Pienso insistentemente en un tema que me apasiona con visos de obsesión: cómo las cargas de la inequidad de género afectan negativamente a los hombres. Me interesa en abstracto, y también porque creo que da origen a muchas de las formas del dolor femenino, algunas cotidianas y menores, y otras atroces como lo que nos reveló el caso Pelicot.
Gisèle Pelicot fue la mujer a quien su esposo sedó durante años para proceder a violarla, hacer que la violaran un número incomprensible de hombres, grabarla y, a la mañana siguiente, continuar con la ficción de una rutina sin atisbo de aventura. Todo esto ocurrió en la década presente; en lo que llamamos la “sociedad moderna”.
Estos hombres no eran monstruos y no estaban enfermos. Son, como diríamos, cualquier hijo de vecino. Diferentes edades, ocupaciones, algunos con historias de violencia, pero otros sin ellas: hombres. Hombres a quienes les pareció que era posible tener relaciones sexuales con una mujer que estaba en tal grado de inconsciencia que, narra una periodista presente en el juicio, en los videos que monsieur Pelicot grababa, imperaba el sonido de sus ronquidos. Cincuenta y un hombres en un pueblo que tenía apenas 5.000 habitantes.
Este caso termina algunos meses después de la victoria del presidente Trump en las elecciones de EE. UU., que ha sido descrita de muchas formas como el resultado del gran rechazo del electorado norteamericano al movimiento denominado “woke”. Una oscilación más del péndulo con el que la humanidad va de un extremo a otro, buscando marcos conceptuales simplistas y absurdos, en su mayoría, para las problemáticas complejas de la sociedad. Esta vez nos lleva hacia un equilibrio en el que se condenan muchas de las ideas de los movimientos que defienden los derechos de ciertos grupos poblacionales. Estas ideas hoy se asocian con una lógica de “suma cero”, en la que dichas garantías equivalen a afectaciones para el grupo que conforma la mayoría. En otras palabras, lo que algunos ganaron lo hicieron a costa de otros, y de ahí el rechazo. Las ideas del feminismo, o al menos una caricatura de ellas, han sido algunas de las más atacadas.
Esos hombres que fueron a las urnas llenos de rabia a dejar plasmado en su voto que se han sentido maltratados, son los mismos a quienes la equidad de género les devolvería oportunidades.
La responsabilidad de que los ideales legítimos detrás de movimientos pro derechos se hayan deformado o llevado a extremos malsanos o que sus mensajes hayan sido malentendidos, recae seguramente en toda la cadena: movimientos, mensajes, mensajeros, receptores, en fin, se dispersa con la fluidez de los fenómenos sociales.
Pero no por ello me deja de consumir el contraste de que vivamos en días en los que se rechaza el feminismo cuando simultáneamente nos enteramos de los hechos atroces del caso Pelicot.
Pienso entonces que tendremos que ser más estratégicos en la lucha contra el péndulo.
Porque esos hombres que fueron a las urnas llenos de rabia a dejar plasmado en su voto que se han sentido maltratados, son los mismos a quienes la equidad de género les devolvería oportunidades y atención que les ha sido arrebatada. En la defensa de la equidad de género está su mejor chance de dejar de tener motivos para la rabia en lugar de seguir legitimandola con sus historias.
Las cargas de su género han dado paso a que muchos hombres cierren puertas, sufran en silencio y que algunos terminen siendo los verdugos de madame Pelicot. Tenemos que entender cómo estamos educando a nuestros niños para que la brecha educativa se vaya abriendo en su contra; por qué la tasa de suicidios masculinos es 4 a 1 frente a los femeninos; y qué ocurre en la crianza que permite los niveles de violencia que vemos estallar de múltiples formas, siendo el caso Pelicot una de ellas.
No será suficiente, como no ha sido hasta hoy, la condena, el castigo. Nada será suficiente hasta que no hagamos la tarea profunda y difícil de entender el porqué.
* Miembro de la Junta Directiva de Women in Connection