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Juan Carlos Botero: 'Pienso que la bondad predomina en el mundo'

En su novela Los hechos casuales, el autor reflexiona sobre los instantes que parten en dos la vida.

Botero (Bogotá, 1960) ha ganado el Premio Juan Rulfo de Cuento (París, 1986).

Botero (Bogotá, 1960) ha ganado el Premio Juan Rulfo de Cuento (París, 1986). Foto: EFE/ álbum personal del autor

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Hace 30 años, el autor bogotano Juan Carlos Botero Zea escribió un libro titulado ‘Las semillas del tiempo (epífanos)’, en el que ya despuntaban dos de sus características como escritor. Por un lado, su meticulosa advertencia por los detalles, una cualidad que siempre le ha resaltado su amigo, el escritor Mario Mendoza. Y por otro, una especie de obsesión existencial por los acontecimientos cotidianos, como determinantes del destino. De allí que no sea gratuito que su nueva novela lleve por título ‘Los hechos casuales’.
Sobre esa capacidad de observación de Botero Zea –sin duda heredada de la influencia del arte en su vida-, ya había dado cuenta Germán Arciniegas, justamente cuando fueron publicados los “epífanos”, en 1992.
“Botero lleva el arte de la miniatura a una perfección que honra la literatura tropical y que yo me atrevo a relacionar con una cualidad de la pintura de su padre, de Fernando Botero. Porque Fernando Botero es un miniaturista tapado. Hay siempre en sus cuadros una cosa diminuta en donde está concentrado todo el enredo de la pintura. Es la candela de un cigarrillo, el lunar, la mosca, la boca diminuta de unos labios en flor, la mirada de un ojo bizco que encierra todo el veneno de un retrato”, destacaba entonces el historiador en su columna de EL TIEMPO al rematar su texto con una frase deliciosa: “Fernando Botero, como Juan Carlos, saben encontrar el secreto en la llama del fósforo que enciende el cigarrillo o en el trabajo de la araña que teje su tela”.
En su nuevo libro, Juan Carlos continúa jalando esa pita a través de la vida de Sebastián Sarmiento, un hombre millonario al que se le derrumba su vida en un instante.
“Al igual que el personaje principal, soy consciente, desde hace mucho tiempo, de que todo lo que me ha ocurrido en la vida, desde lo mejor hasta lo peor y desde lo más grande hasta lo más elemental, es resultado de una serie de pequeños hechos casuales, encadenados por el azar, que adquieren un efecto dominó y alcanzan dimensiones gigantescas”, dice Botero.
La vida del protagonista de Los hechos casuales transcurre en las dos últimas décadas del siglo pasado y la primera de este, en Colombia, un telón de fondo histórico que le permite al autor jugar con la idea de bondad del ser humano, en medio de situaciones extremas de violencia. Pasando por la masacre del Palacio de Justicia, la tragedia de Armero, y las bombas y los atentados del cartel de Medellín.
Sobre esos “hechos casuales” existenciales e históricos, los vasos comunicantes de la novela con sus preocupaciones como escritor, su amor por el arte, su faceta como tuitero y hasta su nuevo proyecto editorial relacionado con su padre habló con EL TIEMPO Juan Carlos Botero, a su paso por Bogotá, en días pasados.

¿Cree que este libro dialoga con aquellos “epífanos” de hace tres décadas?

Sí, sin la menor duda. Es una buena observación. En ese primer libro mi interés era retratar aquellos instantes que parecen estallar en nuestra existencia y que están cargados de significados profundos; momentos fugaces que tienen la fuerza de revelar aspectos esenciales de la vida o de la condición humana, siguiendo la forma literaria que inventó Hemingway mientras vivía en París en los años 20. En esta ocasión, en cambio, más que aquellos instantes de revelación lo que me interesaba era enfocar la mirada en la cadena, en el conjunto de actos o sucesos que están unidos por el azar o el accidente y que desembocan en un evento trascendental para la persona, y muchas veces para toda la humanidad. Mi deseo era comprobar la delicadeza de cada eslabón, de cada uno de esos hechos; saber que si éste hubiese sucedido unos segundos antes o después, o unos centímetros más allá o más acá, el resultado final habría sido otro, totalmente distinto, ya sea para bien o para mal. Mejor dicho, me interesa resaltar la fragilidad de nuestra existencia.

Usted anota que una de sus motivaciones era explorar cómo se va forjando el carácter de los seres humanos. ¿Qué revelaciones encontró?

La novela es publicada por Alfaguara.

La novela es publicada por Alfaguara. Foto:archivo particular

Que somos la suma de nuestras decisiones porque no existe la decisión insignificante. Y cuando se trata de una persona adinerada, como es el protagonista de esta novela, lo que más interesa es cómo ese fulano actúa en público y en privado, qué tan generoso es, qué tanto se preocupa por sus semejantes y por el mundo. Dicho en breve: lo que importa no es tener sino saber tener. Mi personaje principal es un hombre bueno, un empresario que ha sufrido mucho y que arrastra una gran culpa que lo atormenta, porque se siente responsable de la muerte de sus seres más queridos, pero aún así es un individuo que mantiene viva la esperanza, que es optimista y que, a pesar de todo, apuesta por la vida.

¿Cómo fue asumir el desafío de hacer un personaje bueno?

Un personaje así no es común en nuestra narrativa. Los protagonistas de nuestras novelas suelen ser malvados, criminales o sicarios o asesinos. Eso, por cierto, no lo critico. En mi novela también hay más de un malvado. Pero me propuse hacer algo distinto. Que el personaje central fuera alguien amable y altruista. Sin embargo, para contar su historia y para resaltar la calidad de su carácter, muy pronto entendí que el contexto tenía que ser el más violento de nuestra historia reciente.

¿Por qué?

Tratar de ser una persona decente en medio de la violencia y de la corrupción es más meritorio y irable
Porque el mérito de Sebastián, y las cualidades de su persona, sobresalen todavía más en un contexto violento. Es fácil ser bueno cuando todo marcha bien a tu alrededor, cuando prevalece la paz, la prosperidad, la civilización y el orden. Pero tratar de ser una persona decente en medio de la violencia y de la corrupción es más meritorio y irable.

De hecho, usted comenta que somos más los buenos…

Y no sólo eso. Pienso que la bondad predomina en el mundo. No lo sentimos así, porque vivimos bombardeados de noticias violentas y atroces, pero lo que más prevalece es la bondad individual y mayoritaria. ¿Y qué mejor lugar para sustentar esa tesis que Colombia? Si en un país como el nuestro, lleno de violencia, pobreza, desigualdad y maltrato a todo nivel, lo que triunfa es el bien (si no fuera así no existiría el país, así de simple), hay esperanza para el resto del planeta. La bondad es callada y discreta, mientras que la maldad es ruidosa y acapara los titulares. En esto, el número importa. Y hasta ahora la mayor parte del país ha decidido hacer el bien, y por eso, a pesar de tantos problemas, la nación progresa, con golpes y caídas, pero avanza hacia el bienestar y la justicia social. Pero si la mayor parte del país decide marchar en otra dirección, eso puede cambiar, como pasó en Alemania en los años 30, cuando una de las naciones más ricas y civilizadas del mundo abrazó con entusiasmo las tesis del nazismo, y eso llevó a su destrucción. No hay un solo país que sea inmune a esa posibilidad. Hace poco casi sucede en EE. UU., y ahí también parecía inconcebible.

Otro de los ejes transversales de la novela es la idea de la fragilidad del pasado…

Me interesa comprobar la delicadeza de las cosas, incluso de aquellas que uno pensaría que no son frágiles ni modificables, como es el pasado de un individuo. Porque lo cierto es todo lo contrario: el pasado no es algo estable y estático, congelado en el tiempo, sino algo maleable y vulnerable, y basta una frase para que lo acontecido cambie de sentido y de rostro en el interior de una persona. Si alguien descubre que su pareja la ha engañado, basta la prueba (la foto, la confesión o la carta) para que todo el pasado cambie en su mente, y al evocar el recorrido compartido, éste luce distinto, irreconocible, con cada incidente de la relación manchado y envilecido, marcado con los hierros de la traición.

¿Siente que su pasión por el arte afinó esa sensibilidad por los detalles?

Sí creo que mi fascinación por el arte, y especialmente por lo que considero que es el arte de verdad, el creado por los grandes maestros de la pintura, entrena la mirada de una forma particular. Porque cuando estás delante de un cuadro o un dibujo o un mármol, que está lleno de significados, te toca aguzar la vista para descubrirlos y desentrañarlos. Eso, a mi juicio, requiere años de entrenamiento y de estudio, de lecturas que nutren y adiestran la mirada. Cada vez que me detengo delante de una gran pintura, mentalmente me ordeno ir más allá, sumergirme más hondo, porque intuyo que ahí hay algo valioso y recóndito, una especie de tesoro que justifica el esfuerzo y el análisis, y le corresponde a uno descubrirlo. Puedo durar horas mirando las grandes obras de arte, y con verdadera gratitud hacia todos esos creadores, porque sé lo mucho que sufrieron para ofrecernos esos prodigios. Además, es un milagro que existan esas piezas y que uno las pueda contemplar, que hayan sobrevivido los azares de los siglos, porque cada lienzo, cada papel, cada retablo, cada fresco y cada bronce ha sorteado la amenaza de incendios, terremotos, saqueos, guerras, inundaciones y toda suerte de peligros.

Volvamos a lo existencial. Usted también quería explorar la idea de cuando se parte en dos la vida de alguien…

Botero (Bogotá, 1960) ha ganado el Premio Juan Rulfo de Cuento (París, 1986).

Botero (Bogotá, 1960) ha ganado el Premio Juan Rulfo de Cuento (París, 1986). Foto:EFE/ álbum personal del autor

Toda persona afronta en la vida, tarde o temprano, una crisis existencial, una experiencia tremenda y devastadora que destruye, borra los cimientos de seguridad, de comodidad, de estabilidad emocional. Creo que es inevitable, algo que nos sucede a todos. Incluso a muchos nos pasa más de una vez. Pero lo cierto es que, por dura que sea la experiencia, es probable que también sea de las más formativas de la vida. Esas pruebas nos enseñan mucho de lo que somos, de lo que podemos soportar, de dónde están nuestros límites. Y así le ocurre al protagonista de la novela, Sebastián Sarmiento. Al afrontar la mayor prueba de su vida, él intuye que está a punto de descubrir sus verdaderos límites.

Y además ocurre algo interesante: al protagonista se le comienza a clarificar la vida cuando escribe…

Sebastián tiene dos experiencias que parecen salvarlo. Una es el amor, que lo aparta de los abismos y de la tentación del suicidio, que le permite rescatar las ganas de vivir. Y otra es la escritura, y eso sucede porque uno no es consciente de lo que piensa, cree, adora o defiende hasta que no lo articulas en palabras, y no hay mejor ejercicio para lograr esa claridad que ponerlo en blanco y negro. Es decir, escribirlo.

Aprovechemos de una vez para hablar del acto de leer. Usted comenta: “el lector es el cómplice del escritor”.

La experiencia literaria sólo se da cuando se fusiona el acto de escribir con el acto de leer
La experiencia literaria sólo se da cuando se fusiona el acto de escribir con el acto de leer. Por eso digo que el lector es el cómplice del autor, porque el uno necesita del otro, y entre ambos se produce esa vivencia tan mágica y muchas veces trascendental. Porque nada enriquece tanto como la lectura. ¿Cuántos libros no hemos leído que nos han alimentado la existencia de manera invaluable? ¿Acaso yo tendría el mismo concepto de mi país sin haber leído ‘Cien años de soledad’, o de mi continente sin haber leído a Juan Rulfo? ¿Qué concepto podría yo tener del heroísmo sin haber leído ‘La odisea’ y ‘Don Quijote’? ¿Del amor sin haber leído ‘Romeo y Julieta’? ¿De la traición sin haber leído ‘Macbeth’? ¿De la grandeza sin haber leído ‘El Rey Lear’, ‘El viejo y el mar’ o Victor Hugo? ¿De cada tema de importancia en la vida?

Usted también es un gran cinéfilo. ¿Qué tanto influye es mirada en sus libros?

Influye bastante, en particular para mi tipo de escritura, porque me preocupo mucho de que el lector o la lectora “vean” la acción. No tanto que la lean sino, con suerte, que la vivan.

Anda preparando un libro muy personal de vivencias con su papá. ¿Qué les puede adelantar a los lectores?

Estoy empezando un libro de recuerdos en donde quiero contar algo muy sencillo y conmovedor, en mi opinión, y es la faceta menos conocida de mi padre. Porque ya escribí un libro explicando el arte de Fernando Botero, y mucha gente ha visto su faceta como artista y como creador y como filántropo, pero desconocen su faceta más íntima y entrañable, que fue y ha sido la de padre. Especialmente cuando éramos pequeños y mi papá vivía en la pobreza absoluta, y lo que él hacía para distraernos era fantástico. Siento que le debo ese libro a él, y a toda la familia.

¿Y cuál es el recuerdo de “hecho casual” más querido que tiene con él?

Hay uno que sobresale en mi memoria por encima de otros. En los años 60, cuando mi padre logró reunir algo de dinero, él compró una pequeña casa en East Hampton, en las afueras de Nueva York, para pintar y pasar las vacaciones. Hoy en día esa zona es de mega ricos, pero en ese tiempo tenía un aire más modesto. El hecho es que ahí pasábamos parte del verano, y de vez en cuando íbamos a la playa. Y cada vez yo veía que mi padre emprendía una larga caminata solo para pensar en sus asuntos, pero yo era demasiado niño para entender esa actividad, y me parecía muy misterioso ese ejercicio, viéndolo caminar solo y cavilante. El hecho es que el mar en esa región a veces se pone bien bravo y está lleno de tiburones. Jamás olvidaré la vez que estábamos en el mar, con el agua a la cintura, cuando oímos el silbato del salvavidas y nos tocó salir de prisa del agua. Recuerdo que mi padre tenía a mi hermanito, Pedrito, cargado en brazos, y de pronto vimos salir del agua una enorme aleta dorsal, cortando la superficie, y quedamos mudos por el tamaño y por su aspecto siniestro. Ahora sé que la aleta era de un tiburón blanco, que abundan en esa costa, y nunca olvidaré la cara de Pedrito, que miraba la aleta hechizado, hasta que el animal se hundió en silencio bajo la superficie. En fin, un día yo estaba solo jugando en el oleaje de la orilla, cuando de pronto sentí que una fuerza me estaba succionando y no me dejaba salir del agua. No entendía lo que estaba pasando, y ahora sé que era una corriente de resaca, que me estaba jalando hacia el mar adentro. Mis pies dejaron de tocar el fondo, y por más que pataleaba y forcejeaba no me podía acercar a la orilla. Nadie más lo había notado, ni siquiera el salvavidas, y estaba a punto de ahogarme. En ésas, de pronto veo que aparece mi papá, corriendo y dando zancadas en el agua, y se metió en el mar y me sacó en el último minuto. Si él hubiera estado durmiendo una siesta, por ejemplo, o caminando lejos por la playa, él tampoco me habría visto y yo no estaría contando la historia.

¿Cómo se ha sentido en su activa faceta como tuitero?

Lo que sí pasa, desde luego, es que hay bastantes golpes bajos, ataques e insultos. Pero estoy acostumbrado a eso
Me gusta mucho. Yo había sido reticente de incursionar en las redes sociales por dos razones. De un lado, por temor al tiempo que me iba a quitar. Y, de otro lado, por ignorancia. Porque no sabía que podría ser una experiencia tan rica y estimulante. Lo bueno de Twitter no es sólo que puedes plantear temas y aportar opiniones, compartir ideas y terciar en debates y disputas claves. Lo mejor es que tienes directo a las personas y no dependes de nadie para acceder a ellas. Lo que sí pasa, desde luego, es que hay bastantes golpes bajos, ataques e insultos. Pero estoy acostumbrado a eso. He sido columnista de varios diarios del país desde hace casi cuarenta años, de modo que te podrás imaginar las afrentas y las amenazas que he recibido, por las cuales tuve que salir de Colombia más de una vez y me tocó irme del todo hace años. Sin embargo, creo que mi aporte a la red debe ser igual al de otros colegas, quienes ayudan a elevar el nivel del debate nacional.

Finalmente, hablemos de esos "hechos casuales" históricos que usted recupera, porque además siempre le causaron curiosidad. Uno de ellos fue la caída del Muro de Berlín. ¿Por qué?

Cada hecho histórico que resalto en la novela tiene un doble propósito
Cada hecho histórico que resalto en la novela tiene un doble propósito. De un lado, deseo mostrar cómo eventos que incluso son de trascendencial mundial, casi siempre resultan de una sorprendente cadena de hechos mínimos y casuales, fruto del azar y de apariencia trivial. Porque un conductor, en un momento específico de la Historia, desea retroceder en un automóvil y su pie resbala del pedal, ¿mueren 17 millones de personas, como sucedió en la Primera Guerra Mundial? O porque el vocero de un gobierno lee una palabra errada (una sola palabra) en un comunicado oficial, ¿se cae el muro de Berlín, se desploma la Cortina de Hierro y se derrumba el imperio colosal de la Unión Soviética? Mi intención es mostrar cómo lo imprevisto y lo fortuito a menudo tienen un peso definitivo en el curso de los hechos históricos.

¿Y cuál es el otro propósito?

Cada uno de esos hechos que describo en la novela, aparte de ser cruciales en términos históricos y de ser fascinantes, también tiene otra finalidad: aportan luces a la historia personal del protagonista, Sebastián Sarmiento. El personaje afronta su propia odisea, una prueba suprema en su vida, y la manera que él encara esa prueba y su esfuerzo por pasarla dependen de hechos menores y casuales, la misma clase de hechos que destaco en los pasajes históricos, como por ejemplo la simple decisión de tomar a la derecha o a la izquierda en determinada circunstancia, como le pasó al famoso piloto de United Airlines, Denny Fitch, o un pequeño recuerdo que de pronto alguien evoca en un contexto específico, como le pasó el joven controlador de la NASA, John Aaron. Todo lo que le sucede a Sebastián Sarmiento tiene resonancia en aquellos casos históricos.

Quiero volver a los hechos del Palacio de Justicia y a la tragedia de Armero. ¿Qué hay más allá en esta época que a usted le interesaba?

Lo hice también con un propósito adicional: esa historia tan trágica y dolorosa del país no se puede olvidar y se tiene que contar para que nosotros, como sociedad, la entendamos y la asumamos entre todos. Por eso es tan valioso el trabajo de la Comisión de la Verdad, liderado por el padre Francisco de Roux. Porque para que ocurra una tragedia tan vasta como la que hemos sufrido durante tantos años, eso no acontece sólo por la acción de un puñado de individuos violentos, cometiendo atrocidades a espaldas del resto de la población. Al contrario, para que semejante violencia exista y adquiera la dimensión que ha tenido, se requiere la participación de gran parte de la ciudadanía, personas que, por acción u omisión, han permitido que suceda a esta escala y a nivel nacional. Gente que desata, promueve o aplaude la violencia, o la tolera, o la fomenta, o la calla, o la niega y minimiza. Repito que algo similar pasó en Alemania. Al comienzo se creía que los campos de la muerte en la Segunda Guerra Mundial eran unos pocos centros aislados, y los responsables de ese horror eran unos cuantos oficiales nazis, sádicos y violentos, pero que no afectaba ni involucraba al grueso de la población civil alemana. Pero hoy sabemos que eran más de 42.500 campos de diversa índole. Y algo así no se puede dar en un país sin que una franja enorme de la población lo fomente o tolere. En fin, algo parecido nos ha sucedido en Colombia. Quisiéramos creer que nuestra violencia es culpa de unos pocos narcos, guerrilleros y paramilitares, un salvajismo que no incumbe al resto de la población. Pero no es cierto. Ése es nuestro pasado, que además sigue vigente, y lo tenemos que asumir como sociedad.

¿Cómo recuerda esa época en su vida?

Yo viví parte de esa historia, tal como la vivieron y sufrieron mis contemporáneos. Y el hecho de haber experimentado, directa o indirectamente, una tajada de esa violencia y de sus secuelas, como el secuestro, el exilio, las amenazas, la muerte y tanto más, sentí que necesitaba quitarme algunas de esas vivencias de encima, y creo que la literatura permite exorcizar ciertas experiencias negativas, alcanzar una catársis. Esa es una de las razones por las cuales uno escribe ficciones.

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CARLOS RESTREPO
REDACCIÓN CULTURA
EL TIEMPO

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