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¿Qué hay detrás de la ola de antisemitismo en el mundo? / Análisis de Mauricio Vargas

Con el conflicto en Gaza, Europa, EE.UU y otros países ven disparada la violencia contra los judíos.

Protestantes queman una bandera de Israel en Marruecos.

Protestantes queman una bandera de Israel en Marruecos. Foto: EFE/EPA/JALAL MORCHIDI

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ANALISTA SÉNIORActualizado:

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"Los actos antisemitas han aumentado un 300 por ciento en Europa”, declaró con alarma, hace pocos días, Pinchas Goldschmidt, presidente de la Conferencia de Rabinos del Viejo Mundo, que reúne más de 700 desde Dublín, en Irlanda, hasta Kavarovsk, en el este de Rusia, pasando por una treintena de naciones.
Goldschmidt no exagera. Una mujer judía de 30 años fue apuñalada el sábado en la ciudad sa de Lyon. Logró sobrevivir y, al regresar a su hogar luego de ser dada de alta en un hospital, encontró una cruz gamada, símbolo nazi, pintada en la puerta de su casa.
En Alemania, una sinagoga fue atacada con cocteles molotov, así como decenas de fachadas de edificios y casas donde viven judíos han sido pintadas con esvásticas. En Inglaterra, varios comercios propiedad de judíos fueron atacados y el lenguaje antisemita en las redes sociales se ha disparado.
En el salón de ceremonias del ala judía del cementerio de Viena, un incendio estalló el pasado miércoles, mientras, en Francia, las redes sociales reproducían imágenes de jóvenes, en el metro, que coreaban eslóganes contra Israel y los judíos.
“Abran las fronteras y así podremos matar a los judíos”, gritaba en Milán un manifestante. “Estoy con Hitler, hay que gasear a los judíos”, coreaba por su parte un joven en una agresiva marcha anti-Israel en Hamburgo.
Según un balance de CNN, manifestaciones y actos de vandalismo contra los judíos se han presentado en varios países europeos, al igual que en Venezuela, Argentina, Nicaragua, Sudáfrica, Australia y el sudeste asiático, entre muchas otras partes del mundo.
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Foto:AFP

También en Estados Unidos. El domingo en la noche, Paul Kessler, un ciudadano judío de 69 años, fue trasladado de urgencia a un hospital del sur de California, por graves heridas en la cabeza al ser atacado por manifestantes propalestinos, cuando él hacía parte de una marcha pro-Israel. Murió el lunes.
La ola de ataques se acrecentó tras el recrudecimiento de la violencia en Oriente Próximo cuando, el 7 de octubre, el grupo terrorista Hamás penetró, desde la Franja de Gaza, varios puntos del territorio de Israel y mató a 1.400 personas, entre ellas ancianos, mujeres y hasta bebés, desatando una respuesta de las Fuerzas de Defensa israelíes que deja más de 10.000 muertos en Gaza, según reportes de la Autoridad Palestina.
El canciller alemán, Olaf Scholz, se declaró “indignado” tras el lanzamiento de una bomba incendiaria contra una sinagoga en Berlín, mientras en Estados Unidos, tanto el presidente Joe Biden como varios líderes republicanos han denunciado como “inaceptables” las manifestaciones antijudías en los campus de una docena de universidades.
“Hamás contaba con la dura reacción israelí y además la deseaba”, dijo un diplomático español.

Biden enfrenta críticas de algunos congresistas de su partido por el respaldo que ha ofrecido a Israel, aun cuando una y otra vez, tanto él como su secretario de Estado, Antony Blinken, le han exigido al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que modere su reacción y evite la muerte de civiles en Gaza, un pedido que a un mes de la guerra no ha atendido.
En Francia, donde en el mes transcurrido desde la sangrienta incursión de Hamás en Israel, las autoridades ya registran más de mil incidentes antisemitas, el ministro de Interior, Gérald Darmanin, ha comprometido al gobierno del presidente Emmanuel Macron en una batalla contra “ese veneno” de inquina contra Israel y contra quienes profesan la religión judía.
En Londres, la policía registró en apenas dos semanas 218 crímenes de odio contra los judíos, 13 veces más que en el mismo periodo del año pasado.
Desde el 7 de octubre, “el discurso antisemita se ha liberado”, dijo este fin de semana al diario madrileño El País el escritor Pierre Assouline, sefardí francoespañol. “La atmósfera es difícil, triste, tensa”, concluyó.
Varias personas buscan entre los escombros supervivientes y los cuerpos de las víctimas tras un bombardeo israelí en Rafah.

Varias personas buscan entre los escombros supervivientes y los cuerpos de las víctimas tras un bombardeo israelí en Rafah. Foto:AFP

Netanyahu, responsable

En su editorial del lunes, el diario parisino Le Monde señalaba que las estadísticas sobre episodios de antisemitismo indican que ese sentimiento comenzó a resurgir en Francia hace casi un cuarto de siglo: “En tiempos de la segunda Intifada en los territorios palestinos. Las actuaciones y el discurso de Netanyahu y de algunos bastante locuaces de su Gobierno poco han contribuido a contenerlo”.
Y claro, el contrataque israelí sobre la Franja de Gaza ha agudizado la frecuencia y hasta la violencia de esas expresiones. No solo por los bombardeos que han afectado hospitales y centros de refugiados, y que han matado niños y ancianos, sino por las posturas de algunos del gabinete de Netanyahu al respecto.
Hamás no acepta el estado de Israel, y Netanyahu no acepta un estado palestino.

Es el caso del ministro de Patrimonio, Avihai Eliyahu, del partido ultranacionalista Poder Judío, quien, el domingo, en el curso de un debate televisivo, no descartó el uso de una bomba atómica contra la Franja de Gaza. Los reclamos internos y del exterior obligaron a Netanyahu a sancionar a Eliyahu, y a apartarlo por unos días de las reuniones de gabinete.
Aparte del rechazo que, en sectores de la sociedad israelí, despiertan las actitudes de los ultraortodoxos y los ultranacionalistas que lo apoyan, a nivel internacional esas posturas debilitan la credibilidad de Netanyahu, quien, sin embargo, no puede prescindir de esos respaldos, pues depende de los ultras para mantener sus mayorías en la Knéset (Parlamento).
Con la ayuda de esos grupos otrora mantenidos afuera del Gobierno, Netanyahu sacó adelante este año su controvertida reforma judicial, que limita los poderes de la Corte Suprema para ejercer contrapeso al Ejecutivo.
Decenas de miles de israelíes salieron a las calles a protestar contra el primer ministro y su reforma, lo que generó la más profunda división de la sociedad israelí desde la creación del Estado en 1948.
Muchos analistas responsabilizan a Netanyahu de haber hecho fracasar los acuerdos de paz de Oslo, prohijados por Washington y por la Unión Europea, y que llevaron a la creación de la Autoridad Palestina, que debía mandar sobre los territorios de Gaza y Cisjordania.
Los acuerdos estaban destinados a conducir a la convivencia, en la región, de dos Estados: Israel y Palestina. Ni los extremistas de Hamás ni Netanyahu y sus aliados de la extrema derecha respaldaron lo pactado y, por el contrario, se dedicaron a alentar el conflicto.
Hamás ganó las elecciones en Gaza en 2006, con un discurso que planteaba que Israel dejase de existir. A punta de terror y represión, asumió el control de la zona y desde allí desencadenó periódicos ataques contra Israel. Entre tanto, Netanyahu no ha hecho más que sabotear los acuerdos.
Según Chris MacGreal, analista para el Medio Oriente del diario británico The Guardian: “El verdadero obstáculo ha sido Netanyahu, que ha estado en el poder casi la mitad del tiempo transcurrido desde la firma de los textos de Oslo (hace 30 años)”.
Para MacGreal, el líder derechista “ha dicho por años que nunca permitirá un Estado palestino y se ha mostrado dispuesto, desde el principio, a matar el acuerdo de paz. Tres décadas más tarde, está más cerca que nunca de alcanzar su objetivo”.
 de la comunidad judía piden la liberación de los rehenes en Gaza.

de la comunidad judía piden la liberación de los rehenes en Gaza. Foto:EFE/EPA/MARTIN DIVISEK Byline: MARTIN DIVISEK

Izquierda e islamismo

Pero hay una razón adicional para que el antisemitismo esté alcanzando peligrosísimos niveles en Europa y en otras regiones del mundo. Se trata de la alianza internacional que se ha fraguado entre la izquierda más radical y las corrientes islamistas.
Así como el presidente Gustavo Petro se ha negado a condenar el ataque de Hamás, el líder izquierdista francés, Jean-Luc Mélenchon, ha hecho lo propio, y con ellos otros líderes de la misma tendencia en varios países, para quienes Hamás no es un grupo terrorista sino que representa “la resistencia del pueblo palestino”.
En el aumento del antisemitismo hay una responsabilidad de “una forma de ultraizquierda”, dijo hace poco el ministro de Interior francés, Gérald Darmanin. Algunos columnistas europeos se han preguntado por qué la fascinación de la izquierda radical con el islamismo y han respondido que, sin duda, se debe a que ambos combaten a Washington y a los demás poderes occidentales.
Pero no deja de ser paradójico que la izquierda –por definición laica e igualitaria en materia de género– se identifique con una corriente de fundamentalismo religioso que, entre otras características, somete a la mujer a un papel subalterno en la sociedad.
De cualquier modo, está claro que cuando Hamás lanzó el ataque del 7 de octubre, alentado por sus padrinos los ayatolás de Irán, tenía entre sus cálculos la feroz respuesta de Israel y lo condenable que resultaría.
“Hamás contaba con la dura reacción israelí y además la deseaba”, declaró este fin de semana, en Madrid, Jorge Dezcallar, diplomático español que coordinó la conferencia de Madrid de 1991, antesala del Acuerdo de Oslo.
Más allá de estos debates, la realidad es que la guerra, marcada por la contraofensiva israelí, continúa. “Creo que Israel tendrá, durante un periodo indefinido, la responsabilidad general de la seguridad (en Gaza) porque hemos visto lo que sucede cuando no la tenemos”, aseguró el lunes Netanyahu.
Pocos dudan que los militares israelíes dominarán muy pronto el conjunto de ese territorio. Pero ¿acaso eso significa una victoria? ¿Garantiza que Hamás desaparezca? ¿Qué viene para Israel después de destruir y ocupar Gaza?
Hace más de 50 años, el pensador francés Raymond Aron, que no era precisamente de izquierda, sentenció algo que hoy cobra validez: “Todo pasa como si los israelíes se impacientaran siempre con los acuerdos y solo contaran con el poder militar para asegurar su seguridad. Pienso que, algún día, tendrán que reconocer lo que Hegel, al referirse a la epopeya napoleónica, llamaba ‘la impotencia de la victoria’ ”.
MAURICIO VARGAS
ANALISTA
EL TIEMPO

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