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Opinión

Gustos banales

El contenido que triunfa no es siempre el más elaborado, sino el que más rápido captura la atención.

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En algún lugar escuché que lo bueno, lo auténticamente valioso, tiende a destacar y a imponerse con el tiempo. Por lo menos en el área del arte y la cultura se asume que las obras de calidad, tarde o temprano, alcanzan reconocimiento. Sin embargo, basta con observar el panorama actual para notar que esta premisa es, en el mejor de los casos, ingenua y, en el peor, completamente falsa. La verdad es que hoy en día el éxito de una obra no depende exclusivamente de su calidad, sino de una serie de factores externos, entre los que destacan la repetición, la facilidad de y el nivel de estímulo emocional que genera en el público. 
(Le puede interesar: Libertad de opinión y buen gusto).
Para decirlo de otra manera, en un mundo donde la sobrecarga de información es la norma, el contenido que triunfa no es necesariamente el más elaborado o el que más invita a la reflexión, sino el que más rápidamente captura la atención.
Se trata de una especie de banalización del gusto causada por muchos factores entre los que se me ocurren el estancamiento del coeficiente intelectual de la humanidad en las últimas décadas (a esto se le llama el efecto Flynn inverso), la disminución de la capacidad de concentración y la preferencia por el consumo inmediato de información superficial. Jack Trout, un famoso publicista, lo resume diciendo que "la persona promedio no piensa con mucha profundidad en otra cosa que no sea dinero, sexo, chismes y su peso".
El mercado y la estructura del consumo cultural han desplazado la valoración del contenido profundo en favor de lo llamativo, lo fácil y lo reiterativo.
En este contexto encontramos obras que antes hubieran sido desechadas por su pobreza conceptual o estética se encuentran convertidas hoy en fenómenos de masas simplemente porque se ajustan a los patrones de consumo de una sociedad intelectualmente debilitada.
Basta con observar el éxito (por número de seguidores) de muchos influenciadores cuyos contenidos limitan a expresar groserías, generar polémica o explotar el morbo o lo vulgar como una estrategia para conquistar al público.
No se trata de una defensa del arte como un espacio exclusivo para las élites ilustradas. Es más bien el reconocimiento de que el mercado y la estructura del consumo cultural han desplazado la valoración del contenido profundo en favor de lo llamativo, lo fácil y lo reiterativo.
El éxito de una obra no es prueba de su calidad, sino de su capacidad para insertarse en una dinámica de consumo donde lo superficial, lo llamativo, lo morboso, lo polémico tienen ventaja. La noción de que "lo bueno siempre sobresale" es hoy, más que nunca, un mito que conviene abandonar.

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