Está clarísimo: empezamos un año de campaña electoral; es prematuro, pero es la realidad. Para enfrentarlo nos haría bien empezar por sincerarnos. Olvidar un momento los discursos de balcón, y las sutilezas académicas, y usar todo el sentido común que podamos reclutar. En este primer intento dejemos por fuera las ilegalidades. Esas podremos enfrentarlas una vez que mejoremos el diseño de lo que sí es legal.
Olvidemos también las definiciones. "El gobierno del pueblo" no significa nada si no tenemos claro cómo funciona. En el siglo XX las repúblicas autoritarias se llamaban indefectiblemente 'República Democrática'. Hoy duplican el pueblo en su nombre con 'República Popular Democrática'.
El dicho de Churchill, mil veces citado, de que la democracia es el peor sistema con excepción de todos los demás, me parece sabio, porque la define como imperfecta y en proceso de construcción. Las democracias siempre se critican por insuficientes, mientras que los autoritarismos son siempre excesivos.
Empecemos con nuestros procedimientos. Veamos qué problemas tienen y si podemos arreglarlos: el presidente, máxima autoridad, es elegido en una elección de dos vueltas. Eso lo decidimos originalmente para que no fuera elegido por una minoría. Se basa en la presunción de que hay varios partidos y si en primera vuelta ninguno obtiene mayoría, los dos con más votos negocian con los demás para llegar a unas posiciones conciliadas (no unánimes, eso no es posible) que lleven a una alianza mayoritaria. Entonces debería haber un elegido por mayoría, pero su programa debió haber sido modificado por concesiones hechas en el proceso de alianza. Se elige el presidente, pero no su programa inicial.
El presidente asume, abusivamente, que su propuesta original de gobierno también fue elegida por mayoría.
Esa doble vuelta evolucionó muy mal. El primer problema es que los partidos y grupos son débiles y amorfos, las candidaturas son muchísimas y sobre todo individuales. Entonces, la etapa de negociaciones no se da; primero porque la polarización no permite escuchar lo que dice un grupo diferente al propio; en lugar de debates tenemos griterías. Segundo, porque las candidaturas son individuales más que de partido y los egos son cosa muy brava. La fragmentación en muchos candidatos lleva a resultados débiles, a veces azarosos en la primera vuelta. En la segunda vuelta unos votan por su candidato predilecto y los otros lo hacen en contra del que más odian.
Entonces, esa estrecha mayoría está compuesta por dos minorías: la que votó por el candidato y la que votó en contra de su oponente. El presidente asume, abusivamente, que su propuesta original de gobierno también fue elegida por mayoría. Así se dan mal, desde el principio, las relaciones entre una estrecha mayoría y una importante minoría. Algunos creen que el respeto a la minoría es concederle derechos humanos; eso es otro cuento. Respeto sería escucharla y tenerla en cuenta.
Habría que buscar una solución a este problema. Lograr partidos sólidos no es realista hoy, pero se podría intentar algo intermedio como conformar unos tres 'campamentos' (así hacen las encuestas): izquierda, derecha y centro, y que cada uno organice procesos libres para escoger un solo candidato. Tendrían que conciliar sobre lo común en sus propuestas, y patrióticamente deponer los egos (¿iluso?). Así habría posibilidades de que, después de la primera vuelta, se diera una conversación política de verdad, y se llegara a programas conciliados, con apoyo también mayoritario.
Apenas empecé a abordar el primero de los problemas y se me acabó el espacio. Tal vez podamos, paralelamente a las campañas, iniciar ordenada y sinceramente varias conversaciones de estas. El resultado no será perfecto, pero podríamos eliminar algunas de las imperfecciones tóxicas y, quién quita, debatir de nuevo seriamente.