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Análisis

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H. R. Giger: ¿Quién fue el artista que creó el monstruo de Alien, pasó horas con Salvador Dalí y era un confeso adorador del diablo?

Alien: Romulus hizo que regresara el horror espacial a las salas de cine. Esta es su historia.

Director Fede Alvarez on the set of 20th Century Studios' ALIEN: ROMULUS. Photo by Murray Close. © 2024 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Director Fede Alvarez on the set of 20th Century Studios' ALIEN: ROMULUS. Photo by Murray Close. © 2024 20th Century Studios. All Rights Reserved. Foto: Murray Close

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Alien, la criatura espacial más aterradora de todos los tiempos, nació de la mente de un coleccionista de sanguijuelas y amante incondicional del diablo que se convertiría en cómplice y amigo de Dalí.
Hay pocas cosas que produzcan más miedo que un xenomorfo. Todos los saben. Hubo una frase durante la campaña publicitaria de Alien previa a su estreno, en 1979, que sirvió como carnada para atrapar espectadores: “En el espacio nadie escuchará tus gritos”.
Era un hecho fáctico: el sonido no se propaga en el vacío, pero es imposible no gritar al ver al xenomorfo aparecer sorpresivamente en uno de los conductos de ventilación –su lugar favorito para moverse– del Nostromo, la nave en la que sus siete pasajeros están condenados. Es un ser antropomorfo extraterrestre, un parásito que se mete en la sangre, toma tu ADN y lo cambia como quiere. Es el horror. A pesar de la atmósfera y de un casting que descubre a estrellas como Sigourney Weaver, y donde por primera vez una mujer es protagonista de una película de acción, Alien marcó un antes y un después por la existencia del monstruo. Como sucedió con Bruce, el tiburón de Jaws, Ridley Scott, el director y uno de los fundadores de la franquicia, reduce al mínimo la aparición del bicho.
Es una sombra que se mueve. Su piel es una textura líquida que se confunde con la humedad eterna de la nave. Su oscuridad se perdió en las manos de James Cameron en 1986 en su primera secuela; se convirtió en una atmósfera opresiva con David Fincher y su errática tercera parte; fue un tanto gris en las dos precuelas dirigidas por el propio Scott en Prometheus (2012) y Alien Covenant, pero ahora regresó con toda su fuerza en Romulus, dirigida por el uruguayo Fede Álvarez, un gore espacial donde la brillante Cailee Spaeny es una digna sucesora de la teniente Ripley. La oscuridad que retrató el artista H. R. Giger, el creador de la bestia, la misma que ha convertido a Alien en la franquicia máxima del terror espacial, ha vuelto.
Fede Álvarez es el nuevo director de la franquicia.

Fede Álvarez es el nuevo director de la franquicia. Foto:Archivo particular

La idea nació en 1974 de uno de los guionistas preferidos de John Carpenter, Dan O’Bannon. Eran los años previos a StarWars y las películas espaciales eran consideradas de clase B. Basura que les gustaba a los niños y a los frikis. La gente seria no veía esto. 
Pero O’Bannon creyó que simetía a siete personas en una nave y les ponía al frente una bestia, el público gritaría. La clave era el monstruo. El proyecto primero cayó en manos de Robert Aldrich, un cineasta experimentado que ya había dirigido clásicos como Los doce del patíbulo y que, definitivamente, habría sido un desastre: la idea que propuso para el monstruo fue agarrar a
un orangután y raparlo. O’Bannon –ante semejante disparate– le cerró la puerta en la cara.
En 1977, con el proyecto de Alien estancado, George Lucas
hizo estallar la taquilla con Star Wars. De un momento a otro, las historias espaciales se convirtieron en maná del que se podía sacar todo el dinero posible. Ridley Scott era un prometedor director británico que venía de hacer Los duelistas, la adaptación, a lo Kubrick, de la historia de Joseph Conrad sobre dos soldados napoleónicos que están enfermos de honor y se ven tentados a retarse en duelo cada vez que se ven. Scott aceptó hacer la película y tomó dos decisiones capitales: transformar al teniente Ripley en un personaje femenino y conseguir a H. R.Giger para que diseñara al monstruo.
Giger, en ese momento, era un artista de culto en el underground europeo. Era abiertamente satánico y tenía una obsesión por la oscuridad. De pequeño vivía
como una rata gigante en un sótano debajo de la farmacia que tenía su papá en Coira, la pequeña ciudad suiza donde nació. Soñaba con ser un alquimista como Edward Kelly y transformar el cobre en oro. Un día hizo un experimento con unos cables de la empresa telefónica del pueblo y no solo dejó incomunicado a Coira, sino que casi vuela en mil pedazos la farmacia. Uno de los oficios que tuvo de niño fue llevar de un lado a otro las sanguijuelas que su padre usaba para el negocio. En esa época, década del cuarenta, se creía que implantar en la piel estos gusanos servía para renovar la sangre y curar. En los trayectos, el pequeño Giger destapaba los frascos donde iban las sanguijuelas, las contemplaba, detallaba sus formas y las plasmaba después en sus primeras pinturas. Esa viscosidad oscura del xenomorfo en Alien es porque es nieto lejano de una sanguijuela.
H. R. Giger.

H. R. Giger. Foto:Archivo particular

Interesado en el cine de Kenneth Anger, reconocido satanista que convertía sus conjuros en pequeños cortometrajes pensados para invocar al mismísimo satán, algunos musicalizados por Mick Jagger, y en cabezas de machos cabríos pestilentes con los que decoraba su estudio en Zúrich, Giger entró almundo del cine gracias al mánager de Salvador Dalí, Bob Venosa.
Dalí acababa de ver una exposición de Giger en la que mostraba sus primeros biomecanoides y quedó naturalmente desquiciado con su arte. Con la cabeza alargada, que recordaba inevitablemente a alguna civilización alienígena perdida en las estrellas, el biomecanoide es claramente el borrador del xenomorfo que
veremos en Alien. Dalí, en esos días, estaba en uno de los proyectos más geniales del cine, la adaptación de Jodorowsky de Duna. El cineasta chileno soñaba con que Dalí no solo hiciera los decorados, sino que interpretara al emperador galáctico. Dalí cobraría 100.000 dólares por día de rodaje.
El artista catalán no solo le recomendó a Jodorowsky a Giger, sino que lo invitó a su casa en Cadaqués y se lo presentó a Gala como un especialista en crear monstruos y pesadillas. Se hizo parte del círculo de confianza del pintor, conoció a Jodorowsky, hablaron del proyecto y llegaron a un acuerdo económico que después se rompió con el colapso de Duna.
De ese naufragio quedaron los bocetos de Giger del particular planeta sexual que diseñaría para la película y sus naves con cara de fetos hinchados, que llegaron amanos de O’Bannon, que ya conocía a Giger por las ilustraciones que hizo del Necronomicón de Lovecraft. Hubo un dibujo que sería decisivo en esa colección, el Necronom IV. Habían encontrado al monstruo.
Director Fede Alvarez on the set of 20th Century Studios' ALIEN: ROMULUS. Photo by Murray Close. © 2024 20th Century Studios. All Rights Reserved.

Director Fede Alvarez on the set of 20th Century Studios' ALIEN: ROMULUS. Photo by Murray Close. © 2024 20th Century Studios. All Rights Reserved. Foto:Murray Close

El aporte de Giger a la película sería definitivo más allá del monstruo. El planeta donde uno de los de la tripulación se infecta, los huevos de los monstruos, la ruina de una nave interplanetaria abandonada y, sobre todo, la orgía de sangre en la que convierte cada “parto” de los Alien, rompiendo el vientre y el pecho de cada uno de los infectados, fueron creación de Giger. La obsesión del artista por los partos arrancó desde su mismo nacimiento. Una de las historias que le contaba su madre antes de dormirlo fue la del día en que él nació. En una reacción a lo Cioran, el niño se negaba a dejar el útero, tuvieron que usar fórceps para lograrlo. En los espacios de las seis películas que se han hecho sobre Alien, siguiendo las directrices de diseño originales, los xenoformos construyen ambientes que recrean el útero. Son carnosos, orgánicos y si se detallan bien, podrán ver vaginas en cada uno de sus rincones. La perturbadora imaginación de Giger le hizo ganar el Óscar en 1980 amejor diseño de arte.
Le hicieron mil propuestas para quedarse en la eternamente soleada Los Ángeles. Era solo firmar contratos y aportar sus pesadillas para la ola de películas de ciencia ficción y terror que estalló en los Estados Unidos a comienzos de la década del ochenta. No le interesó ningún proyecto. 
Regresó a Suiza, a su cueva.
Las ventanas siempre cerradas, la luz escasa y él metido en sus rincones, como la bestia en el Nostromo, creando arte para discos de black metal, como la que hizo a Celtic Frost en To Mega Therion, o el del primer trabajo de Debbie Harry, la imperial vocalista de Blondie.
Eso sí, su misterio y la popularidad de Alien le proporcionaron una legión de iradores que lo seguían y lo idolatraban como si fuera un tótem. Algunos de
ellos lo convencieron para ser sus ayudantes. Gracias a eso pudieron encontrar en los oscuros rincones de su casa obras que había hecho en su primera adolescencia y que podían valer centenares de miles de dólares. Giger podía ver arte en las cosas más macabras. Tenía, por ejemplo, la cabeza de un macho cabrío, negro y con los ojos blancos, que contenía maldiciones.
Una de sus amantes encontró en la bañera el esqueleto, aún con carne, que le habían regalado de la morgue municipal y con el que pensaba hacer una escultura. 
Con Hollywood solo trabajó tres veces más: en la segunda parte de Poltergeist y en la fallida Species. Su última colaboración fue en la genial y subestimada Prometeo, otra
vez con Ridley Scott, donde el monstruo –magos del suspenso– solo aparece en los segundos finales.
Giger tenía serios problemas de espalda y en el 2013, cuando un grupo de directores alemanes lo visitaron en su casa para filmar un documental sobre su vida, se veía agotado, con la respiración entrecortada y el andar lento. Sus movimientos se fueron limitando: un problema para alguien que trabaja con aerógrafo y está acostumbrado a hacer, más que cuadros, instalaciones.
Una caída en un andamio lo tuvo 10 días en coma hasta que murió en mayo del 2014. El que sigue vivo es su monstruo. Viendo la recepción de público y crítica que ha tenido Alien: Romulus, el nombre de Giger va a seguir creando adeptos.
El xenoformo es apenas una puerta de entrada a un universo cargado de diablos, penetraciones, úteros gigantes, bebés radioactivos y demonios que destrozan crucificados.
Bienvenidos al infierno

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