Paula Andrea Vanegas es la encargada de manejar el supermercado El Baratillo, ubicado en el barrio El Minuto de Dios, en el occidente de Bogotá. No obstante el nombre del establecimiento, reconoce que de un tiempo para acá sus clientes se quejan de los precios, ya sea de una libra de plátano, de una botella de aceite de cocina, entre muchos otros. “Tenemos quejas al respecto, a diario”, dice.
Señala que, en general, lo que vende ha tenido incrementos significativos, que fueron más notorios en los últimos meses. Las encuestas de opinión confirman esa impresión, sustentada igualmente por las estadísticas del Dane.
Según la entidad, al cierre de noviembre, el aumento en la canasta familiar llegó a 5,3 por ciento anual, muy por encima del rango fijado como meta por el Banco de la República, que está entre 2 y 4 por ciento al año. La culpa principal la tienen los alimentos, que en el acumulado muestran un alza superior al 15 por ciento.
No obstante, cuando se excluye la comida de las cuentas, al igual que los servicios públicos regulados, la curva también se viene empinando. Ello explica en buena parte la decisión adoptada por la junta directiva del Emisor el viernes, en el sentido de
aumentar la tasa de interés que cobra por sus fondos en medio punto porcentual, hasta 3 por ciento anual.
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Quienes siguen de cerca el tema notaron que el reajuste se adoptó por cuatro votos contra tres. Los que estaban en el bando perdedor preferían un apretón más fuerte –de tres cuartos de punto–, algo que se puede interpretar como una preocupación creciente sobre la presencia de una espiral alcista.
Tal como lo señala la ortodoxia, aplicar con más fuerza los frenos sirve para impedir que las expectativas se desborden y comience una feria de incrementos aquí y allá. Eventualmente, el mayor costo del dinero moderará el apetito de los consumidores, que idealmente creará las condiciones para una especie de aterrizaje suave tras el cual todo volverá a su curso.
En todas partes
Dicha esperanza la comparten buena parte de los banqueros centrales en los cinco continentes. La razón es que en decenas de países el comportamiento del índice de precios al consumidor se convirtió en el principal dolor de cabeza de las autoridades económicas.
“Si bien hay componentes de demanda que se evidencian en los países que hicieron programas de estímulo, buena parte de lo que sucede es un choque de oferta y, por tanto, debería ser transitorio”, opina José Ignacio López, director ejecutivo de investigaciones económicas de Corficolombiana. “En ese sentido, no tendría por qué acelerarse en el tiempo, sino irse diluyendo”, añade.
Basta con mirar los datos para confirmar que aquí no hay un riesgo teórico sino real. Tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña o la zona euro, el ritmo inflacionario supera al de Colombia, para no hablar de lo que pasa en el resto de América Latina y buena parte de Asia. La aceleración es de tal magnitud que hay que devolverse cuatro décadas para encontrar cifras similares a las de ahora.
Es verdad que parte de lo ocurrido estaba previsto. El parón que significó la pandemia llevó a que se cayera drásticamente la demanda de bienes primarios y manufacturados a lo largo de 2020, lo cual llevó a que diferentes cosas costaran menos o simplemente no subieran.
La llegada de la reapertura en diferentes actividades, combinada con el regreso de la movilidad y el mayor poder de compra de millones de hogares, acabó siendo mucho más vigorosa de lo esperado. Como consecuencia se crearon importantes cuellos de botella que nadie tenía en el radar.
Un ejemplo claro son los trastornos en las cadenas de suministro y la disparada en el valor de los fletes internacionales. De acuerdo con un documento de Anif, el índice mundial de contenedores a comienzos de septiembre superó los 10.000 dólares por primera vez para uno de 40 pies de capacidad, casi cuatro veces y media más que un año atrás.
Son incontables los casos de industrias que habían adoptado el sistema de inventarios “justo a tiempo” y que debieron parar sus líneas de manufactura debido a la falta de insumos. Tales interrupciones hicieron más notorio un efecto dominó que se agravó cada vez que China –el mayor exportador del mundo– reaccionó para contener brotes de covid-19 en su territorio.
Si a lo anterior se le agrega la mayor cotización de los energéticos –petróleo, gas natural, carbón–, salta a la vista que precios más altos eran inevitables. La pregunta, sin embargo, es si el fenómeno apunta a ser temporal o no.
Hasta hace muy poco, prevalecía la opinión de que así sería. En la reciente asamblea del Fondo Monetario Internacional en Washington, el parte fue de tranquilidad, especialmente en el hemisferio norte. El mensaje de calma hacía pensar que vendría una acomodación gradual y lenta, tanto en lo referente a las compras de papeles por parte de la Reserva Federal o el Banco Central Europeo para mantener liquidez en los mercados como en los reajustes en las tasas de interés cercanas al cero por ciento.
Pero la semana pasada fue evidente que el enfoque ya no es el mismo. Para comenzar, el Banco de Inglaterra subió el costo de sus fondos por primera vez en más de tres años, sorprendiendo a los observadores. Casi de manera simultánea, estadounidenses y europeos señalaron que los planes de estímulo monetario puestos en marcha por cuenta del coronavirus llegarán a su fin pronto, con lo cual un apretón en los intereses podría venir en marzo próximo.
Como si esa perspectiva no fuera lo suficientemente complicada, el pronóstico se enreda más debido a la presencia de la variante ómicron. De la noche a la mañana, los contagios volvieron a duplicarse cada dos o tres días a ambos lados del norte del Atlántico.
Si bien por ahora las restricciones parecen manejables, vuelven a asomarse los fantasmas de los confinamientos obligatorios en caso de que la capacidad hospitalaria se desborde tanto en el Viejo Continente como en América del Norte. De ser así, la recuperación económica –que empezó a verse más débil a partir de noviembre– podría detenerse.
El dilema no es nada fácil. Cruzarse de brazos frente al brote inflacionario conlleva el peligro de reaccionar cuando sea demasiado tarde, pero exagerar la medicina amenaza con descarrilar el crecimiento y el empleo.
Cualquiera sea la senda que se escoja, el futuro cercano no pinta muy bien para los países emergentes, en donde también los precios se dispararon. De manera mucho más decidida que en el mundo desarrollado, los bancos centrales han subido intereses, como se ha visto en México, Perú, Brasil o Chile, para citar cuatro ejemplos cercanos.
Aun así, la pandemia ocasionó un ascenso considerable en el endeudamiento público y, si ese costo sube en forma considerable, habrá que destinar una porción mayor de los presupuestos estatales a servir los créditos contratados. De ahí que la proyección sea la de presión fiscal en aumento, junto con trastornos sobre la tasa de cambio y eventuales salidas de capitales.
Por aquí no escampa
En medio de semejante escenario, las opciones de política para Colombia tampoco son sencillas. Tal como están las cosas, lo que se espera es que el Banco de la República suba el costo de sus fondos tanto en enero como en marzo próximos, manteniendo la rienda corta en los meses siguientes. Ben Ramsey, del J. P. Morgan, le apuesta a una tasa de 5,5 por ciento en octubre de 2022.
La duda de fondo es que aparezcan sorpresas desagradables que enreden más lo que ya es complejo. No hay duda de que el alza del salario mínimo a un millón de pesos se presentó como un triunfo del espíritu de buena voluntad entre trabajadores, empresarios y Gobierno, pero no obstante las congratulaciones entre unos y otros es mejor mantener la guardia arriba.
Para usar la expresión coloquial, ahora el temor es que la pendiente de la cuesta de enero resulte ser mucho más dura. Como es bien sabido, algunas multas y tarifas están atadas a la remuneración básica, algo que se va a notar apenas cambie el calendario. “Un aumento como el observado va a tener efecto inflacionario, aparte de influir en la formalidad del mercado laboral, lo cual abre la posibilidad de una presión adicional”, agrega López, de Corficolombiana.
Sin embargo, la verdadera inquietud es que el reajuste del 10 por ciento se convierta en el referente de las alzas, entre otros motivos porque el número es fácil de entender y de aplicar. Por eso es tan importante controlar las expectativas y poder reaccionar a tiempo. “Ello implica el riesgo de inducir procesos de indexación a mayores niveles de inflación”, sostuvo el comunicado del banco el viernes.
Los conocedores de la historia recuerdan lo sucedido en 1963, siendo presidente Guillermo León Valencia, cuyo ministro de Trabajo era Belisario Betancur. Con el propósito de mejorar el poder adquisitivo de los trabajadores de la época, la istración conservadora elevó el mínimo de 219 a 420 pesos mensuales. Al final del año, el alza en la canasta familiar se ubicó en 33 por ciento, el pico más elevado en décadas.
Resulta indiscutible que las circunstancias ahora son muy diferentes. Aun así, el campanazo de alerta es válido cuando se tiene en cuenta que el consumo interno viene creciendo a un ritmo muy elevado, cercano al 11 por ciento en términos reales.
Bajarle revoluciones a la máquina para que no recaliente el motor mientras, por el otro lado, se oprime el pedal del acelerador suena contradictorio. Por eso es fundamental que el Banco de la República mantenga las manos firmes en el timón y deje en claro que sigue en control, así durante el primer trimestre los reportes del Dane confirmen que el ritmo inflacionario no disminuye.
Si el Emisor logra usar adecuadamente los instrumentos a su alcance, eventualmente la curva de los aumentos de precios dará un giro y comenzará a moderarse. Actuar con cabeza fría es imperativo, lo cual implica que el Gobierno requiere evitar caer en la tentación de los controles como sucede en Argentina, con los resultados a la vista.
Dada la coincidencia con la temporada electoral, el reto de las autoridades es no romper filas y mantener un frente unido, a sabiendas de que es obligatorio mirar con un ojo lo que pasa en el frente interno y con el otro lo que ocurre en la arena internacional. Afortunadamente, existe en el banco la capacidad técnica que, sumada a experiencia y credibilidad, debería permitir que el reto se pueda sortear con éxito.
Lo previsible, entonces, es que el próximo semestre sea difícil, tras lo cual las alzas comenzarían a moderarse en la segunda mitad del año. Para 2023, la situación estaría bajo control, bajo el supuesto de que la pandemia y los trastornos que la han acompañado quedarán definitivamente atrás.
A su manera, Paula Andrea Vanegas está de acuerdo. “Lo que nos funciona no es vender más caro, sino vender más productos”, dice mientras los clientes de El Baratillo hacen fila en la caja registradora.
RICARDO ÁVILA PINTO
Especial para EL TIEMPO