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Opinión

Regresa una icónica biografía roquera

‘The Doors’ (1991) equivale a la resucitación de Jim Morrison.

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PERIODISTA CULTURAL Y CRÍTICO DE CINEActualizado:

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Llega una copia remasterizada con las apariciones finales del joven cantautor y poeta maldito, quien le dio un vuelco alucinante al repertorio del rock californiano, gracias a la encarnación actoral del recientemente fallecido Val Kilmer. Porque el célebre director y guionista neoyorquino Oliver Stone (Manhattan, 1946) no solo se dejó fascinar por la música moderna electrizante de los años 60, sino también por una trilogía bélica en torno a los estragos civiles del conflicto vietnamita; también expuso en modo crítico los perfiles del sacrificado presidente demócrata Kennedy (JFK, 1991) y el obsesivo anticomunismo intervencionista, cuatro años después, del republicano Nixon.
The Doors, un visionario grupo musical disuelto al faltar su carismático vocalista, fallecido en París a los 27 años. Desde Sunset Strip, en Los Ángeles, se recrea el ambiente del hipismo alucinógeno, entre gurúes y cánnabis venteado, además de las contorsiones del camaleónico ídolo sexual representado por Val Kilmer (1959-2025). Dos magníficas puestas en escena: serpiente que se arrastra varias millas para morirse en el lago sagrado de las tribus guerreras (Indian Summer) y mini ópera, con referencias edípicas (The End). Otros números delirantes invaden la pantalla y se perciben como sobresaltos libidinosos: ‘Enciende mi fuego’, o… Touch me Baby.
Se introducen brotes anarquistas en las escenas del desastroso concierto de New Haven, cuando Morrison denuncia desde el escenario los atropellos policiales; salidas aparatosas que recrean disyuntivas jurídicas en el multitudinario, aunque agónico, concierto de Miami 70. Otras escenas, con previsible fuerza dramática, se entretejen junto a números musicales plasmados casi en vivo: visita neoyorquina al taller del decadente artista plástico Andy Warhol, sesión con una fotógrafa de moda y…distancias moralistas asumidas por el señor Ed Sullivan en su famoso programa televisivo. Alcohólico y asmático, el divo falleció lamentablemente por una sobredosis de heroína.
Jim Morrison (Los Ángeles, 1943-París, 1971). Su forma de vida, tumultuosa y anticonvencional, impuso una impronta delirante en la música electrónica al sostener cómo una lucha imparable contra fantasmas rondaba sobre la juventud de aquella década. Reconocido ‘poeta maldito’ y ‘oveja negra’ del rock californiano, Morrison fue pintado aquí como exhibicionista presumido, autodestructivo e infinitamente atractivo. Después de haber compartido... “una temporada en el infierno”, las lecturas de Rimbaud lo remontaron a Nietzsche y Artaud.
Predicador de la vida intensa y apasionada, apologista de las libertades sexuales, el contestatario Morrison atraía por su carisma –magnetismo físico (Jim) y musical (The Doors)–, sin dejar indiferentes a públicos desprevenidos e impactando por sus expresiones sensuales. Una mítica figura que Stone resucitó en esta certera biografía, cuya tumba en el cementerio parisino de Pére Lachaise tiene ilustres vecinos: Chopin, Rossini, Balzac, Molière, Oscar Wilde, Marcel Proust, Edith Piaf. Es que, 54 años después del viaje final emprendido por el poeta, compositor y cantante frenético, seguiremos deplorando las consecuencias explosivas del alcohol con drogas psicoactivas o psicodélicas en artistas varios.
“Si se abriesen todas las puertas de la percepción, todas las cosas se mostrarían como son: infinitas”, William Blake –poeta místico y pintor del romanticismo inglés–. Mientras que los Beatles hablaban de paz y amor, The Doors recreaba pesadillas de guerra y se ufanaba en transmitir una visión pesimista o caótica del mundo. Con la guitarra de Bobby Krieger, el teclado de Ray Manzarek, la batería de John Densmore y los poemas corporizados por Jim Morrison, The Doors golpeó puertas diferentes y abrió una salida que rechazaba el tono almibarado de canciones protesta en boga. Confusión o desorden que se manifiesta más allá de las convenciones y ensombrece la retroactiva mirada nostálgica de toda una época.
Sus alucinantes experiencias en vivo, derivadas del peyote mexicano y el ácido lisérgico (LSD), con anécdotas surrealistas para despistar al psicoanalista y la histeria o los celos de su viciosa compañera Pamela. Stone utilizó tomas cortas y rápidas para bosquejar ciertas comunidades que se movían y deliraban por efectos los del rock; con las imágenes del espíritu indio cuyo espectro se le aparecía en pleno concierto, los estragos propios de un pirómano transportado por el ácido y el vértigo suicida impulsado desde un balcón nocturno.
Oliver Stone (Manhattan, Nueva York, 1946): director, guionista y productor. Su experiencia de catorce meses como soldado raso en Vietnam se reflejaría en una de las visiones cinematográficas más lacerantes del conflicto bélico internacional (Platoon, 1986). Le siguió Nacido el 4 de julio (1989) con el relato verídico del joven idealista Ron Kovic, quien se dejó arrastrar por las llamas del patriotismo y participó en una misión histórica que solo le acarrearía secuelas físicas y mentales. El final de su trilogía bélica, dos años después de realizar The Doors, fue Entre el cielo y la tierra (1993); allí adoptó el punto de vista de una víctima campesina del Vietcong cuya odisea terminó en suelo americano como una desgraciada esposa estadounidense. /795 Cine al Ojo
Mauricio Laurens

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