discurso todos somos demócratas. Eso es fácil. Pero en la práctica diaria es donde se nota la realidad. Y en Colombia nadie se relaciona hacia abajo. Recuerdo que los hijos de Galán estudiaban en El Pedagógico, un colegio público. Él decía que era saludable que ellos se relacionaran con toda clase de personas. Yo creo en eso, porque nunca me he “elitizado”. No hago élite jamás. Entonces para mí esos viajes por la ciudad con la maleta, de los cuales usted fue testigo, fueron parte de un aprendizaje importante.

Lo recuerdo bien.

Era raro, porque usted venía de Harvard, y Santiago [Gamboa], que era nuestro tercer partner, bueno, él sí me venía acompañando desde el colegio, pero nosotros tres conectamos en seguida por un amor desmesurado por la literatura. Nos unía la biblioteca. Nos la pasábamos hablando de Sábato, Borges, García Márquez, Fuentes, y ahí nació esta amistad, porque si usted no hubiera tenido esa concepción de la democracia social auténtica, usted nunca hubiera sido amigo mío. Pero a usted eso no le importaba. A ninguno nos interesaba lo que nos separaba. Lo que nos interesaba era hablar sobre Joyce y preparar el examen. Nuestra juventud fue marcada por una gran pureza, una gran transparencia, y eso nos ha permitido mantener esta amistad a lo largo de los años. Podemos pensar distinto y eso es válido. Pero nos une algo cristalino, que es el amor por la literatura.

Así es… Entonces pasemos al ejercicio de la escritura. Porque los tres empezamos a escribir al tiempo, en la universidad. ¿Cómo recuerda su inicio en la praxis literaria?

En noviembre de 1985 estábamos a punto de entrar al último año de la carrera, y en ese momento viene la toma y retoma del Palacio de Justicia. Yo no vi eso por la televisión, como tantos colombianos. Lo vi en vivo y en directo. Y lo vi porque yo vivía en la calle Novena n.° 3-24, en una casa que todavía existe, y queda en la calle de la Agonía.

Conozco bien esa calle. Ahí toma lugar un cuento mío.

Exacto. El cuento [Las ventanas y las voces] de los muchachos que ven a través de las ventanas que dan al sótano del edificio las torturas que toman lugar en ese sitio. Recuerdo que yo tenía un viejo radio transistor con audífonos, y escuché a Reyes Echandía suplicarle a Belisario, el presidente de la época, “Nos están matando, no permita esto”. Y yo estoy empinado entre la multitud, viendo lo que está pasando y pienso: esto es lo que algún día contaré. Y eso también nos une, Juan Carlos. No sólo que venimos de la academia, sino que teníamos la misma preocupación por el país profundo. Recuerdo que hablábamos de esa tragedia, porque ya teníamos noticias de la gente que trabajaba en la cafetería y que habían torturado y desaparecido. Entonces nuestra escritura se origina en medio de ese dolor. Luego vino el volcán de Armero y el exterminio de la UP, y nosotros hablábamos sobre todo eso, sobre el país lleno de sangre y violencia.
Su novela Satanás recibió el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 2002.

Su novela Satanás recibió el Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en 2002. Foto:Juan Pablo Gutiérrez

Usted inicia su carrera con un rechazo feroz de la crítica. ¿En qué momento siente un cambio, donde ya no prevalece el rechazo sino más bien la aceptación?

No, hermano [risas]. Yo sigo sintiendo ese rechazo. Hace poco apareció un artículo en EL TIEMPO, donde el articulista se pregunta ¿de dónde viene el éxito de Mendoza? Y se despacha en contra de manera agresiva.

Pero la reacción del público es muy favorable.

Sí, pero la crítica sigue en contra. Y lo peor es que dicen que uno escribe por razones comerciales. En ese artículo el tipo dice que escribí mi libro Lady Masacre pensando en el cine. Ahí se nota la ignorancia de muchos de esos tipos que se llaman críticos. Porque si uno supiera lo que va a ser comercial, ¡estaríamos hechos! ¡Tendríamos la fórmula ganadora! Esa fórmula no existe, y nadie sabe qué funciona o no. Uno está honorablemente sentado haciendo un libro sin tener idea de cómo le va a ir. Tengo libros a los que les ha ido bien y otros a los que les ha ido mal. Pero sigo leyendo artículos sobre mi obra que están llenos de prejuicios, y me descalifican porque no soy un autor del canon. Pero al final todo eso es irrelevante. Lo que importa son los lectores. Y los lectores han sido mi apoyo irrestricto.

Algunos no entienden su éxito, que es innegable. Mi teoría es que usted le ha dado voz y dignidad estética al marginal en Colombia. Y en este país la mayoría ha sido marginada, ya sea por una capital indiferente a las regiones, o por un Estado indiferente a las necesidades de la gente, o por un establecimiento reacio a las diferencias y a las minorías.

Estoy de acuerdo. Pero yo iría más allá, porque habría que definir qué es marginal. La gente cree que lo marginal es socioeconómico. La palabra en inglés, outsider, me parece más acertada. Porque el outsider no necesariamente vive en la penuria. Incluso puede tener dinero, pero si es bipolar o si sufre de una depresión, ese trastorno lo deja fuera del centro social. Tampoco tiene que ver con la pornomiseria. Eso a mí no me interesa. Jamás he narrado pornomiseria. Muchos de mis personajes son de clase media ilustrada, como los de Buda Blues o Campo Elías en Satanás, que es un tipo educado y de clase media. No es un mendigo. Campo Elías era compañero nuestro en la Javeriana. Sin embargo, Vietnam lo destruye, y yo entablo amistad con él en 1986, mientras usted y yo hacíamos la tesis de grado, y Campo Elías hacía la suya en la facultad de Educación. Yo creo que su hipótesis es cierta porque el sistema y el capitalismo salvaje son tan crueles que excluyen a mucha gente, sin que esa exclusión tenga que ser económica.

De acuerdo, el outsider puede ser un intelectual también. Como lo ha sido usted mismo. Porque usted ha incursionado en géneros que no son bien vistos por la academia y el canon, como la novela juvenil y gráfica.

Sí, porque la exclusión política también puede ser estética, y es inaceptable. El canon impone ciertas reglas de la élite. Es como si la élite me abrazara y me dijera: te aceptamos, pero pórtate bien, no nos defraudes. La élite abraza, pero ese abrazo asfixia. Por eso nunca he permitido que la élite determine mi trabajo, ni mi manera de ser ni de pensar. Entonces, cuando termino Akelarre me siento bloqueado; no puedo entrar en el cuento ni en la novela, y mi vida se encuentra en un caos, y en ese momento aparecen la novela gráfica y el cómic. Soy consciente de que esas formas son vistas por el canon como de menor valor, pero me arriesgo y me lanzo, y esa fue mi salvación. En la oficialidad no sucede nada nuevo. Si uno quiere crear una obra innovadora, hay que apartarse del centro.

Es que el abrazo de la élite o del canon viene con ciertas reglas de juego, y usted nunca ha aceptado esas reglas.

Así es. Hay un pacto que uno no debe permitir. Y mantenerme en esa línea confrontacional y creadora es lo que me ha salvado.

¿Siente que le ayudó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral?

Fíjese, después de ganar el premio yo publiqué Una escalera al cielo, un libro de cuentos, y quedo enterrado. La expectativa que había entonces era que yo me fuera a vivir a España y que publicara una novela de gran envergadura, para demostrar que yo tenía los méritos para ganar ese premio. Y ese libro de cuentos callejero y de personajes urbanos no genera nada. Después publico una novela, Cobro de sangre, que va en contravía de lo que está pasando en Colombia en esos años, pues era el comienzo del uribismo y el país giraba hacia la derecha. Claro, el establecimiento no me acepta, y entre 2002 y 2007 mi obra es rechazada, y son cinco años de desierto. Luego viene la crisis del 2008 y quedo liquidado; dejo de circular en España y en América Latina. O sea, el premio no me garantiza nada.
Es uno de los escritores latinoamericanos más influyentes de la actualidad.

Es uno de los escritores latinoamericanos más influyentes de la actualidad. Foto:Juan Pablo Gutiérrez

¿En qué momento registra la aceptación del público?

No podría precisar el año exacto. Yo pensé que sería siempre un autor minoritario, de culto, que mis lectores serían cinco o seis marcianos y nada más. Y lo asumí con mucha tranquilidad, y con mucha tristeza también, por supuesto. Entonces hay una resignación de mi parte, pero sigo luchando de manera incansable. Sigo yendo a bibliotecas públicas y a colegios y a clubes de lectura, haciendo “trabajo de base”, cosa que se hacía políticamente, pero no estéticamente. Y lo entendí en México, viendo a Paco Ignacio Taibo. Lo vi leyendo en fábricas, en cárceles y con obreros, y luego esas personas lo reconocían en la calle. Entonces me dije: “Esto es lo que quiero, guerrear la lectura, luchar por un país que tenga a la literatura, a lo que a mí me cambió la vida”. Eso se fue dando lentamente. Y hay un momento en que, de pronto… ¡Pum! Dio resultados. La obra fue creando esa dinámica, pero no sé en qué momento ocurrió.

Dado el contexto actual, debo hacerle una pregunta obligatoria. ¿Qué opina hoy del gobierno de Gustavo Petro?

Juan Carlos, yo vengo de Mockus, realmente; de la Ola Verde, de esa línea de los noventa, de Antanas que decía “el otro es sagrado”. Esa política basada en la solidaridad, con los valores de la Revolución sa, incluyendo fraternidad, igualdad y respeto por el otro… esa es la línea que defendí durante años. Y cuando esas banderas las hereda Sergio Fajardo, me mantengo en un eje de centro. No me interesa el discurso de la derecha, y tampoco he militado en la izquierda. Siempre le tuve recelo a la izquierda, y así lo digo en Leer es resistir, porque jamás creí en la violencia, ni en esa gente que coge armas y secuestra y amarra a personas ocho años a un árbol. Defender la biblioteca y al tiempo defender eso es imposible. Siempre creí en los libros, en la educación, en la gente que paga impuestos, que es la sociedad civil; quien ha defendido el país, finalmente, es la sociedad civil, que nunca se armó. Nosotros tenemos la legitimidad moral de nunca haber comprado un arma, nunca empuñamos un machete, nunca obligamos a nadie a nada, y seguimos trabajando, madrugando y pagando impuestos.

¿Entonces?

Entonces creí que era posible derrotar a los bandos, y para mí eso fue el proceso de paz. Yo creí en ese proceso y lo defendí como una posibilidad de que los guerreros se desarmaran. Pero las cosas no salieron como esperábamos. Petro avanza políticamente, el centro se queda sin representación, y llegamos a la encrucijada entre Rodolfo Hernández y Petro. Y yo opto por Petro. Opto por él porque me parece un ilustrado, porque había leído su libro y me sorprendió su dominio de la obra de García Márquez. Di ese voto con cierto temor, pero también con una enorme esperanza. Pero, para mi sorpresa, me doy cuenta de algo muy peligroso para este país.
La película podrá verse en la plataforma de streaming ‘Prime Video’ de Amazon.

La película podrá verse en la plataforma de streaming ‘Prime Video’ de Amazon. Foto:Tomado de Cinevista Blog

¿Qué es?

Que la inteligencia tiene un riesgo, y es que hay un momento en que el inteligente se enamora de sí mismo y entra en el mito de Narciso. Entonces la persona se mira en el agua como en el mito y dice: “Yo tan brillante; fui el único que sobrevivió del M-19 y además llegué al poder, y eso demuestra que soy un enviado”. Entonces el Narciso se convierte en Mesías, y del mesianismo hay un paso mínimo a la tiranía. La inteligencia de Petro es incuestionable, pero su peor enemigo es él mismo. Ojalá Petro entienda que la lógica confrontacional que le sirvió en el M-19 no es oportuna y que gobernar es otra cosa. Porque en el plano del discurso Petro tiene todo claro, pero en los balconazos parece regresar el tipo que polariza, que hace una política basada en el resentimiento y no en la fraternidad; en los odios. Y el odio es fácil. Se ve en las redes sociales. Gobernar a Colombia es muy difícil, y lo más difícil es gobernar para todos. Pero si no lo hace, Petro nos va a conducir de regreso a una derecha más radical y violenta de la que hemos conocido.

Es posible.

Sacar a Ocampo y a Alejandro Gaviria fue un despropósito. Ser impuntual no es coherente con la política del respeto por el otro. Ahora vimos el escándalo con Benedetti y Laura Sarabia. Y Benedetti se indigna porque lo dejan esperando tres horas en Palacio. El detonante es la impuntualidad de Petro. ¿Por qué? Porque la impuntualidad es un insulto. Es una manera de escupirle al otro en la cara y decirle “usted no sabe quién soy yo”. Esa es la peor frase que hay en Colombia. Y aunque Petro no la ha dicho, en sus praxis la parece decir. Entonces puede llegar tarde, puede dejar a todo el mundo metido, puede despedir a la gente de manera grosera. Y esas conductas nos están mostrando a un narcisista, mesiánico, enamorado de su inteligencia. Petro debería entender que ir más allá del ego se llama sabiduría. Es lo que uno ira de Gandhi, Mandela y Martin Luther King. Y aquí puedo confesar lo siguiente…

¿Qué es?

En las elecciones yo consideré el voto en blanco un error. Me pareció una falta de resolución y de carácter. Pero hoy en día, a partir de lo que ha pasado en este primer año, si yo pudiera echar para atrás, me uniría a la gente que votó en blanco.

Fíjese, yo voté en blanco por eso mismo.

Ahora me parece no sólo que fue un voto prudente, sino que fue un voto de defensa de una política de centro a la cual tenemos derecho. Así que yo hubiera votado en blanco. Porque a Petro no le entregamos un cheque en blanco. Quienes votamos por él tenemos la responsabilidad de vigilar nuestro voto. Y de ahí la indignación de buena parte del país que le entregamos ese voto y él lo ha utilizado de una manera que me indigna. Petro no ha entendido que si no pasa por encima de su carácter, va a fracasar. Porque el carácter puede echar por tierra la inteligencia. Su carácter y su temperamento le van a jugar, y ya le están jugando, una mala pasada. Entonces si él no corrige y si no tiene autocrítica, va a llevar a la nación al desastre.
Esta entrevista fue realizada por el escritor Juan Carlos Botero.
Fotos de Juan Pablo Gutiérrez
Edición #129 Junio-Julio

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